21 junio 2013

RECUERDOS (IV)

                                                      RIBERA DEL DUERO

Hacía algún tiempo de nuestra inmersión enológica en La Rioja y los miembros de la sociedad comenzaban a apuntar la posibilidad de una segunda salida.
Mi cuñada Marieli, que vive en Burgos y trabaja en un departamento relacionado con el vino, fue en quien primero pensé para ayudarnos a organizar una inmersión en la Ribera del Duero, así que le encargué que hiciera algunas gestiones con las bodegas.
Como pasaba el tiempo, Marieli no acababa de darnos paso a ciertas bodegas -Vega Sicilia- y los cofrades se estaban ya poniendo nerviosos, se celebró una junta general (Alberto, Ricardo y yo) con el único punto en el orden del día de determinar fecha, bodegas a visitar y localización de nuestro cuartel general.
Los acuerdos de la junta fueron los siguientes:

Fecha:                                  21 al 23 de abril del 95
            Bodegas:                             Alejandro Fernández y Vega-Sicilia
Cuartel General:              Peñafiel

Ciertamente la elección de las bodegas era una exageración puesto que, ambas, están entre las más reputadas de España y nada nos indicaba que fuera fácil conectar con ellas y, mucho menos, conseguir visitarlas.
La realidad, sin embargo, fue que ambas se mostraron muy amables y aceptaron nuestra presencia, máxime teniendo en cuenta que el día que habíamos reservado para las visitas era el sábado 22 y que por tanto estaban cerradas.
Una semana después de haber hecho la gestión me llama Alberto para decirme que tiene problemas con la fecha ya que, desde hacía tiempo, había quedado con su sobrino.
_  Coño, ya podías haberlo dicho el día que nos reunimos, -le respondo-. En fin, lo siento por tu sobrino, pero creo que será mucho más fácil cambiar la cita con él que con Vega-Sicilia.
_  Es que ya le he dado muchas largas y he cambiado la fecha varias veces . .
_  Ya, pero con la suerte que hemos tenido de conseguir cita con las bodegas -mi cuñada Marieli no se lo puede creer- no creo que debamos andar ahora haciendo cambios, no sea que se arrepientan.
Consultado el resto de los cofrades, a todos les pareció una temeridad tratar de cambiar las fechas, así que Alberto se fue cabreado por nuestra falta de comprensión hacia sus compromisos familiares.
Y así, la tarde del 21 de abril nos encaminamos Ricardo, Luis (se incorporó provisionalmente a la cofradía) y yo, hacia nuestra cita con la ciudad de Peñafiel. Simultáneamente lo hacían desde Barcelona Ramón y Álvaro.
El viaje desde Madrid es un paseo, ahora que está terminada la autovía. En dos horas ya habíamos penetrado en la comarca y estábamos a quince kilómetros de nuestro destino.
_  ¡Que!, ¿iniciamos la inmersión?
_  ¡Pero si aún no hemos llegado!
_  No, pero ya estamos en la zona.
Nava de Roa es apenas un poblacho, pero con lo que andábamos buscando: una plaza donde aparcar y una taberna donde comenzar nuestra andadura.
_  Tres tintos, por favor.
