26 julio 2013

Romance de Rosafrita

Después de andar tropezando (y rodando) por el mundo de los vinos, apetece tomarse unos momentos de sosiego y meditar sobre personajes que, a lo largo de los siglos, han seguido unos caminos análogos por La Rioja, Castilla o Navarra. Estos individuos, como es el caso de Bardolfo, del que nos ocupamos a continuación, tuvieron fama de bebedores entusiastas y entendidos. Su fino olfato y delicado paladar les
permitió catar los más afamados vinos de su época, así como todo aquello que vistiera faldas y se moviera.
Y como ejemplo, ahí va pues este romancillo de Jorge Llopis...


                              


"Rosafrita, Rosafrita,

la de la fermosa cara,

la del airoso corpiño

que de tan colmado estalla;



la que las caderas mueve

de tal guisa, que al miralla

perdieron la su chaveta

los Doce Pares de Francia.



Rosafrita, si quisiérades

abriríasme tu estancia,

guardada por once dueñas

con cucuruchos de rafia.



Si quisiérades, podrías

dexar la puerta entornada,

y yo pasaría dentro,

non para cosa malsana,




nin puerca, nin indecente,

que proponello no osara,

sino para que los dos 


nos metamos en la cama."   


                                   

Oyendo aquestas razones

tan corteses y tan castas,

ansí dixo Rosafrita,

bien oiréis lo que fablaba:




"Ven esta noche, Bardolfo,

que abriréte una ventana

por la que podrás pasar

si antes non te descalabras. 


                             

Mas non olvides, doncel,

que yo estoy ya maridada

con don Lope Gil y Puertas,

que aunque fuése a Tierra Santa,




puede volverse de pronto,

y figúrate qué cara

va a poner si nos sorprende 


con las manos en la masa. 





Mis dueñas non te preocupen,

que les daré una tisana

que la santa de mi madre

usó muchísimo en casa,




que si en la color paresce

cocción de tomillo y salvia,

te la tomas y las tripas

se te facen mermelada." 



                                    tumblr_mfbynaJ91p1rqxd5ko1_1280




Estaban folgando juntos 
el galán y la su dama,

cuando cascos de caballo

en el castillo sonaban.



"Aqueste trote, mancebo",

diz Rosafrita muy blanca,

"es el trote de mi esposo,

que entre mil lo adivinara."




Ya subía el caballero

por escaleras y rampas,

y al llegar al su aposento,

estas palabras fablaba: 





"¿Qué facen las once dueñas 

muertas y despanzurradas?"

"Murieron de sopetón,

pues picóles la tarántula."



"¿Qué facen esos calzones

de varón sobre mi cama?"

"Son un valioso presente

que os manda el rey de Navarra." 


                                            



"¡Vive Dios, que están rompidos!"

"Es que usólos el monarca,

y entre Pinto y Valdemoro

le clavaron una lanza."




"¿Y de quién son esos pieses

que asoman entre las sábanas?"

"Del postillón, que ha venido

a repartir unas cartas."




"¿Y las reparte desnudo,

cual su madre le alumbrara?"

"En verano nada más,

porque en invierno se tapa."




El noble considerando

la situación con gran calma,

dixo a su esposa con pena

y mansedumbre en su cara:




"Siempre dixe, Rosafrita,

que de buena te pasabas;

y como eres tan piadosa,

la pringas, hija del alma.




Que se vaya el postillón

a otra parte a facer gárgaras.

¡Sin hombre que la gobierne,

la casa non es la casa!" 





                                                   
                     FIN

19 julio 2013

RECUERDOS (y VIII)

                                                            NAPA VALLEY

Hace ya algún tiempo que los cofrades tenemos descuidada la inmersión enológica, quizá porque a Alberto el médico ha tardado en levantarle la sanción, o porque el cronista se ha dedicado últimamente con más afán a cuestiones de arquitectura allá en Cantabria o por otras razones de explicación prolija, pero el hecho es que hace más de dos años que no hacemos una salida. El caso es que, debido a un viaje profesional, di con mis huesos, y con los de Ada, en California a mediados de un frío mes de Enero de 1998.
Si bien no puede negarse que San Francisco esté en California y que por tanto tiene que hacer calor, ya se sabe, lo mismo que se sabe que allí hay maricones (en inglés se dice gays), la realidad es que su latitud es comparable a la de Burgos y que, qué demonios, allí hace frío en Enero. No obstante, el último día de estancia en la ciudad hacía un solecito muy agradable que permitía ir a cuerpo, abandonando la gabardina que nos había acompañado machaconamente los días anteriores.
Puesto que nuestro avión no salía hasta aquella tarde, Mike me propuso hacer una escapada hasta el Valle del Napa. No le dejé terminar, le dije que estaríamos encantados.  Dicho y hecho, salimos de la ciudad por el Bay Bridge  y, desde Oakland, tomamos la autovía hacia el norte bordeando la bahía de San Francisco y, más tarde, la de San Pablo. En algo menos de una hora entrábamos en el valle.
El paisaje es soberbio. Una serie interminable de colinas de pendiente suave que sirven de descanso para la vista, en las que se extienden grandes extensiones de viñedos en espaldera. Una carretera local serpentea entre las colinas dejando ver aquí y allá casitas de madera o las  edificaciones más grandes de las bodegas. No hay pueblos, no hay monumentos, sólo viñedos.
Al salir de una curva de la carretera aparece ante nosotros la bodega Carneros Creek Winery, nos metemos al aparcamiento y salimos a disfrutar del sol. La bodega es muy pequeña, de fábrica de madera. Los elementos de vinificación están instalados detrás del edificio principal, bajo un cobertizo. No hay nada que nos indique que estamos en Estados Unidos. Entramos a la sala de cata y ahora sí que noto que no estamos en España:

