28 mayo 2017

El Primer Espía

Hoy os voy a presentar la novelilla que mi hermano Nacho escribió en su época de interno en el Colegio de Villacarriedo, durante el curso 1960/61. 
El pobrecico tenía entonces 15 años.


EL PRIMER ESPÍA
Drama “Prehistérico”










Alley Oop












J. Ignacio Manteca Martínez









EL PRIMER ESPÍA

NOTA: Agradecemos la cooperación técnica de las autoridades del Paleolítico Superior por haber puesto sus archivos a nuestra disposición.


Resultado de imagen de espías


EXPOSICIÓN:

Pedrizo X-1 se encontraba satisfecho, y ni el hecho de hallarse en tribu enemiga disfrazado, ni las goteras que con prodigalidad caían en su departamento de una cueva de tercera clase que había tenido que alquilar en aquella noche de perros, disminuían su ánimo; y es que el motivo no era para menos: ¡Iba a realizar el primer acto de espionaje de la Historia!

Si triunfaba, su majestad “Pedrés IV” le nombraría agente especial de “Espiaciones y Similares”. Sería el primer espía oficial de la Humanidad. Y hasta, incluso, sus graciosas majestades podrían dignarse a otorgarle la mano de su bella hija, la simpar Piedrita Fina de Canterablanca, máxima aspiración de sus sueños.




A Pedrizo la vocación se le había despertado en su más tierna infancia, a pesar de que sus padres no le llevaron nunca a ver películas de espionaje; él espió siempre todo lo que pudo e, incluso, lo que ni debía, causándole esto último algún disgusto que otro. Y ahora, por fin, le llegaba la ocasión de hacerse famoso y pasar a la inmortalidad.
No obstante, pensaba, no sería su vida un continuo caminar sobre laureles; habría primero que merecerlos. ¿Qué dirían de él si no, en los siglos venideros, los miles de americanos y rusos que seguirían sus pasos a través de aquel sano y productivo deporte de su invención?



En estos pensamientos le venció el sueño. La noche se había calmado y ya no llovía. Allá, en lo alto, brillaban las rutilantes estrellas del Paleolítico mientras, procedentes de cuevas y chozas, salía a la oscuridad una sinfonía de ronquidos prehistóricos.


GUIJARRO I

Pedrizo, inadvertido con su disfraz, paseaba un tanto desconcertado por la aldea enemiga; en ella todo era tan primitivo como en la suya, nada de aparatos extraños ni ingenios bélicos, y no se podía pensar en encontrar algún plano secreto. No obstante, el decidido espía no perdió el ánimo y comenzó su labor de observación.



Calculó el número de sus enemigos en casi un par de cientos de hombres y, juzgando arbitrariamente, le pareció gente bastante más ruda y con más pinta de brutos que los de su raza (que no era paja).

Su lengua era bastante parecida, sólo se diferenciaba en ciertos berridos y algunos chillidos, algún grito que otro o localismo en forma de ruido interno, clásico, por otra parte, de su argot.

Haciendo estas observaciones Pedrizo se dio de narices con un sujeto que estaba labrando unos huesos tratando, al parecer, de hacer puntas de flechas.



Nuestro espía saludó con un “Buena Caza”. El individuo, sin levantar la cabeza, gruñó algo pero Pedrizo no distinguió bien si había dicho “salud” o es que había eructado.

X-1, ante la locuacidad de su interpelado, comenzó a hablarle. Este asentía a todo soplando por las narices. Por fin logró averiguar que se llamaba Manutow y, media hora más tarde, pudo entrar en franca conversación con él. Manutow le habló de sus costumbres, del proletariado y de la comunidad de la tribu. Presumía de que su raza descendía directamente del mono (*) y de ser materialista, no rindiendo culto más que a la Ciencia y al Progreso.

Gracias a la Técnica, decía, podemos matar de un lanzazo o con una flecha a un reno sin tocarle siquiera. 



Cierto, comentó Pedrizo. Hemos llegado a tal dominio de la Ciencia que una guerra con tan mortíferas armas causaría un desastre irremediable.

Y el rupestre espía, que estaba a lo suyo, consiguió obtener una de aquellas flechas, de un tipo desconocido para él, a cambio de unos trozos de chicle casero que había fabricado con tripas de pájaro y que Manutow masticaba con solemnidad.

