22 agosto 2014

De Roncesvalles a Santiago (III)

3. Nájera - Burgos

   Al día siguiente, antes de bajar a desayunar, oímos desde la habitación  del hotel un rumor sordo, como de gente hablando y trabajando. Me asomé a la ventana y vi que se estaba instalando un mercadillo. Lo visitaríamos después, lo primero era ir a Santa María la Real.


Aún no estaba abierta, así que dimos un paseo por los alrededores. Vaya, también la iglesia estaba de obras. La entrada que yo recordaba estaba ahora cerrada con andamios. En vista de lo visto en los días pasados nos temimos lo peor pero, por fin, pudimos penetrar en el recinto por la puerta de la plaza de la alberguería.


Por muchas veces que se visite, Santa María siempre impresiona por la altura de sus naves góticas, la belleza de su claustro y la atmósfera de leyenda -y de historia real- que se respira en el panteón de los reyes de Navarra y en cualquier rincón del monasterio.

   Echando una última mirada al altar de Santa María, donde junto a la imagen de la Virgen se conservan la campana y la olla con lirios que menciona la leyenda, salimos caminando despacio hacia el hotel.

    Con una carga de alcachofas y acelgas, seleccionadas en el mercadillo por el ojo avezado de Ada, llegamos al aparcamiento, cargamos y reemprendemos la ruta.
Pero queremos desviarnos del Camino de Santiago para visitar San Millán de la Cogolla. A la entrada de Badarán un cartel municipal anuncia: “Badarán, buen vino, chorizo y pan”, así que nos paramos para comprar chorizo. Cuando lo probamos, ya de vuelta a casa, vimos que era excelente. Habrá que estar atentos la próxima vez que vayamos por allí.
  

Yo había estado en San Millán hacía cuatro años pero Ada llevaba muchos más sin visitar los monasterios. Lástima, no hubo suerte. Desgraciadamente, también la improvisación de última hora había llegado allí: después de más de mil años de oportunidades, se había elegido precisamente este Año Santo para restaurar el monasterio de Suso. No pudimos entrar, así que, cabreados, salimos pitando sin siquiera echar un vistazo a Yuso, a coger de nuevo la N-120 hacia Santo Domingo de la Calzada.


   Una vez aquí, dejamos el coche fuera del recinto de la ciudad vieja y, siguiendo las flechas amarillas, hacemos a pie el camino hacia el centro, hacia la colegiata de Santo Domingo, la cual se anuncia desde el fondo del recorrido por su alta torre barroca, separada del cuerpo de la iglesia.                 Admiramos la altura de las naves góticas, el mausoleo de Santo Domingo, el recuerdo -un poco naif- del milagro de la gallina asada, en la forma de un gallinero colocado en uno de los muros interiores de la iglesia.


    Después seguimos recorriendo la villa hasta que llega el momento de comer. El Parador Nacional, soberbio edificio gótico, antiguo hospital de peregrinos admirablemente restaurado, nos espera. Sólo hay dos mesas ocupadas, lo cual nos permite saborear, casi en la intimidad, unos caparrones, una menestra y chuletillas de cordero.


    A las cuatro emprendemos la marcha, siempre la N-120, hacia el oeste, hacia los temidos Montes de Oca, donde los peregrinos solían tener malos encuentros con los bandoleros apostados en el inmenso robledal que cubría sus laderas. Esta vez la carretera nos facilita las cosas y al poco de bajar los montes nos detenemos en San Juan de Ortega, el otro santo ingeniero, con Santo Domingo, del Camino de Santiago.
    En un llano rodeado de robles, en medio de ninguna parte, aparece un claro con un edificio alargado y una pequeña iglesia al fondo. 



    El primero es la alberguería, de donde sale un grupo de peregrinos jóvenes. Parecen franceses. La iglesia es románica, recogida, con tres ábsides decorados con arquerías sobre capiteles y completada con unos preciosos ventanales.      El exterior es muy austero. En el centro del crucero un baldaquino de estilo gótico alberga el sepulcro de San Juan de Ortega.


    Y casi a disgusto, aunque no hay más remedio que seguir camino, abandonamos aquel paraje un tanto romántico y misterioso, lleno de leyendas. Media hora más tarde entramos en Burgos, ciudad bien conocida por nosotros, aunque no en el contexto del Camino de Santiago. Tenemos que regresar a Madrid después de esta primera etapa, pero a la primera oportunidad agregaré a estas líneas la parte jacobea de Burgos.

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