Ante nuestro asombro, nos sirven de una botella con etiqueta "Ribera del Duero" tres copas de vino. Esto es una novedad, pues sin pedirlo específicamente no se sirve vino de marca. En fin, nos habrán visto con cara de ser de Madrid y nos meterán un clavo. Bueno, resignación que para esto hemos venido.
Estamos olfateando el vino y comentando que no es especialmente aromático cuando veo que el camarero se afana en algo por debajo del mostrador. Un momento después nos ofrece tres montaditos de salchichón.
El vino es muy agradable, frutal, alegre. Pedimos la cuenta al rato, dispuestos a marchar.
_  Son ciento ochenta pesetas, informa el camarero.
Todos comprendemos a la vez que hemos acertado con la región y que la inmersión será un éxito.
Veinte minutos más tarde estamos en el hostal de Peñafiel, dejamos nuestro equipaje y salimos con la idea de hacer un primer reconocimiento del pueblo mientras esperamos la llegada de los de Barcelona.
Al salir dejamos las llaves en el bar y, ya que estamos allí, . .
_  Tres tintos, por favor.
De nuevo la sorprendente costumbre de servir vino de marca. Esta vez reclamo la botella: Protos del 93.
El vino hace honor a su marca: muy aromático, frutado, muy agradable. Ante los elogios, el tabernero se mete en la conversación.
-  ¿Qué les parece el vino?
Todos damos nuestras apreciaciones a la vez.
_  Lo que me llama la atención, consigo decir, es que sirvan vino de marca. En Nava de Roa también nos lo han dado. ¿No tienen vino de cosechero para servir en los bares?
_  Si que hay, pero yo no lo tengo. La consejería de Sanidad no autoriza vender vino sin etiqueta.
_  Pues hace seis meses hemos estado en la Rioja, tercia Ricardo, y allí en todos los bares te lo ponen.
_  Eso será en la Rioja, pero en Castilla-León te meten unas multas que te abrasan y yo no quiero líos.
_  Pero ¿se puede encontrar vino de cosechero para comprar por aquí?, insiste Ricardo.
_  Claro, en todos los pueblos. Si quieren, pregunten en Curiel que está a cuatro kilómetros. Y ustedes, queriendo cambiar de tema el tabernero, ¿están de viaje o se van a quedar?
_  Estamos haciendo una cura de vino en Peñafiel, aclara Ricardo, y de nuevo tratamos de explicar al personal en qué consiste y los grandes beneficios para la salud que aporta.
_  Pues mañana no van a poder visitar Protos, informa un parroquiano, porque cierra los sábados.
_  Si, ya nos lo han dicho, aclaro yo. Pero es que mañana vamos a ver la bodega de Alejandro Fernández y luego la de Vega-Sicilia, así que, de todas formas ya tenemos cubierto el día.
Se hace un silencio entre la concurrencia. Al cabo de un momento, el del bar indica con aire pesimista:
_  La de Pesquera no creo que se la enseñen mañana, pero en Vega-Sicilia no admiten visitas.
_  Es que nosotros ya hemos quedado con ellos por teléfono.
Nadie de los presentes se cree que vayamos a tener ningún éxito, con lo cual acaban preocupándonos. Un rato después salimos hacia el pueblo donde se nos va pasando el pesimismo contagiado.