                                                            "Degustation  2$"

Un empleado aburrido aunque sonriente, que siempre es de agradecer, nos cobra los dos dólares por cabeza y nos escancia copas, primero de blanco y después de tinto. El blanco es de uva Chardonnais y está muy rico, bien vinificado.  Ada se lleva la copa al jardín y se hace la loca. No le interesa mucho la cata de vinos, pero en este país de histéricos no permiten fumar en la sala de cata, así que se sale a fumar un pitillo.
Mike y yo pasamos por el Cabernet Sauvignon de 3 y de 5 años y por el Pinot Noir. En todos los casos se trata de vinos bien constituidos, potentes, de cuerpo medio. Creo que estos vinos están bastante mejor que la primera vez que los probé, hace más de veinte años.
_  Encuentro alguna diferencia en cuerpo y en sabor entre los dos Cabernet Sauvignon. ¿Es debido a diferentes procesos de crianza? pregunto al empleado.
_  No, sobre todo se debe a que hemos utilizado dos clones diferentes.
Ahora sí que estoy perdido. Me cercioro de si en inglés, clon quiere decir clon. Me responde que sí, que las cepas se reproducen por medio de clones y que, de la Cabernet Sauvignon se han identificado unos 150. En fin, no sospechaba yo que la ingeniería genética afectaba también a la vid, vivir para ver.
_  Veo que todos sus vinos son monovarietales. ¿No tienen vinos con mezcla de cepas diferentes?
El empleado me dice que no, que la gente los prefiere así, quizá porque los distingue mejor al no tener que retener el nombre de la bodega o la marca del vino. En fin, en cada país sus costumbres. Con el estómago ya más entonado nos despedimos y seguimos camino.

