28 noviembre 2014

LA FIEBRE DEL ORO

   ¿No os parece enormemente romántica la minería del oro, me refiero a la que practicaban aquellos antiguos buscadores que a lo largo de los siglos removían y lavaban las arenas de los "placeres" en busca de la pepita que podría cambiar sus vidas?
   
No debo ser yo el único en considerar este tema muy interesante, ya que hoy en día hay un número considerable de pueblos en España que toman la búsqueda del oro como argumento turístico y económico:


   Entre otros, Tineo, en Asturias. Comarcas de Valduerna y Omaña, en León. Cuencas de los ríos Genil y Darro, en Granada. Balaguer, en Lérida.

                     oro

   La realidad es que no era oro todo lo que relucía y que la riqueza y el poder que aquella traía consigo estaban muy unidos al sufrimiento y a la miseria.
   El trabajo que os presento a continuación es el esquema de la conferencia que mi hermano Nacho dio a sus alumnos, es decir, es sólo una guía para el orador. Desgraciadamente yo no soy un experto en el tema, así que no esperéis encontrar, por mi parte, la amenidad que Nacho os habría proporcionado.
   Bueno, ahí va:


LA FIEBRE DEL ORO


EXPLOTACIÓN DE LOS PLACERES AURÍFEROS

José Ignacio Manteca
Universidad Politécnica de Cartagena




Origen de los placeres auríferos
· Los placeres auríferos se originan a partir de la erosión de los relieves montañosos que contienen mineralizaciones primarias de oro.

· Los fragmentos minerales liberados por la erosión son transportados por torrentes y ríos.

· La acción hidrodinámica de éstos produce una clasificación de los materiales de acuerdo con su tamaño y densidad y determina que los minerales más pesados, como el oro, se concentren en determinadas zonas de los cauces fluviales, formándose así los placeres.


Origen y tipos de placeres








Características principales de los placeres
•Leyes muy bajas: En el caso del oro el contenido normalmente no llega a 1 gramo por tonelada, y sólo muy excepcionalmente se dan valores superiores. 

•Bajo coste de explotación: Al encontrarse en sedimentos detríticos no consolidados, como gravas y arenas, su extracción y concentración es sencilla y barata.

La explotación de placeres auríferos en época romana (semana próxima)

21 noviembre 2014

De Roncesvalles a Santiago (y XIV)

Diciembre 1999

Astorga

      Lo dije antes, Astorga se había quedado para mejor ocasión. Ésta llegó como consecuencia de la amable invitación de unos amigos para pasar



un fin de semana en su casa, así que esta vez no viajamos solos sino en su compañía. 
      Como llegamos casi a la hora de comer, sólo tuvimos tiempo para saludar a su familia, dejar nuestras cosas y poco más. No era cuestión de desatender la cita que teníamos con el cocido maragato en La Peseta.




      Los padres de nuestros amigos, sin duda por la prudencia que aporta la edad, se decidieron por otros platos menos agresivos pero los demás nos inclinamos con decisión hacia la especialidad de la comarca. Para los que esto lean y no estén familiarizados con la Maragatería, diré que su cocido se parece al madrileño, sólo que al revés: primero se sirve la carne, luego los garbanzos con la verdura y, finalmente, la suculenta sopa.

      Yo había llegado al restaurante bastante destemplado -Astorga estaba a cero grados y con niebla-, así que preferí romper la tradición y comenzar con la reconfortante sopa según el estilo madrileño. Pero al margen de las preferencias individuales sobre el orden de los platos -mi amigo Hermilo siempre ha defendido que la ley conmutativa es perfectamente aplicable a una comida, es decir, que el orden de los platos no la altera-, el cocido maragato de La Peseta resultó ser exquisito, desde la sopa a las diversas carnes, pasando por los garbanzos y un increíble repollo que diríase confitado. Ah, y de postre las natillas de la casa.
Pero a lo que vamos. El Camino por el interior de la ciudad


comienza por la Puerta del Sol, una de las que tenía la muralla y hoy ya desaparecida, pasa junto al Hospital de las Cinco Llagas y el Convento de San Francisco. Como en gran parte de las villas que jalonan el Camino, éste está señalado en el suelo y en las esquinas de las encrucijadas con flechas amarillas.
Siguiendo éstas aparecen la iglesia de San Bartolomé y, más allá, el Ayuntamiento. Desde su fachada barroca, dos maragatos de hierro -maragato y maragata, si se quiere ser políticamente correcto- golpean la campana de las horas consistoriales "sin dar nunca los cuartos, como buenos maragatos".
      Esto se contradice con el hecho de que sólo Burgos, a lo largo del Camino, la superase en instituciones benéficas, por lo que con plena justicia se denominaba a Astorga "gran mesón de caridad, en favor de los romeros".
      Sigue la niebla y el frío. Avanzamos por Caleya Yerma -callejuela desierta-, por la que también pasaron en su día reyes, santos, caballeros, ladrones y enfermos.
       Aquí recordamos la existencia de la cofradía de zapateros de San Martín, cuyas ordenanzas autorizaban a los del gremio a trabajar en domingo - dispensa excepcional - si se trataba de reparar el calzado de los peregrinos. Más allá, la calle de Santa Marta con la capilla de San Esteban y, a su lado, la enigmática "celda de las emparedadas" con una sola ventana de barrotes y la inscripción sobre granito,