Peñafiel es una pequeña joya, razona- blemente bien conservado su casco antiguo, que se extiende bajo la protección de un imponente castillo situado en la cumbre de un monte. Desde lejos, en la extensa llanura, destaca como un faro señalando la presencia de la ciudad.
Es una lástima que esté lloviendo tanto. Vamos reconociendo y clasificando los bares a base de echar carreritas de uno a otro.
A las diez de la noche empieza a nevar y decidimos ir al restaurante donde hemos quedado con Ramón y Álvaro.
Al empezar el segundo plato llegan los de Barcelona. Se fija el plan del día siguiente: A las diez en Pesquera de Duero y a las doce en Vega-Sicilia. El programa es apretado porque a las dos y media tenemos reserva en Casa Mauro, por eso del cordero.
Pesquera es un pueblo minúsculo cuyo monumento es la bodega de Alejandro Fernández (Quizá haya más cosas de interés, pero con el frío que hace no las vemos).
A las diez en punto llamamos a la puerta de la bodega. La portalada resulta familiar -¡ay, no tanto como quisiéramos!- por estar impresa en las etiquetas del Tinto Pesquera.
Nos recibe la hija de Alejandro, que nos va dando toda clase de explicaciones.
La bodega es pequeña, sencilla y sin instalaciones de gran porte. Los depósitos de fermentación, de acero inoxidable, tienen ese carácter casero de lo construido con medios propios. "Los hicimos aquí nosotros porque los comprados eran carísimos" explica nuestra anfitriona con una sencillez que nos sorprende viniendo de una familia que produce uno de los vinos emblemáticos de España.
Después de haber visitado un buen número de bodegas me estoy dando cuenta de que se pueden lograr vinos extraordinarios sin necesidad de instalaciones espectaculares, aunque, eso sí, cuidando todos los aspectos de calidad relacionados con la viña, con la vinificación y con la crianza.
A las once hemos terminado la visita porque yo he indicado a nuestra guía que a las doce tenemos que estar en Aranda. Después de la amabilidad con que nos ha tratado no me ha parecido bien decirle que nuestra próxima cita era con Vega-Sicilia.
Cuando ya estábamos preparados para despedirnos nos sugiere una degustación -lástima de hora-, a lo cual aceptamos con entusiasmo. Nos conduce a un saloncito dispuesto en la planta baja de la vivienda y, mientras se afana en abrir la botella de Tinto Pesquera y en cortar unos tacos de queso, responde a nuestras preguntas: Sí, su padre está casi siempre de viaje en el extranjero promocionando los vinos. Efectivamente, es amigo de Julio Iglesias y él ha sido el principal embajador de la bodega.
El Pesquera del 89 que degustamos es de un color rojo oscuro, al menos a la luz de un día nublado a las once de la mañana, aroma intenso, muy vinoso y potente. Al principio sorprende por su paladar aún un tanto agresivo.
Mientras acudo al queso en busca de auxilio percibo por el rabillo del ojo a Álvaro, pillado igualmente de sorpresa.
Al fin todo se aclara: siempre hay que probar un vino acompañado de algo sólido para descubrir sus secretos. En esto, creo que tienen razón los franceses.
Son ya las once y media, nos despedimos y salimos pitando hacia Valbuena que, afortunadamente, no está a más de diez kilómetros.
A las doce en punto estamos en la puerta de acceso a Vega-Sicilia donde un guarda jurado nos identifica y nos provee de distintivos. Al poco llega el enólogo y nos hace pasar a la finca -"No se molesten en pasar por los senderos, el césped necesita que alguien lo pise de vez en cuando"-. Comenzamos a sentirnos importantes.
La visita se va desarrollando con orden Sólo alterado por la nube de preguntas que todos hacemos:
_  ¿Cómo se presenta el año con la sequía que ha estado habiendo?
_  Magnífico, pero si llega a faltar humedad regamos un poco.
_  ¿Por qué fabrican sus propios toneles?
_  Porque es un aspecto importantísimo para la crianza y no queremos ceder a otros esta responsabilidad.
_  ¿Con cuantos años sacan al mercado el "Único"?
_  No hay plazo fijo para el "Único". El Valbuena sale, si la cosecha lo merece, al quinto año: Ahora estamos embotellando el del 90 que saldrá a partir de Junio. Para el Único, depende de la evolución del vino, a veces tarda doce años en hacerse a nuestro gusto y otras sólo ocho, depende.
_  ¿Cuánto tiempo envejece el Único en madera?
_  Como les digo es variable, pero oscila entre cinco y nueve años.
_  Pero eso no es posible, alecciono yo al enólogo. El vino resultaría con un exceso de madera.
_  No necesariamente, me aclara. Durante los primeros dos años el vino está en barricas nuevas que son las que aportan aromas y taninos. Después se va transvasando a barricas progresivamente más viejas, las cuales sólo contribuyen a oxigenar y a afinar el vino.
La nave subterránea de envejecimiento recuerda un recinto eclesial sin turistas, solamente para nosotros. Se nos van mostrando vinos de añadas míticas- Sólo quinientas botellas disponibles-, huele a madera.
A la salida -oye, ¿crees que nos invitarán a probarlo?- nuestro guía, al fin, nos pasa a una sala pequeña y sobria, saca cinco copas de cata y abre una botella de Valbuena del 89. Nos va explicando todos los caracteres del vino y nosotros, a duras penas, intentamos seguirle.
El vino aún recuerda tonos frutales pero su bouquet es mucho más complejo y su cuerpo muy potente, como de "vinazo" según indica nuestro anfitrión.
Esta vez no hay tacos de queso pero, sin duda por la preparación conseguida en Pesquera o quizá porque la hora es más propicia, las copas se van sucediendo y el vino se va apreciando cada vez más -yo lo hubiera bebido con unos años más de botella para que los taninos se suavicen un poco, pero entonces ya no sería un "vinazo" como le gusta al enólogo-.