File:Lightmatter napa valley.jpgAl cabo de pocos kilómetros entramos en una finca bien cuidada, los viñedos parecen jardines que parten de ambos lados de la carretera de acceso, perfectamente asfaltada. Esta se dirige hacia una colina ancha y baja, cubierta de césped, pero ni señal de bodega ni de presencia humana. La carretera se hace tangente a la colina por su base y se curva siguiendo su contorno, a la vez que inicia una subida gradual. A media altura aparece bruscamente la entrada de un bunker que se interna en la colina. Tiene toda la pinta de una entrada para cargas de uva hacia el lagar. Siguiendo la carretera, siempre hacia arriba, llegamos hasta una explanada ya cerca de la cumbre, donde aparcamos el coche.
Estoy desconcertado, sé que hemos llegado a la bodega, pero no la veo. Excavada en la ladera hay una puerta poco mayor que la de entrada a mi casa. Una chica sale de ella y yo me acerco para preguntarle dónde está la entrada principal. En esto me fijo que encima de la puerta hay un pequeño rótulo: "CODORNIU  NAPA - Visitors Entrance".
¡Estamos en la bodega de Codorniu! Está claro que el amigo Mike ha querido darnos una sorpresa. Aún con alguna duda -esto no se parece a nada que huela a vino y que yo haya visitado antes- traspasamos la puertita para llegar a un pequeño vestíbulo cuya única salida es la puerta de un ascensor que nos lleva al piso superior.
Estamos en una sala de acogida de visitantes, ultramoderna, con grandes ventanales que se abren hacia una terraza que domina la finca. Una colección de cuadros de temas taurinos cubre gran parte del contorno de la sala. Al fondo, una pequeña barra nos indica el lugar destinado a las degustaciones, así que nos dirigimos hacia allí. Ya me voy familiarizando con el terreno.  En un extremo de la barra dos parejas -heterosexuales, lo aclaro porque estamos en California- están dando sorbitos a unas copas de "sparkling wine".
Detrás de la barra está Gaspar, que nos sonríe de oreja a oreja, nos pregunta que qué tal estamos hoy -es curioso el poco interés que tienen en saber qué tal nos encontrábamos la semana pasada- y nos da la bienvenida a Codorniu. Ada y yo nos esforzamos en mostrar cara de poker pues apenas podemos aguantar la risa: el amigo Gaspar es un perfecto ejemplar de sarasa y, la verdad, nos ha pescado de sorpresa. Mike está más tranquilo. Gaspar nos ofrece degustar cuatro tipos de vino -4 $ por cabeza- y mientras nos sirve las copas nos informa de que la próxima vista a la bodega comenzará dentro de 10 minutos, pero que nos podemos llevar la copa durante la visita, si aún no la hemos acabado.
_  ¿Podríamos saludar a la Sra. Raventós? le pregunto.
Imposible, la Directora ha tenido un niño hace un mes y se encuentra en España.
Mientras tanto, vamos con la degustación. Estos vinos son algo más dulces que la norma en España -que, a su vez, es más dulce que en Francia- y bastante más frutales, sin duda por la presencia de cepas Chardonnais y Pinot Noir. Esta última estaba sobre todo presente en un vino rosado, que nos pareció excelente.
La hora de comer ya iba acercándose y sentíamos la debilidad del alcohol sin el apoyo de algo sólido. Ada mete la mano en un cesto con bombones colocado sobre la barra -Qué detalle-. Al cabo comenzamos la visita de las instalaciones, sólo para nosotros tres. La bodega es pequeña -unas trescientas mil botellas de capacidad, en contraste con los cinco millones de la casa madre- y se nos indica que la técnica ha venido directamente de España. Y como la técnica adelanta que es una barbaridad, resulta que la rotación a mano que se daba a las botellas para que el poso se deposite en el gollete se hace ahora con una máquina. Por lo demás, todo me pareció más o menos normal, menos ver una canasta de baloncesto instalada en el almacén de expedición. Está claro que el fútbol es minoritario en USA.
De regreso de la visita pasamos de nuevo al salón de cata a terminar nuestras copas y a pagar a Gaspar. Cuento con cuidado 12 dólares pero veo que la tira de la caja registradora que me alarga, sonriente, Gaspar marca 13. La compruebo con curiosidad y todo se aclara: el bombón que cogió Ada del cestito de la barra valía un dólar.