(*) Ciento cincuenta mil años después, la Ciencia dio parcialmente la razón a Manutow demostrando que aquella tribu descendía, no de cualquier mono, sino del macaco Rhesus, compartiendo con él la ausencia de un factor sanguíneo llamado Rh, o sea, que tenían Rh negativo (de Rhesus).





GUIJARRO II

Aquella noche Pedrizo X-1, eludiendo la vigilancia del sereno –terribles en aquellos tiempos por usar, en lugar del “chucho”, una descomunal maza erizada de nudos-, llegó hasta una choza de barro y ramas que constituía el arsenal bélico de Villalítica.

Pedrizo la miró con reverencia y temor, antojándosele en su imaginación como una base ultrasecreta, pululante de armas y trampas. No obstante, ningún timbre de alarma sonó ni se vio deslumbrado por reflectores sino, únicamente, por el tenue resplandor de la hoguera donde se calentaban dos centinelas.



Acostumbrándose a la oscuridad observó las armas que le eran más o menos conocidas. En el momento de coger una lanza que le llamó la atención, oyó un ruido que se acercaba. Salió disparado, a tiempo de ver dos figuras oscuras que corrían velozmente.

Pedrizo, que tenía muy buenos reflejos, al creerse descubierto arrojó con fuerza la azagaya sobre las dos sombras.

Cayó con un rugido terrible la segunda, mientras que la que iba delante, profiriendo agudos gritos, caía como una tromba demoledora sobre el audaz espía, que se desplomó bajo la pesada mole y cerró los ojos, esperando el golpe mortal. Pasaron unos instantes y su gigantesco enemigo seguía sujetándole y chillando con fuerza.





¿Le querría estrangular? Abrió entonces los ojos y se revolvió con toda su energía tratando de deshacerse de aquel mortal abrazo, pero no lo logró. Miró con furia al adversario y quedó confuso al confirmarse la terrible sospecha: aquello era una hembra.

Pedrizo, como buen espía, era romántico pero, sin embargo, al hallarse en los brazos de aquella mujer, ante el hechizo de la noche y bañados por la luz de la luna, no experimentó otros sentimientos que un fuerte deseo de salir corriendo y alejarse de aquella energúmena.



Por fin consiguió librarse y levantarse en el momento en que llegaban los centinelas preguntando qué ocurría. Pedrizo, que no sabía aún lo que había pasado, necesitaba más que ellos alguna explicación.

Entonces, la mujer, que seguía dando gritos, señaló el bulto tendido en el suelo unos pasos más atrás; al acercarse X-1, se le hizo un nudo en la garganta: con la lanza que él había arrojado, traspasándole el corazón yacía un descomunal oso gris.

La víctima salvada de aquella fiera resultó ser Petruska, hermana del dictador de la tribu, que explicó entre sollozos emocionados que estaba a punto de ser alcanzada por la bestia cuando aquel valiente la mató de un solo lanzazo.
   

Luego, dirigiéndose a Pedrizo, comenzó a decirle que gracias a él aún vivía, que nunca se lo podría pagar, que en adelante no podría vivir sin él…

Haciendo de vez en cuando pausas que aprovechaba para sorber ruidosamente por la nariz y babear a besos la cara del infortunado espía, que creía desmayarse cada vez que se veía entre aquellos peludos brazos y junto aquella boca temible, rodeada de un poblado bigote, que le repetía apasionadamente entre perdigonada y perdigonada: 



¡Siempre estaré a tu lado! - ¡Ni la muerte podrá separarnos!

GUIJARRO III

A partir de aquel momento, Pedrizo creyó vivir una pesadilla. Le llevaron ante el hermano de Petruska, el dictador Rocanovich Chuponceski, que le pareció uno de los animales más parecidos al hombre, a quien al preguntarle por su procedencia mintió descaradamente, diciendo que había sido expulsado de su tribu por tener ideas socialistas.



Chuponceski le felicitó efusivamente por haberse unido a la causa y añadió que se había merecido la mano de la vigorosa Petruska.

Es, decía de su hermana con orgullo, la mujer más fuerte de la tribu, capaz de llevar sobre sus espaldas la caza, de atravesar un río a nado, de caminar un día entero, de estrangular a un ciervo… Y así prosiguió enumerando las delicadas y femeninas prendas de la hermanita.

Ella, continuaba, te dará docenas de hijos para el partido, protegiéndote por las nochesdel frío…

En fin, concluyó, una mujer de pelo en pecho. 