Cuando solo quedan tres dedos en la botella -no queremos que piensen que hemos venido a atracarnos- nos despedimos agradecidos de nuestro guía. Peñafiel y el cordero de Mauro nos esperan.

NOTA DE CATA:

TINTO PESQUERA - Cosecha 1987
Capa color picota virando a teja. Cuerpo potente,
bouquet complejo, equilibrado, muy largo.
Bebido en su 14º año - Calificación 5/5

14 junio 2013

RECUERDOS (III)

Al otro día, domingo, nos despedimos del hotel y nos encaminamos a Nájera adonde llegamos un poco antes de las once de la mañana.
Comenzando a visitar la ciudad, dimos con una pequeña iglesia, no lejos de Santa María, y entramos a verla. Al salir, Alberto me indica que se quiere quedar un rato más.
_  ¿Te vas a retirar unos momentos? le pregunto.
_  Precisamente, me contesta.
Salgo fuera y comento con Ricardo y Ramón que hay que esperar a Alberto. De la plazuela de la iglesia, y contigua a esta, parte una calle pequeña. A diez pasos se abre la puerta de un bar y decidimos esperarle ahí.
Todos pedimos un vino menos Ramón que pide papel higiénico.
_  Ya podías haber sido más previsor, reprende Ricardo. Hace poco más de una hora que hemos salido del hotel.
_  Es que estoy algo ligero de vientre, explica Ramón saliendo disparado hacia el fondo, a la izquierda.
Después del primer vino, Ricardo manifiesta sus deseos de ir a misa y de no dejar solo a Alberto.
_  ¡Ah! pero, ¿Alberto se queda a la misa?
_  Si, claro. ¿No te lo ha dicho?
En fin, parece que "retirarse unos momentos" es más de lo que yo pensaba. Me quedo momentáneamente solo pensando en lo mal que entiendo las cosas últimamente.
Terminando el segundo vino reaparece Ricardo.
_  Oye, que no veo a Alberto en la iglesia y me da reparo estar mirando continuamente a todos los lados. Entra tu un momento a ver si le ves.
Dócilmente, entendiendo cada vez menos lo que pasa, penetro en la iglesia y busco a Alberto hasta que las viejas empiezan a mirarme con un gesto reprobatorio.
De nuevo en el bar manifiesto a los otros dos (Ramón ha regresado durante mi incursión en la misa de once) que yo tampoco veo a Alberto. En fin, se habrá alejado de la puerta para conseguir un mejor recogimiento.
_  Señorita, tres tintos y una ración de oreja.
Ramón vuelve a despreciar el vino y sale a paso ligero hacia el fondo, a la izquierda.
A las doce ya había salido la gente de misa pero, de Alberto, ni rastro.
Preocupados, abandonamos con pesar la taberna (el vino, excelente como era norma) y salimos en tres direcciones distintas por el pueblo a buscarle. Al cabo de un cuarto de hora le encontramos, por cierto muy cabreado.
_  ¡Iros a la mierda! ¿No podíais esperarme ni cinco minutos?
_  Pero si te habías quedado a la misa.
_  ¿No te había dicho que me iba a quedar unos minutos?
_  Como Ricardo dijo que te quedabas a la misa. .
_  Lo que no entiendo es por qué coño os habéis marchado.
_  Pero, si te estábamos esperando en el bar. .
Como la bronca arreciaba yo intenté cortar.
_  Bueno, ya hemos perdido con esta coña bastante tiempo y aquí se ha venido, sobre todo, a visitar Santa María la Real, así que moveos.
_  Yo ya la he visto, informa Alberto.
_  Pero ¿cuando?, preguntamos los demás.
_  Pues cuando os habéis marchado. ¿Que querías que hiciera si me habíais dejado solo?
Con un cabreo sordo nos dirigimos hacia el monasterio mientras oíamos que Alberto nos recomendaba rapidez por que él ya lo había visto y porque sólo nos quedaban 15 minutos antes de que cerraran.