Mike se había informado mientras tanto de un lugar para comer. Quince minutos más tarde llegamos a Napa, capital del condado, y buscamos el restaurante. El pueblo me recuerda los de esas películas de ambiente rural americano: casas de madera de dos plantas a ambos lados de la calle, algún porche sobre la acera en donde los viejos te miran sentados en sillas.
El restaurante está contiguo a una galería comercial, ahora cerrada a las dos de la tarde, tiene una decoración sencilla pero es muy acogedor. Nos sentamos e, inmediatamente, antes de abrir la boca, una sonriente y coqueta camarera rubia nos coloca en la mesa una jarra de agua con hielo, un tazón con algo dentro y un cesto lleno de media hogaza de pan troceada en dados como de dos dedos. Sorprendido, veo que en el tazón hay un líquido que parece aceite. Yo desconfío, estamos en Estados Unidos y no en Córdoba, así que cojo un poquito de pan del cesto, lo mojo en el tazón, lo olfateo y lo cato. ¡Es aceite de oliva y muy bueno! Cuando pregunto que de dónde es, me dicen que de California, que cada vez hay mayor extensión de olivar. 
En fin, puede que dentro de unos años nos lo vendan a buen precio como ocurre ahora con el maíz. Espero que no. Este aperitivo de pan con aceite nos ayuda a esperar la comida sin angustias. Después de elegir, Ada se dirige al baño, para lo cual tiene que esperar a que devuelvan la llave. Un momento más tarde, la sonriente camarera le indica que la llave ya está disponible. Ada parte hacia lo desconocido. Cuando llega mi turno soy informado de que la llave está en un extremo de la barra y de que el servicio se encuentra saliendo al patio.
Me encuentro con la primera dificultad al ver que la llave está unida a un llavero y que este, sin duda para evitar que alguien se lo lleve sin querer, no es otra cosa que un cucharón de servir con un agujero en el extremo del mango. Ignoro si el lector será de esos que buscan notoriedad venga o no a cuento, pero les aseguro que yo no soy nada partidario de exhibir ante todo un restaurante la herramienta que pretendo usar para aliviar mis íntimas urgencias. Disimulando el feroz llavero salgo lo más discretamente posible hacia el patio, separado del restaurante por un muro acristalado, y ataco la única puerta que veo: entra la llave, gira en la cerradura pero no gira la manilla que debe accionar el resbalón.
Miro desazonado a mi alrededor y veo otra puerta, esta vez acristalada, que conduce a lo desconocido. Me interno a través de ella y me encuentro en el interior de la galería comercial, sombría y desierta. Allí no veo trazas de ningún servicio, así que deshago el camino y vuelvo de nuevo al patio, no vaya a ser que haya otra puerta que se me hubiera pasado la primera vez, pero nada.
En esto se abre la puerta que conduce al restaurante y veo avanzar hacia mí, sonriente como siempre, pero también con un sutil aire de cachondeo, a la camarera que nos atiende, preocupada, sin duda, por mi tardanza. Le explico que la cerradura está bloqueada. Ella, segura de sí misma como una sultana, se dirige a la puerta y la abre. Yo no me dejo abatir fácilmente y me quejo de que esa puerta me ha negado el paso hace sólo tres minutos, y se lo demuestro: Cierro, hago girar de nuevo la llave y la manilla sigue bloqueada. Me vuelvo a la rubia con una sonrisa de triunfo:
_ You see? It remains locked!
_  Oh, that? Just push!
Efectivamente, no había que girar la manilla, sólo empujar la puerta. Ni que decir tiene que al regresar para dejar la llave y el cucharón en su sitio procuré exhibir mi mejor sonrisa, demostrando que yo era hombre de mundo y por encima de detalles sin importancia.
Al comienzo de la tarde iniciamos nuestro regreso a San Francisco.  Aún había que recoger el equipaje e ir al aeropuerto, pero todavía seguía recordando la mirada de la camarera rubia cuando acudió en mi ayuda mientras estaba luchando con el cucharón.