recordatorio que más parece inscripción sepulcral, de las mujeres que allí moraban por grado o por fuerza "Memor esto judittei mei: sic enim erit et tuum. Mihi heri et tibi hodie".
      Al fin, la explanada de la catedral. Decir explanada no es en realidad correcto, ya que toda ella se halla bordeada de zanjas, excavaciones, vallas y máquinas excavadoras. Para colmo, la catedral está cerrada por obras.
      Está visto que el último año jubilar compostelano de los dos primeros milenios de nuestra era ha sido el preferido para levantar los venerables pavimentos en muchos puntos a lo largo del Camino. Ada, que es misericordiosa con los torpes, los defiende alegando que quizá ha sido este año, y no antes, cuando ha llegado el dinero para hacer las obras. No sé, pero creo que ha faltado el don de la oportunidad. 
     
      Al día siguiente, Domingo, después de la misa en la iglesia de San Francisco salimos en coche a recorrer el trozo del Camino que no hicimos esta primavera pasada. Primera parada, Castrillo de los Polvazares. La niebla y el frío no se disipan. El pueblo parece vacío y por sus callejas empedradas, bordeadas por casas y paredes de piedra, sólo nosotros cuatro caminamos.

      Cuando el frío ya nos empieza a calar volvemos al coche y continuamos viaje hacia Rabanal del Camino. El termómetro que indica la temperatura exterior se va acercando a cero grados, la niebla se espesa a medida que vamos ascendiendo hacia Foncebadón. Con dificultad alcanzamos a ver el desvío a Santa Coloma de Somoza, pero nosotros continuamos por la carretera escarchada, bordeada de vegetación pintada de blanco.
      El termómetro ha bajado a tres grados bajo cero, la visibilidad empeora y el coche da un leve patinazo. Curiosamente, quizá como compensación, a la baja temperatura exterior se opone una atmósfera cada vez más caliente y excitada en el interior del coche.
-¡Da la vuelta, Eduardo, que no queremos matarnos!
Seguimos subiendo, pero el ambiente se caldea a medida que la carretera se va volviendo blanca.
      Las protestas, leves al principio, van arreciando progresivamente. A la izquierda aparece un refugio para peregrinos y un par de coches aparcados, así que también nosotros nos detenemos.



      El suelo está cubierto de barro helado y hay que caminar con cuidado. El lugar tiene calefacción, no se sabe si es un mesón o un bar o un refugio. Dos extranjeras jóvenes aparecen con sus mochilas.
      La mesonera tiene ribetes de artista -tiene un taller de alfarería en el pueblo- pero, no obstante, nos ofrece unos vasos de vino y una cazuelita de chorizo frito. Esto parece dar ánimos a los hombres y comprensión a las mujeres, con lo que estas proponen salomónicamente que nosotros sigamos hasta la cumbre, que ellas nos esperarán al calor del refugio.

Así que nos ponemos de nuevo en marcha, rodeados del blanco de la carretera y de los blancos esqueletos de los arbustos que la bordean. Quinientos metros más allá la niebla comienza a disiparse y, un poco después, llegamos a la cumbre, que nos espera brillantemente iluminada por la luz del sol.
      -¡Vaya -comento, admirado, por la solitaria belleza del paisaje-, qué tontas han sido por haberse quedado ahí abajo, en la niebla. No hemos tardado ni tres minutos en llegar hasta aquí!
      - No te preocupes, si les contamos que aquí hay sol, no nos lo creerán.
      La Cruz de Ferro se halla contigua a la carretera, sobre un alto mástil de madera rodeado por una pequeña montaña de piedras. No me he acordado de traer la mía, así que nos dedicamos a buscar alguna por los alrededores, pero es inútil. Durante siglos la gente las ha cogido todas, así que tenemos que robar alguna de las que están depositadas al pie de la cruz y, eso sí, subirla hasta la cumbre del montecito, al pie del mástil.
      Incluso con sol hace un frío que pela y como, además, no debemos retrasarnos, pues doña Tita nos espera en su casa con unas alubias blancas estofadas y un congrio al ajo arriero, descendemos hasta el refugio, recogemos a las mujeres -que no se creen que en la cumbre de Foncebadón haga sol- y regresamos a Astorga.


