13 enero 2018

Una visita al Pirineo (V)

    El día siguiente, Domingo, amaneció nuboso aunque con buena temperatura. Después de desayunar


y liquidar el hotel acomodamos en el maletero del coche nuestro equipaje, más las compras que habíamos hecho la víspera, y nos dirigimos alegremente al sur, no sin antes, claro está, llenar el depósito de gasolina, hacia la primera etapa del día: la Seo de Urgel. Después iríamos hacia el oeste, a conocer el Parque Nacional de Aigüestortes.


    Seguimos descendiendo suavemente por una preciosa carretera de montaña. Bosques de coníferas en las laderas del valle producen una relajante sensación de comunión con la naturaleza.
    Unos kilómetros más allá la carretera se hace horizontal, rectilínea y se subdivide en varios carriles para llegar a una explanada, al fondo de la cual hay unos edificios grisáceos.


En ella se encuentran tres autobuses con las puertas abiertas y equipajes dispersos por el suelo. Un grupo de ancianos se mantiene a prudente distancia de los vehículos mirando, preocupados,  sus pertenencias. 
    Me acerco despacio, me apeo y busco a alguien que pueda informarme sobre lo que pasa. Un personaje uniformado camina hacia nosotros.
    -¿Qué ha ocurrido? le pregunto con el corazón en un puño.
    -¿A qué se refiere usted? me contesta.
    -Pues a esos autobuses vacíos y con los equipajes por el suelo. ¿Ha habido algún accidente?
    El uniformado me mira un instante, dudando, y al fin me responde:
    - Pero señor, esto es la aduana.


    No lo entiendo. Desde hace año y medio estamos pasando la frontera España-Francia por Irún, en ambos sentidos, cada tres meses. Además hemos hecho tres o cuatro escapadas de Toulouse a Barcelona para pasar el fin de semana con mi hermano Ramón. En ninguna ocasión hemos presenciado el espectáculo que tenemos ante nuestra vista, más propio de un control en busca de drogas o explosivos. El funcionario me saca de mis cavilaciones:
    - Bien, ¿van ustedes a pasar a España?
    -Pues sí, para eso estamos aquí.
    - Avance y estacione debajo de aquel edificio.
    Hacemos lo que dice y enseguida ordena:



    - Haga el favor de abrir el maletero.
    Apenas me da tiempo a retirarme y ya está rebuscando entre las cosas que se hallan fuera de las maletas: algo de ropa comprada la víspera, algún regalo para mis hijos mayores, cosas para la casa, dos cartones de "Ducados" -el máximo legal-, artículos de perfumería, varios "souvenirs" de Andorra, chocolates belgas y otros artículos habituales en estos viajes.
    El aduanero parece comenzar a estresarse, sus movimientos de palpación a lo largo y ancho del maletero no parecen dar los frutos que probablemente había esperado, así que decidí ayudarle, sobre todo para no perder demasiado tiempo en el trámite:
    - Por si le interesa, llevo también una cassette que...


    No me dejó terminar. Sacó las manos del maletero y su cara expresó un gesto de alivio.
    - ¿Dónde la tiene?
    - Al fondo del maletero, a la izquierda.
    -Bien, haga el favor de sacarla.
    En cuanto vio el embalaje me indicó que pasáramos a la oficina. Una vez en ella me pidió la factura y empezó a rellenar un impreso. Yo me propuse aclarar las cosas:
    - ¿Tengo que pagar por este aparato?
    - Por supuesto, el arancel es del 25% más un 18% de IVA.
    - No digo yo que no, pero eso es para una mercancía que pase a España y este no es mi caso. Yo vivo en Francia y el aparato es para Francia. Yo ahora estoy en tránsito por España pero esta tarde entraré de nuevo en Francia.
    - Me da igual, yo estoy obligado a cobrar lo que le he dicho antes si el aparato pasa a España.



    Noté que mi presión arterial estaba aumentando, es decir, me estaba empezando a cabrear. Intenté llegar a algún acuerdo justo:
    - Bueno, vamos a ver. Si yo pago las tasas me figuro que cuando le muestre el recibo de pago a su colega esta tarde en la frontera, cuando entremos en Francia, me reembolsará el dinero, ¿no?
    - Imposible. El reembolso lo tiene que solicitar a la Dirección General de Aduanas, ellos lo estudian y luego, a su debido tiempo, le harán el abono a su cuenta bancaria.
    Como en aquella oficina no había un espejo no pude comprobar si mi cara se había puesto roja o de qué color, pero yo salté.
    - Pues en ese caso no me interesa pasar a España, me resulta demasiado caro. Así que me vuelvo por donde he venido, a Francia. Muchas gracias por habernos arruinado el plan que teníamos para este fin de semana.
    Y arrebatando de la mesa la factura y el "cassette deck" nos dimos la vuelta y salimos, con gran dignidad, hacia el coche.

04 enero 2018

Una visita al Pirineo (IV)

     ¡Así que ya estábamos en Andorra!


Pasada la sorpre-sa, seguimos calle abajo en busca de un hueco donde poder detenernos para consultar el mapa de la ciudad y orientarnos, pero era inútil, todo estaba lleno de coches y ya temíamos salirnos del pueblo antes de poder parar. Finalmente nos metimos en el parking de un supermercado y pudimos localizar el hotel que teníamos reservado. Kilómetro y medio más adelante se hallaba nuestra meta, así que un poco después dejamos el coche en el garaje del hotel, tomamos posesión de nuestras habitaciones y salimos por fin a conocer la ciudad.
   
La idea que nos habíamos formado durante nuestra llegada a Andorra de una calle interminable llena de coches cambió, ahora que ya éramos peatones, a la de una calle interminable llena de establecimientos comerciales y tiendas diversas a ambos lados. La visita a la ciudad, pues, consistió en mirar escaparates y comparar precios con Francia y España.
    Y así pasamos parte del día buscando gangas y precios asombrosos. Por el momento el mejor precio correspondía a la gasolina, casi la mitad que en Francia.


Por la tarde, ya anocheciendo, pasamos enfrente de una tienda de electrónica y equipos de alta fidelidad y yo miré distraídamente el escaparate, como había hecho ya demasiadas veces aquel día. Guillermo me sacó de mi abstracción:
    - ¡Mira, papá, una cassette como la que te interesa!
Debo advertir que Guillermo, ya en aquella época, era un experto en aparatitos, tenía un ordenador Expectrum ZX y sabía programar en Basic.
    Me paré en seco y me fijé en un cartel. "¡Oportunidad - Pioneer Cassette Tape Deck!
   
Bien, pues me lo compré a un precio muy razonable, tax-free, y me quedé tan contento sin pensar, pobre de mí, que no era buena idea comprar algo así cuando has planeado un viaje que exige cruzar varias fronteras entre Andorra, Francia y España y sus respectivas aduanas.
    Regresamos al hotel cansados de tanto escaparate pero satisfechos de nuestras adquisiciones.
(Continuará)