NOTA DE CATA:

13 julio 2013

RECUERDOS (VII)

El mercadillo de Cintruénigo está muy concurrido a las doce y media. Además de los inevitables puestos de lencería y moda hay un buen número de tenderetes de alimentación donde, rápidamente, compramos las vituallas que nos mantengan un nivel razonable de alcohol en sangre. Poco después nos dirigimos a la bodeguita de Javier que está en una calle contigua.
Por un portón metálico que da paso a un antiguo corral de gallinas se accede, bajando unos escalones, a la bodega. El propietario, orgulloso, nos muestra su colección de botellas. Ricardo, sin hacer demasiado caso a sus explicaciones, se afana en partir queso, chorizo y pan. Yo estoy sin remedio afectado por el reflejo de Paulov. Miro de reojo las manipulaciones de Ricardo, a la vez que trago la saliva sobrante.
Durante un par de minutos la conversación se ve acompañada por ruidos de masticación y deglución urgentes hasta que las aguas vuelven a su cauce.
Javier nos abre una botella de vino con su propia etiqueta: Cosecha del 89, muy equilibrado y con buen cuerpo. Su secreto es comprar en la cooperativa vino de tempranillo y un poco de Cabernet-Sauvignon, hacer su propia mezcla y criarlo él mismo en una barrica de 100 litros. El resultado es excelente.
Es la una y media y aún tenemos que ir hasta Olite para visitar otra bodega. Nos despedimos efusivamente de Javier y salimos a escape.
A las dos, temiendo que ya esté cerrada, llegamos a la Bodega Piedemonte. Nuestro anfitrión, el gerente de la bodega, estaba a punto de irse pero nos invita a hacer una visita rápida. Críspulo, cargado con dos bidones de vino que acaba de comprar, se dirige a la salida pero al ver que hemos venido de Madrid para conocer la bodega lo piensa mejor, deja los bidones en un rincón y nos acompaña a la visita.
Críspulo Larrañaga es de San Sebastián, es cúbico -prácticamente sus tres dimensiones son iguales- y parece estar encantado con nosotros.
_  ¿Ya conocéis el chacolí? nos pregunta.
_  ¿El tinto o el blanco? le respondo.
Inmediatamente comprende que está hablando con entendidos y se pone a escuchar con atención las explicaciones del gerente.
Se trata de una bodega nuevecita que un grupo de socios, propietarios y cosecheros en su mayoría, acaba de poner en marcha. Es totalmente opuesta a la cooperativa de Cintruénigo en cuanto a apariencia, instalada en un conjunto de edificios de arquitectura vanguardista y orientada a dar una imagen de marca inmejorable.
Las instalaciones de vinificación son soberbias: todo de acero inoxidable, aséptico, reluciente, con depósitos dotados de  control de la temperatura de fermentación, prensas neumáticas, tren de embotellado y etiquetado ultramoderno. . .
Después de un vistazo rápido, ya son las dos y media, pasamos a una sala de cata que parece una cafetería donde, como únicos clientes, se nos ofrece una degustación. De nuevo un gran rosado -excelentes estos rosados navarros- pero, sobre todo, un tinto de tempranillo con Cabernet-Sauvignon, el Oligitum, estupendamente conseguido. 
Críspulo reconoce que éste es bastante mejor que el tinto a granel que él se ha comprado, claro que bastante más caro también. A la salida vuelve a la carga con el chacolí:
_  Si alguna vez vais de cura de vino a Guipúzcoa -lo de la cura de vino ha despertado en él un interés inusitado- no dejéis de llamarme. Veréis qué chacolís vamos a probar. Me deja su teléfono y me informa de que trabaja en Zardoya Otis.
_  ¿Dónde podemos comer en Olite? pregunta con gran sentido práctico Ramón.
Se nos responde que en Gambarte, así que nos despedimos. El día ha sido duro y conviene darse un respiro.
Después de comer  -intelectualmente siempre pienso en la menestra de la ribera de Navarra, pero mis genes me pueden y al final caigo en las pochas- nos dirigimos hacia donde nos ha parecido ver fugazmente, por detrás de una muralla, el tejado de un castillo encantado. Efectivamente, nos acercamos a un arco a través del cual aparece la perspectiva sorprendente de una plaza empedrada y, al fondo, el castillo.
Parece encantado porque recuerda el de las láminas de los cuentos infantiles en todos sus detalles: sus almenas, sus torreones con una ventanita, sus tejados puntiagudos, . . .Tiene un no se qué que me recuerda al castillo de Pau, aunque esto no tiene nada de extraño ya que los reyes de Navarra lo eran también del Bearn en Francia.
Son las cinco, el tiempo está desagradable y lluvioso. Ante el eterno dilema de siesta sí o siesta no, se adopta una solución salomónica: Ramón y Álvaro se van al hotel en un coche y a los demás -la próxima escapada procuraré no llevar el mío- los llevo a Calahorra, eso sí, a regañadientes.
De Calahorra puedo decir que es una ciudad oscura y lluviosa. Quizá cuando la visite de día y en verano me forme otra idea.
Ya a pie y con la capucha de los chubasqueros bien subida nos lanzamos a explorar. Primero hay que buscar una farmacia de guardia para Ricardo. Preguntamos después a un guardia por la Catedral.
_  Cojan por esa calle abajo y la encontrarán enseguida, nos indica.
A los diez minutos de evitar charcos y de apartarse prudentemente de los rociones de los coches, ya estamos algo moscas: estamos claramente saliendo de la ciudad. Volvemos a preguntar y se nos anima a seguir: está ahí mismo.
Al cabo de otros cinco minutos la vemos en un recodo de la calle. Es una construcción barroca, de ladrillo, construida en el siglo XVI y con añadidos de finales del XVII. Está asentada en el lugar donde fueron martirizados, hacia el año 300, San Emeterio y San Celedonio, patronos de Calahorra y también de Santander -Siempre me sorprende la cantidad de referencias comunes entre La Rioja y Cantabria-.