Los orígenes de Santa María la Real están impregnados por aromas de leyenda, según nos explicaron. Según esta, el rey don García de Navarra, en vísperas de la conquista de Calahorra, estaba de caza por las colinas de Nájera y su halcón desapareció entre la maleza persiguiendo a una perdiz.
El rey se adentró por la espesura abriéndose paso con la espada y, ante su sorpresa, descubrió la entrada de una cueva. En el interior de esta descubrió un rústico altar sobre el que descansaba una imagen de la Virgen, delante del cual retozaban amigablemente el halcón y la perdiz. Don García decidió entonces honrar a Nuestra Señora erigiendo el monasterio.
Contigua a la iglesia se encuentra el acceso a la cueva en el que se alberga el Panteón de los Reyes de Navarra, donde reposan los restos de don García y doña Estefanía de Foix, de don Sancho Abarca y doña Urraca -hija del conde Fernán González-, de . . .
La atmósfera de admiración ante el trabajo de los mausoleos y el significado de los personajes se ve interrumpida por la voz del celador: Señores, cerramos.
Salimos a regañadientes prometiéndonos regresar para, esta vez, dedicar al monasterio el tiempo que se merece.
A la salida Alberto nos urge:
_  ¡Pero qué pesados sois! Se nos va a hacer tarde para ir a Santo Domingo de la Calzada.
Llueve a cántaros en Santo Domingo. Esquivando los charcos de la calle empedrada entramos en la Catedral - Alberto esta vez no se aparta del grupo-.
Tratando de no molestar -hay misa- la recorremos y nos sorprende el kikiriki irrespetuoso del gallo que está cautivo, junto a una gallina, en un gallinero con barrotes forjados, situado a media altura en uno de los muros.
Nos dicen que las aves recuerdan el milagro del Santo -cantó la gallina después de asada- y que a los pobres animales los van cambiando cada poco tiempo.
Por unas escaleras se baja a una pequeña cripta donde se encuentra el sepulcro de Santo Domingo. Mientras nos encontramos silenciosos contemplando el mérito de las esculturas, se eleva bruscamente como un sonido de cánticos repetidos mil veces por el efecto de mil ecos formados por la piedra.
El efecto es sobrecogedor, por lo inesperado. Subimos aprisa la escalera para encontrar su origen, pero no es sino que los fieles están cantando, y de qué manera. Todos, a viva voz, y sin libro de himnos.
Miro a mi alrededor y descubro el secreto: ¡La Catedral tiene karaoke! En una pantalla va apareciendo el texto y los fieles lo siguen a todo pulmón. Lástima, la sensación misteriosa que tuvimos en la cripta, como de leyenda de Gustavo Adolfo Becker, se debe a un invento japonés.
Ya en el exterior, nos encaminamos al cercano Parador Nacional, antiguo Hospital de Peregrinos, restaurado magníficamente y conservando todo el sabor intacto de un edificio gótico. Una ronda de tintos y a comer en un pequeño restaurante popular cercano.
La tarde la reservamos para la actividad menos grata del fin de semana: el viaje de regreso, unos a Madrid y Ramón a Barcelona. Que tengamos un buen viaje y hasta otra.
            Me resisto a cerrar el capítulo de La Rioja sin referirme a que Ramón me llama a las diez de la noche del domingo, yo creía que para interesarse por el viaje de vuelta, pero no:
_  Oye, ¿vosotros habéis echado cuentas del dinero del viaje?
-  ¿?
_  Es que creo que he estado pagando todas las cuentas de mi bolsillo. Como la mariconera tiene dos compartimentos me parece que he estado sacando del mío.
_  La verdad, a mi me ha parecido que el viaje no me ha salido excesivamente caro, pero no creo que me lo hayas estado financiando.
_  Pues yo estoy seguro de que, por lo menos, he pagado de mi bolsillo la cuenta de la comida en Santo Domingo.
_  Bueno, consultaré con Alberto y Ricardo . . .