Pedrizo, que no creía que fuesen tan graves los peligros del espionaje, miraba, empequeñecido, sin osar abrir la boca ante la que el azar había hecho su prometida, que con sus 110 kilitos de carne velluda que salía a ronchas del vestido de piel de búfalo, que le sentaba como un bikini a una hipopótama, parecía querer comérselo con los ojos. Pedrizo la comparaba in mente con la delicada y esbelta Piedrita Fina, como una vaca al lado de una gacela.

Por fin se concertó la boda para el día siguiente. El frustrado espía comprendió que su única Salvación estribaba en la huída, en abandonar su labor de espionaje y salir corriendo hacia su tribu. Pero le fue imposible, pues no dejaron de vigilarle hasta el momento de la ceremonia.



Llegó la trágica hora. Pedrizo, con una piel de gala y unas armas que le había regalado el dictador, fue conducido al lugar de la ceremonia junto a la novia –que no iba ni blanca ni radiante-, como reo ante el patíbulo.

Petruska le recibió estampándole un sonoro beso que casi le absorbe como una aspiradora, provocando en el pobre X-1 una nauseas que no le dejaban respirar.

…Y el Partido Socialista Villalitista os declara mari…

Fue entonces cuando Pedrizo, en un arranque de sublime inspiración, gritó como un energúmeno:
¡Y un cuerno! 



A la vez que salía disparado hacia el mundo libre, ante el rugido indignado de la horda que, encabezada por Petruska y todas la mujeres de la tribu -que se sentían defraudadas por el final del idilio- se lanzó sedienta de sangre en persecución de aquel engañador de débiles mujeres, de aquel Tenorio sin entrañas que disfrutaba destrozando corazones femeninos.

Pedrizo, como alma que lleva el diablo, corrió, corrió... y corrió y, por fin, a golpe de inexistente calcetín pudo librarse del enemigo cruzando, esta vez en sentido contrario, el Telón de Piedra y cayendo exhausto, pero a salvo, en su tierra, con el miedo aún agarrado a su cuerpo. 


Al darse cuenta de que aún conservaba las armas que le habían regalado, pensó que su odisea no había sido del todo infructuosa. Y no pudo pensar más porque el cansancio hizo que perdiese el sentido.







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Ni qué decir tiene que el temerario Pedrizo fue recibido como un héroe nacional por sus paisanos y que, en solemne ceremonia, su Majestad Pedrés IV le nombró Primer Espía Oficial de la tribu.

Como nuestro héroe era guapote y peludo, y la bella Piedrita Fina dijo que “no estaba mal”, anunció también públicamente el compromiso matrimonial de los dos jóvenes.



Y cuando Piedrita Fina, aquel selecto bomboncito prehistórico se dirigió a su prometido estampándole uno de sus turbadores besos, Pedrizo puso unos ojos como platos y hubieron de sujetarle para que no cayese desmayado de nuevo.


CONCLUSIÓN

Después de la ceremonia, que emocionó el sensible corazón de todas las mujeres de Rocaflorida, las que a pesar de estar en la Edad de Piedra ya acostumbraban a llorar en las bodas, la joven pareja, aclamada por la multitud, presidió un sacrificio en honor del Totem, consistente en la lidia de un hermoso bisonte que corrió a cargo del sumo sacerdote de la tribu, alias “el niño de los pinchazos”, que cumplió matando al tercer golpe.


La horda aplaudió con entusiasmo la faena.

A continuación, y en honor de los novios, se ofreció un “lunch” a los numerosos invitados, servido en la sala de estalactitas de la cámara real.






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Se la sabido de fuentes bien informadas, y sobre todo por documentos contundentes -bloques de piedra de 200 kg.- que Petruska Chuponceski, debido al desengaño amoroso sufrido, se entregó a la vida anacoreta, alimentándose tan sólo de agua y raíces durante 50 días -periodo, en el cual el pueblo Villalítico experimentó un sorprendente alza de la economía-.


Convenciéndose al cabo de dicho tiempo de que ella no servía para la vida contemplativa, desapareció poco después de la tribu.

La última vez que fue vista iba acompañada de un tipo enorme y velludo, habiendo serios motivos para sospechar que el tal individuo fuese un gorila residente en el bosque cercano.

… Y de la pobre Petruska nunca más se supo...




FIN