Con un suspiro de alivio nos refugiamos en su interior, al calorcito. En el presbiterio están colocados asientos y atriles para el concierto de las nueve. Procurando reponer fuerzas y calorías apuramos los últimos minutos antes de emprender el regreso hasta el coche. ¡Demonio de guardia,  por qué no nos habrá dicho que la Catedral estaba a dos kilómetros¡.
Al fin llegamos al coche y nos ponemos en marcha hacia Cintruénigo. Una vez en el bar del hotel me espera otra mala noticia: se quieren quedar a ver el fútbol en la tele. Decididamente no es mi día.
Cuando casi a las once nos vamos a Corella a cenar a Casa Enrique -recomendado por los parroquianos del bar-, el dueño nos dice que ya es muy tarde y que no sirve más cenas.
Arrojados a la intemperie, alguien nos informa de que también podemos probar en El Paraíso. Efectivamente, de allí no nos echan pero más habría valido. La cena nos la sirven tarde y, lo que es peor, resulta una bazofia cuartelera -lo de cuartelera es de oídas porque yo en la mili comí estupendamente-.
El plan para el día siguiente, domingo, es ir a Corella para verla de día y después llegar a Tudela.
La mañana es fría pero soleada. Corella cambia por completo de fisonomía, los edificios señoriales se hacen reales, los frescos de la fachada de una de las iglesias adquieren color.
Pasamos al interior de la iglesia y nos encontramos con cientos de críos alborotando. Me dirijo al único adulto de la multitud:
_  Vaya lío que tiene usted aquí.
_  Si, hace años que decidí que era imposible tenerlos quietos.
_  ¿Y qué hacen aquí, hay catequesis?
_  No, vienen a misa. La misa de once es la de los niños.
Sorprendidos salimos. Por las calles que desembocan en la plaza vienen algunos más a la carrera.
El viaje hasta Tudela es un paseo de un cuarto de hora y llegamos a la hora en que la gente toma sus cervezas al sol de las terrazas de la plaza.
Damos una vuelta por los alrededores y nos detenemos a admirar la catedral siguiendo las explicaciones de Ramón sobre la transición del románico al gótico. No lejos, Álvaro descubre una construcción reciente de no se sabe qué y pide un dictamen a Alberto:
_  Y eso de la izquierda, ¿de qué estilo será?
_ ¿Aquello?, seguro que es sociata tardío, responde Alberto con convencimiento.
En la plaza sigue la animación, así que nos unimos a ella:
_  Cinco tintos, por favor.
La plaza es bellísima, con un kiosko para la música en el centro y las fachadas de las casas que la forman, perfectamente restauradas y decoradas con frescos que representan los linajes de la ciudad.
En nuestra actividad enológica nos adentramos por una calleja al fondo de la cual se lee: El Arco - Bodega del Siglo XIV. Ante la irresistible llamada penetramos, bajando  por una escalera, en una cueva donde se encuentra un mesón.
El abovedado es de sillería -me dicen que es la original- y el suelo de terrazo de barro. Por un hueco se accede a un comedor con mesas vestidas con manteles a cuadros rojos y blancos.
_  Cinco tintos, por favor.
Los vinos y los siguientes se combinan con unas cazuelitas mientras se entabla una conversación con parroquianos y camarero. Al rato, parte del grupo sale hacia el restaurante próximo donde hemos reservado mesa, no vaya a ser que nos la ocupen. Alberto y yo aún permanecemos un rato más.
Bajando la calleja llegamos enseguida a Casa Ignacio -El Restaurante de las Pichorradicas. En el local, minúsculo,  encontramos ya sentados a Ricardo, Ramón y Alberto. Hay tres mesas más ocupadas en la sala aunque al fondo parece que hay paso a otro comedor.
A la izquierda de la entrada, en frente de las mesas, hay un pequeño mostrador donde se encuentran cazuelas de callos y de bacalao, algunos quesos, una fuente con alcachofas y algunas otras cosas más.
Mi atención se ve atraída por una fuente con las tres cabezas de ajo más enormes que haya visto en mi vida. Durante un instante dudo si, en realidad, aquello pueden ser ajos. Con un gesto instintivo alargo la mano para tocarlos para ver si son de verdad, cuando noto que algo raro ocurre: el restaurante se ha quedado  bruscamente en silencio y, en voz baja, alguien dice ¡No!.
Retiro la mano, a la vez que miro a mi espalda. Todos los comensales me miran y me hacen signos de negación con la cabeza. En la mesa me explican, a la vez que siento exclamaciones de alivio:
_  ¡Casi la armas!, dice Ricardo.
_  ¿ ?
_  Ramón ha tenido una bronca con el dueño por hacer lo mismo.
_  No me extraña, esos ajos no pueden darse en la naturaleza.
_  No ha sido por los ajos. Ha cogido un queso y lo ha olido. El dueño le ha visto y le ha dicho que lo que está en el mostrador es para ver y no para tocar, que es una falta de higiene, que qué van a decir los clientes. Ramón le ha contestado que su gesto ha sido perfectamente normal y que se sabe perfectamente la normativa de higiene . .
En fin, que ahora vienes tú, haces lo mismo y, si te ve, nos echa a los cinco.
Bueno, los navarros tienen fama y ya vemos que no es sólo leyenda. Eso sí, comimos estupendamente.
Después de un café en la plaza -qué queréis, nos ha gustado mucho- nos separamos. Ramón y Álvaro regresan a Barcelona y el resto de la cofradía a Madrid.
Mientras preparaba esta reseña, Alberto ha caído enfermo aunque ya se ha recuperado. Por el momento el médico le ha retirado del vino -por el propio bien de Alberto espero que sólo sea temporalmente- y habrá que esperar por tanto a que le levante la sanción antes de iniciar una nueva salida.Todos los cofrades le desean su total restablecimiento.