      Ah, finísimas las alubias y suculento el congrio. Excelente broche final para nuestra visita a Astorga y al puerto de Foncebadón, ambos, lugares míticos del Camino de Santiago.

14 noviembre 2014

De Roncesvalles a Santiago (XIII)

      Al día siguiente de nuestra llegada a Santiago teníamos previsto -cómo no- visitar la catedral y Ada quería ganar el Jubileo,
así que a las once estábamos allí con la idea de ver el enorme templo y luego coger sitio para la Misa del Peregrino. Pero en cuanto entramos vimos claramente que había que sentarse inmediatamente si no queríamos permanecer todo el rato de pie.


      La mayor parte de los asientos estaban ya ocupados por una muchedumbre ruidosa y excitada, así que nos sentamos donde pudimos, es decir, en los últimos bancos del crucero de la derecha.
      Ada se levantó poco después para confesarse -o xubileo requere confesar con cura galego e comulgar- y yo me quedé guardando su asiento. Cuando ella regresó yo aproveché para estirar las piernas y ver el Pórtico de la Gloria,
tarea complicada por la muchedumbre que, siguiendo a sus guías de turismo, lo ocupaban todo, destacando sobre el resto la expedición de jubilados de Aliste, todos con un pañuelo verde al cuello que los identificaba.


      Huyendo de los empujones conseguí refugiarme en un rincón desde donde tenía una vista razonable del pórtico y allí me quedé al menos diez minutos contemplando el románico más bello que haya visto jamás.
      De nuevo en mi sitio, vi que el pasillo central del crucero estaba totalmente ocupado por la gente, muchos de ellos peregrinos cargados con sus mochilas. 


Se acercaba la hora de la misa y el maestro de canto comenzó a ensayar con nosotros algunos himnos en latín.

      A las doce comenzó la misa, celebrada nada menos que por dos obispos, el de Santiago y el de Jaca, éste último llegado junto con una peregrinación de su pueblo. El de Santiago dio la bienvenida a los peregrinos en cuatro idiomas. Unos alemanes próximos a nosotros lanzaban exclamaciones, sorprendidos, y creo que emocionados, al oír la salutación en su lengua.


      Al final, después de la comunión, aparecieron los tiraboleiros para ofrecer a los fieles la vieja exhibición del botafumeiro. Y daba miedo, pues a cada estirón de la cuerda el péndulo adquiría más altura, en medio de los gritos de la concurrencia animándolos para que le dieran más caña.
El gigantesco incensario llegaba casi a la horizontal, pareciendo que iba a alcanzar el techo, y aún los peregrinos seguían jaleando a los tiraboleiros.
      Por la tarde, confiando que la catedral estuviera más despejada, regresamos para que Ada pudiera ver con detenimiento el Pórtico de la Gloria. Aunque había misa, todo estaba mucho más tranquilo que por la mañana. El folleto descriptivo sobre Santiago de Compostela indica respecto de esta portada:
“Considerado como la obra cumbre de la escultura románica, el Pórtico de la Gloria es un auténtico prodigio iconográfico labrado por el Maestro Mateo, que consiguió despertar la piedra y ser estatua, gesto y sonrisa cómplice”.
      Dando la última vuelta por el interior de esta enorme catedral, nos topamos con una capilla que nos había pasado desapercibida hasta el momento, la capilla de la Corticela.



      Es una pequeña iglesia románica, una joya de perfección y sobria elegancia, incrustada en un ángulo de la catedral. Durante unos segundos la contemplamos, sorprendidos de no haber sabido de ella antes. La explicación creo que es que la enorme concentración de obras de arte de la catedral de Santiago, y aún de toda la ciudad, hace que sea imposible, en una primera visita, descubrir y valorar todas y cada una de las maravillas que se ofrecen al 

visitante.     Es como si se alcanzase un estado de saturación artística que impide seguir asimilando las obras de arte. Estoy seguro de que si esta pequeña iglesia se pudiera trasplantar a un páramo alejado de cualquier ciudad, habría auténticas colas para admirarla, en tanto que aquí nos la encontramos vacía...


      Recorrimos la ciudad vieja de norte a sur y de este a oeste, visitamos exposiciones como la de arte románico del Palacio de Gelmírez, cenamos más caldo, pulpo y vieiras. Pero siempre nos encontrábamos con un grupillo de gente de Aliste, la última vez ya casi de regreso hacia el hotel.

      Y al día siguiente, con pesar, abandonábamos Santiago de Compostela, que durante un par de días se había apoderado de nuestro espíritu.