                                                                  --- O O O ---


_  Ramón, que dicen estos que te vayas a la mierda, que te has inflado a hacer compras en todos los sitios, que te has gastado una pasta y que ahora vienes con que te has equivocado, que nos olvides.

NOTA DE CATA:

GRAN RESERVA 904 - Cosecha 1987
Capa muy evolucionada hacia tonos teja, cuerpo todavía
potente, taninos domesticados, aroma intenso, armonioso,
buquet complejo, muy equilibrado, sedoso, muy largo.
Bebido en su 13º año. Calificación: 5/5

LA ERMITA DE SAN JUAN (y II)

Como advertí en la entrada del 24 de mayo, Wikipedia se negó a publicar mi artículo sobre la ermita de San Juan. En vista de esto decidí escribirles una carta abierta en la propia Wikipedia y, como sabía que la iban a borrar en un par de horas, tuve la precaución de copiar estas líneas que ahora os ofrezco.
Ojo con Wikipedia, tiene entradas verdaderamente sesgadas, cuando no políticamente convenientes o claramente falsas.

La Ermita de San Juan de la Cruz en Ojébar            

Dos veces he intentado introducir un artículo mío en el sistema Wikipedia y dos veces ha sido borrado. Ignoro qué tiene su organización en contra de aceptar un pequeño trabajo sobre los orígenes de unas ruinas cerca de Ojébar y, por supuesto, ignoro igualmente sus razones para borrarlo a toda prisa como si se tratara de un texto subversivo o pornográfico o tendencioso. 
Tampoco comprendo cómo dos individuos procedentes, uno de Chile y el otro de una región periférica de España, pueden juzgar sobre la veracidad y rigor de un trabajo que se refiere a una antigua construcción religiosa de mi pueblo y que, lógicamente, conozco bien. Y lo que no conocía ha sido tomado de publicaciones y archivos nacionales y queda claramente referenciado en mi trabajo.

No tengo paciencia para perder más tiempo adivinando las formas de edición y triquiñuelas que pudieran satisfacer a mis inquisidores, así que me buscaré otro marco para colocar mi artículo. 
Gracias por nada.

07 junio 2013

RECUERDOS (II)