NOTA DE CATA:
OLIGITUM - Cosecha 2002
Bodegas Piedemonte, Olite

A la vista, presenta un color cereza intenso de capa alta.
En nariz resulta un vino complejo en aromas de confituras frutales, con notas especiadas y ahumadas.
En boca es potente en fruta madura, con taninos sabrosos y dulces.
Equilibrado, envolvente y con final persistente.
Se recomienda servir entre 15 º y 18º C.

05 julio 2013

RECUERDOS (VI)

NAVARRA

Efectivamente, Alberto ha estado tramando algo desde hace algún tiempo. A mediados de octubre, por fin, me anuncia que tiene idea de hacer una escapada a La Rioja y propone una asamblea general.
Yo no lo veo muy claro porque si nuestras salidas empiezan a hacerse frecuentes alguien puede pensar que es un pretexto para pasar fuera de casa un fin de semana de vez en cuando, lo cual no conviene al espíritu de estudio y reflexión que caracteriza nuestras inmersiones enológicas.
Quizá esta vez podríamos apelar a otro concepto tal como el de excursión sin más y así nuestras santas estarían encantadas de formar parte del grupo. Claro que, en este caso, sería conveniente modificar ligeramente la región a visitar. A mi mujer, por ejemplo, le encantaría conocer Navarra.
A Alberto le parece bien el cambio y se pone inmediatamente a organizar la salida y a convencer a su mujer. Cuando una semana más tarde nos constituimos, junto con Ricardo, en asamblea general ya tenemos clara una cosa: las mujeres desconfían de que la excursión no sea una inmersión camuflada y han decidido declinar nuestra invitación.
En vista de esto cambiamos el planteamiento y se decide por unanimidad dar a la futura salida carácter oficial de cura de vino. Se elige Cintruénigo como cuartel general y los días 17 a 19 de Noviembre de 1995 como fechas más adecuadas. Alberto se pone a organizar reservas de hotel y bodegas.
Y así, a las cuatro de la tarde del viernes 17 de Noviembre tomamos la carretera de Barcelona hacia nuestra próxima parada en Ágreda, adonde llegamos ya anochecido.
Hace un frío que pela, así que nos abrigamos. Alberto se pone sin avisar un sombrero de piel con falsa cola de castor que le cuelga por detrás, a lo Daniel Boone, en tanto que Ricardo, más europeo, se toca con una gorra de marino bretón. Nos refugiamos en el primer bar que encontramos. En un extremo de la barra hay un par de mozos luciendo anillos en la oreja. Al cabo de un momento noto que Alberto se ha puesto un clip en su oreja izquierda. En fin, espero que los del pueblo tengan sentido del humor, pues de otra forma nos corren.
Nos tomamos unos vinos ante las miradas de reojo de los parroquianos del bar. Ricardo me pregunta:
_  ¿Cuánto te has gastado en gasolina?
_  Cinco mil, ¿por qué?
_  Para pagar nuestra parte y así el viaje lo hacemos independiente del fondo de gastos.
En fin, parece que las experiencias anteriores sirven de algo, así que, sin discutir, cada uno de ellos me paga 1700 pesetas.
Salimos del bar afortunadamente sanos y salvos y, de regreso al coche, veo en una carnicería el jamón más enorme que pueda imaginarse. Paso dentro y pregunto al carnicero que qué es aquello.
_  Eso es un jamón de cerda, señor.
_  ¿ ¿
_  Son hembras de cuatro o cinco años que se ponen enormes. Este jamón pesa 14 kilos y no es de los más grandes.
Me quedo sin probarlo porque sólo se vende entero, pero me dicen que es excelente.
Una hora después llegamos a Cintruénigo. El hotel Maher, donde tenemos habitación a un precio muy razonable, aparece sin necesidad de preguntar, perfecto.
Como siempre, Ramón y Álvaro no llegarán hasta las diez y media, así que salimos a hacer un primer reconocimiento. En el hotel nos informan de que, para tomar vinos, lo mejor es ir a Corella que está sólo a dos kilómetros.
Dejamos una nota a Ramón quedando para cenar en el restaurante del hotel. Nos han dicho que se come bien y como el hotel es barato . . .
            Corella es un pueblo precioso -o, al menos, lo será cuando terminen las obras de saneamiento que lo tienen completamente levantado-, bien conservado y con una interesante y variada arquitectura civil.
La información que nos han dado sobre los bares es cierta, así que comenzamos nuestra andadura.
Entre dos bares nos topamos con un puesto de castañas asadas aparcado en la calle peatonal. Los avances tecnológicos, ay, hacen estragos. Las nuevas fuentes energéticas desplazan a las tradicionales: las castañas están asadas con butano. No obstante, se agradece su calorcito en una tarde fría.
Viñedos en Cintruénigo. Noviembre de 2011A las diez 
de la noche ya tenemos hambre, así que decidimos regresar a Cintruénigo para cenar. Alberto y Ricardo pasan al restaurante del hotel mientras yo busco los servicios.
Un poco después me dirijo hacia donde me esperan mis cofrades, no sin antes notar que, a medida que me acerco al restaurante -está en los bajos del hotel- la decoración se hace más pomposa, incluso hay estatuas en actitud oferente y un gran espejo isabelino.
Al entrar me encuentro con un gran salón fuertemente iluminado, más pomposo aún que el vestíbulo, las mesas vestidas con un gusto quizá algo barroco. Las sillas de alto respaldo y la vajilla con ribetes dorados dan un aire solemne al ambiente. Hay sólo dos mesas ocupadas, una de ellas, al fondo del comedor, por Ricardo y Alberto que me dirigen una tímida sonrisa.
_  Jo.., esto parece un salón para bodas, comento. ¿No será muy caro?
Ricardo me mira y me alarga la carta, de esas de tamaño DIN A3, de cartulina satinada, impresa a cinco tintas y encuadernada con un cordoncito dorado.
Temiéndome lo peor la ojeo rápidamente y compruebo dos cosas: que los precios de los primeros platos andan entre 1500 pesetas y 2000 y los de los segundos entre 2000 y 2800 pesetas, y que la oferta cualitativa no tiene nada que ver con lo que esperamos encontrar en la Ribera de Navarra: magret de canard au feu de bois, cuisse de canard confit а l'osseille, . .
No nos pongamos nerviosos, aún queda una posibilidad. Hago una seña al maitre.
_  ¿Qué hay de menú del día?
_  No tenemos menú, señor. Si quiere, en la carta hay unos menús de degustación.
Vuelta a la carta. Efectivamente hay dos, compuestos de platos del mismo estilo de los ya vistos. Uno cuesta 3500 pesetas y el otro 4000, IVA aparte.