Efectivamente, a las once de la mañana del sábado estábamos enfrente de Cune. El día era lluvioso, por lo que salíamos del coche lo menos posible. En un sábado a esas horas y con ese tiempo no había mucha gente por la calle. La verja de acceso a la bodega estaba cerrada y, lo que era peor, no se veía un alma. Alberto salió del coche y se puso a llamar a voces a su amigo. Nada.
Probamos fortuna por otra puerta. Esta vez había gente: Un guarda en el interior.
_  Buenos días. ¿El Sr. Paz, por favor?
_  El Sr. Paz no está.
_  Ah, ¿Ha salido?
_  No, es que no está. Se fue ayer a Bilbao.
Tres pares de ojos se volvieron a la vez hacia Alberto
_ Es que yo quedé con él para visitar la bodega. ¿Sabe si va a volver esta mañana?
_  No creo, me figuro que volverá mañana por la noche.
Durante unos momentos hubo un silencio indicador de que nadie sabía qué hacer. Afortunadamente, el guarda arrojó un poco de esperanza:
_  Si lo que quieren es visitar la bodega vuelvan a las doce y hablen con el enólogo. Como son amigos del Sr. Paz,. . .
Y así lo hicimos: A las doce estábamos de nuevo ante la entrada principal de la bodega. También estaba un autocar con matrícula de Barcelona.
_  ¿Creéis que irán a la bodega?
_  Ni hablar. Estos están aparcados en la explanada esperando a alguien.
En ese momento el guarda abrió la verja y el autobús con sus turistas entraron al recinto. Nosotros, cada vez más pesimistas, esperábamos ya que el guarda cerrase de nuevo la verja cuando este nos hizo señas para que pasáramos también.
_  Si quieren pueden unirse al grupo del autobús.
Una vez dentro, Alberto no estaba dispuesto a perder su prestigio de organizador así como así.
_  Esperad un momento, que voy a subir a la casa de Paz a ver si hay alguien de la familia.
Lo que consiguió fue despertar al hijo -el pobre no sabía nada salvo que sus padres estaban en Bilbao- así que regresó a los pocos minutos para unirse, como nosotros, al grupo de los catalanes.
La bodega es impresionante, sobre todo las nuevas instalaciones de vinificación con cubas de fermentación de acero inoxidable y control del proceso por ordenador.
            La cosecha del 94 estaba en plena fermentación y el enólogo levantaba las tapas de las cubas para que pudiéramos ver el proceso. Medio en broma yo le aconsejaba:
_  Yo que usted no tendría tanto tiempo abierta la tapa, no vaya a ser que se le pique el vino.
_  No hay peligro, el vino está perfectamente a salvo.
_  Usted verá, pero tomando muchas más precauciones, a mi se me pica el vino que hago.
_  Pero ¿usted le pone metabisulfito?
        Gran consternación, primero por que yo, efectivamente, no ponía metabisulfito y, segundo, porque nunca se me habría ocurrido que las grandes bodegas utilizasen estos productos. Pero, en fin, si el enólogo de Cune me lo recomienda no veo razón para no utilizar yo también el dichoso metabisulfito. Trataré de encontrarlo en alguna droguería.
La visita terminó en un saloncito donde degustamos algunos vinos (el Imperial no estaba en la lista) y devoramos unas lonchas de chorizo.
Empezando por el Clarete del 87, me sorprendió su aroma y su cuerpo potente. Alguien me llenó otra copa, que cogí con la mano izquierda, con Viña Real también del 87. De nuevo aprecié la intensidad del aroma y la robustez del vino. El problema venía al intentar diferenciar los caldos que tenía en ambas manos: Después de sucesivas catas llegué a la conclusión de que me resultaban totalmente iguales y, puesto que los precios no lo eran, manifesté a mis colegas que iba a comprar una caja del más barato.
Alguien que conocía los vinos mejor que yo -era el fabricante de las cajas de cartón con que se expiden, aunque lo más importante era que la familia de su mujer tenía una pequeña bodega- acudió en mi ayuda y me sacó al patio, donde había más luz. Allí me hizo agitar las copas para determinar el movimiento ligeramente diferente de un vino con respecto al otro.
¡Estaba claro! El Viña Real daba la sensación de ser un poco más viscoso y, además, tenía un buquet más pronunciado a madera.
El problema era que, a estas alturas, yo ignoraba el caldo que tenía en cada mano y cada vez me iba liando más. El dilema lo resolví, por tanto, comprando el vino más barato.
No obstante, este tema me lo voy a tomar muy a los pechos y estoy decidido a conseguir diferenciar el Clarete del Viña Real aunque esto sea lo último que haga en la vida.
Terminada la visita a la bodega nos fuimos al centro de Haro a seguir degustando y a comer a la Quica, solemne menestra, pero ¡ay!, no había menestra porque, según nos explicaron, no era época de alcachofas.
Este fue un segundo disgusto a sumar al de que Terete estaba cerrado por vacaciones.
Después de comer se suele acometer la importante discusión de si es o no lícito hacer un alto de hora y media para echar la siesta. Este debate no conduce a nada ya que casi nunca hay unanimidad pero, en aquella ocasión, como no había gran cosa que hacer en una tarde lluviosa a las cuatro de la tarde, se optó por la siesta.
A las cinco y media salimos hacia San Millán de la Cogolla y, siempre lloviendo, llegamos al fin al monasterio de Suso. El pequeño cenobio, parcialmente excavado en la roca, es de una sobriedad que sobrecoge el espíritu. Apenas un leve retazo de arte no sujeto a la necesidad más inmediata, a la resolución más acuciante de un problema de espacio vital.
Las arcadas que soportan la única nave de la iglesia tienen, después de los siglos, el sabor de algo realmente atemporal, tan viejo como la roca vecina.
En un hueco, no sé si natural o excavado de esta última, se encuentra la tumba -románica del siglo XII- de San Millán que contribuye igualmente a  dar esa idea de apartamiento, en el espacio y en el tiempo, que se apodera del visitante en cuanto penetra en este recinto.
Abandonamos Suso un poco sobrecogidos por el carácter del lugar aún hoy impregnado de soledad. Las tumbas de los siete infantes de Lara, colocadas en el portal del monasterio, despidieron al grupo.
Un par de kilómetros más abajo se halla el monasterio nuevo, el de Yuso. Comenzada en el siglo XVI, es una enorme construcción con un aire al Escorial, que visitamos acompañados de un guía muy divertido -hay muchos guías divertidos a los que les gusta decir cosas- que nos explicó cómo se resolvía el giro de un facistol a base de maderas resinosas y cómo se controlaba la humedad adecuada para la conservación de los libros de gregoriano y de los frescos de la sacristía, una de las más bellas de España.
A pesar de la grandiosidad del monasterio, en el fondo todos salimos prefiriendo la atmósfera y la sencillez del pequeño cenobio de Suso.
A la salida seguía lloviendo y cada vez más fuerte. Al llegar a Berceo la visibilidad era difícil, incluso a la velocidad máxima del limpiaparabrisas.
No sé si los del pueblo tienen alguna razón válida para hacerlo o si se trata solamente de embromar a los turistas, pero el hecho es que las bajantes de agua de los tejados que yo conozco descargan a nivel de la acera o, si hay red de alcantarillado, penetran en el suelo.
Pero en Berceo, no. Las bajantes acaban a metro y medio de la calzada, están acodadas para dirigir el agua hacia el centro de la calle  y, cuando llueve en serio, arrojan unos chorros que sólo he visto salir de la manga de un bombero. Si para colmo, como era nuestro caso, se va por una calle estrecha de sentido único, el resultado es que uno se encuentra con dos chorros cruzados de agua a la altura del parabrisas, lo que proporciona una impresión de que el agua va a reventarlo, el coche se va a inundar y nos la vamos a pegar porque la mole de agua -y encima de noche- no deja pasar la más mínima luz.
Afortunadamente, pasando con sumo cuidado, no nos ocurrió nada de esto, pero me queda la enorme curiosidad de saber cómo se las arreglan los que vayan a pie y para qué coño sirve semejante gilipollez.
En fin, que llegamos sin novedad a la ciudad que nos debía acoger para cenar, Laguardia, no si antes parar en La Bastida a tomar unos vinos para sacudirnos el espíritu eremita que nos había invadido durante nuestra visita a  San Millán. Como siempre, el vino de cosechero de las tabernas resultó excelente.
Yo creo que hay que visitar Laguardia de noche. En lo alto de un cerro aparece con sus murallas iluminadas dando una sensación de cuento de hadas, de cantar de gesta, de ciudad medieval que hay que asaltar.
El inconveniente, en cambio, de llegar pasadas las ocho es que la Iglesia de Santa María ya está cerrada y no se puede admirar, por tanto, el pórtico gótico policromado. Yo no recuerdo haber visto nada equivalente en España salvo el pórtico de la Gloria en Santiago.
Hay también otro inconveniente, y no chico en una cura de vino, y es que de noche no se pueden visitar las numerosas bodegas de la ciudad. En vista de esto quizá haya que recomendar dedicar a Laguardia un día entero. Creo que lo merece.

Antes de cenar dedicamos un buen rato a visitar algunos bares que prometían tener lo que andábamos buscando. Recuerdo uno -tengo que volver para anotar su nombre- que tenía un ambiente tan acogedor que, durante unos instantes llegamos a dudar si no sería una especie de club privado al que nos estábamos colando por la cara.

NOTA DE CATA:

VIÑA REAL, Gran Reserva 1986
Capa con tonos teja, aroma potente con matices balsámicos, complejo.
Aún conserva un buen cuerpo, bien equilibrado.
Bebido en su 13º año, Calificación: 4/5

(Continuará)