_  Oye, le digo a Ricardo que está a mi lado, esto no tiene sentido. La cena nos va a salir por un riñón y además yo prefiero comer cocina francesa en Francia. Pero, ¡si no hay ni siquiera una menestra!.
_  Sí que hay, tercia Alberto. El maitre nos ha dicho que han cambiado la carta hace unos días pero que aún no la tienen impresa.
_  Creo que nos tenemos que ir, insisto yo. Si mi mujer se entera de que me voy con los amigos a restaurantes a los que no le llevo a ella . .
En esto, una camarera sirve sendas cervezas a Alberto y Ricardo. Yo me voy alterando cada vez más.
_  ¡Pero bueno, estamos hablando de largarnos de aquí y pedís cervezas!
_  Las hemos pedido al principio, antes de mirar la carta, aclara Ricardo.
_  Bien, ¿nos vamos o no?, sigo yo insistiendo.
_  Es que ahora que nos han traído las cervezas . . , se defiende Alberto.
_  Bueno, id acabándolas que yo lo arreglo.
Me dirijo detrás del biombo donde los camareros y el maitre nos miran preocupados. Explico a este que se trata de una confusión, que las cervezas las carguen a la habitación 116 y que lamento los inconvenientes. Regreso a la mesa y conduzco a la pareja por el medio del salón hacia la puerta, componiendo lo mejor posible una actitud digna.
Una vez fuera, ya son casi las diez y media, nos dirigimos a un restaurante mucho más popular, "La Peña", desde donde llamo con cierta aprensión al hotel para que cambien el recado para Ramón.
Al cabo de media hora aparecen los catalanes, terminamos de cenar y les llevamos a Corella para que lo conozcan aunque sea un poco. Esta vez Álvaro, que es economista, se hace cargo del fondo.
A las diez de la mañana siguiente salimos andando en dirección a la Cooperativa Cirbonera, que está a doscientos metros. Antes de llegar vemos a la derecha la entrada de Chivite, donde se negaron a recibirnos este sábado. Están en su derecho.
La Cooperativa tiene exteriormente un aire vetusto aunque en el interior las cosas parecen mejor. Un empleado, Javier, es el encargado de enseñárnoslas, comenzando con los depósitos de fermentación y las prensas. Todos hacemos, como siempre, preguntas a la vez pero soy yo el que obtiene las peores respuestas:
_  Usted no ha entendido nada, me dice a una pregunta relacionada con los depósitos de uva estrujada y de vino de prensa. En fin, tengo que procurar estar más atento a las explicaciones.
Pasamos a continuación a la nave de almacenamiento del vino. Una gran cantidad de depósitos de 35000 litros la llenan completamente. Por una escalera metálica subimos a una planta situada a la altura de las bocas de los depósitos y, a partir de ese momento, seguiremos por ella hasta salir de la nave.
Son las diez y media y Javier se dispone a pasar a la parte práctica de la lección.
_  Lo siento, sólo tengo tres copas pero creo que nos podremos arreglar.
Todos nosotros estamos de acuerdo. Comenzamos por los blancos siguiendo un procedimiento muy curioso: Levanta la tapa de un lago -he tardado un rato en descubrir que estos enormes depósitos se llaman lagos, aunque no me sorprende-, mete cada copa en el vino, la revuelve bien en él y nos la ofrece.
El primero es algo turbio y con olor a uva y a lías. Es vino del 95 con a penas un mes de vida, todavía sin terminar.
Seguimos con un blanco del 94 y con un rosado del 94 y con un rosado del 95 y con un tinto del 95 y con un tinto del 94 y con un tinto del 93 con un 10% de Cabernet-Sauvignon. En este punto me intereso por el lago a que pertenece.
_  Es el lago número 42, me responde Javier.
_  Tengo que acordarme del número para comprar un poco de este vino a la salida.
_  Imposible, este lago está vendido.
_  ¿Cómo que está vendido?, pregunto incrédulo.
_  Si, lo tenemos vendido a Chivite.
Vaya por Dios, Chivite nos niega la visita y encima se nos adelanta comprando el vino que me gusta.
El problema de catar el vino en estas condiciones es que te lo bebes, en lugar de escupirlo como sería de rigor. A las once y cuarto, tras casi una hora de profunda degustación, el espíritu analítico de los cofrades se ha adormecido un tanto y resulta ya algo difícil diferenciar unos vinos de otros.
No obstante seguimos valientemente la liturgia aunque, eso sí, decido no apurar del todo las copas. Ahora llega el turno de los tintos de maceración carbónica, primero uno del 95, aún sin terminar, y después otro del 94, agradable pero no todo lo que sería posible.
Esto de la maceración carbónica es muy curioso: Se trata de producir el vino sin estrujar las uvas, de forma que el mosto fermente en el interior de cada una. Para ello, la vendimia se descarga con cuidado en los depósitos de fermentación, pero sin llenarlos demasiado para que su propio peso no reviente los racimos de debajo, se les inyecta gas carbónico para que no estén en contacto con el aire y se cierran herméticamente.
En estas condiciones las uvas, intactas, sufren una fermentación en su interior sin la intervención de las levaduras y el ácido málico disminuye, con lo que la acidez del vino resultante se reduce en gran parte. Además, durante este periodo se produce la maceración de las partes sólidas de las uvas -color y sabor- y las partes aromáticas de los hollejos -aroma- se difunden en la pulpa. Esta técnica proporciona vinos jóvenes de mucho color y muy aromáticos. En fin, ya lo he dicho.
Un tanto débil, Ricardo pregunta si no se podrá comprar en alguna tienda algo de pan y queso que ayude a sobrellevar la tarea.
_  Miren, yo termino a las doce y, si quieren, pueden comprar en el mercadillo y luego nos vamos a mi bodega para que prueben el vino que tengo.
Nos parece de perlas, así que terminamos ya con cierta prisa y a las doce salimos de la bodega no sin antes comprar un par de cajas de vino cada uno, menos Ramón, que compra cuatro.

NOTA DE CATA:
(Este vino no es de Navarra pero el Medoc francés no está lejos)
MISE DE LA BARONNIE - Cosecha 1998
Une belle robe de couleur rouge grenat. Un nez intense aux fruits mûrs sur la cerise, le cassis, avec une pointe épicée. Une attaque puissante, un milieu de bouche charpenté, alliant richesse et fraîcheur, avec des tannins serrés.
O sea, cuerpo interesante, teniendo en cuanta la edad del vino, capa evolucionada, buquet complejo con recuerdos a pimienta, comenzando a decaer.
Bebido hoy en su 15º año - Calificación 4/5