18 marzo 2021

PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA (y VI)

    El regreso de Pedro Sarmiento comenzó en Bahía, donde se embarcó en una carabela portuguesa hacia España. La travesía transcurrió felizmente hasta estar en aguas de las Azores, donde fueron atacados por tres barcos corsarios de Walter Raleigh. Ante la fuerza de los enemigos se rindió la carabela, que fue apresada.


Dejaron en libertad los corsarios a los tripulantes de la carabela, pero el piloto denunció a Sarmiento como navegante de importancia, quizá como gobernador del Magallanes, y fue hecho prisionero (agosto de 1856) requisándole todos sus papeles. Sarmiento había arrojado al agua algunos de ellos, pero una parte fue rescatada por los ingleses. 

    Fue llevado a Inglaterra (septiembre) donde, después de algunos días de maltratos, Sarmiento fue conducido ante Raleigh que, al conocer quién era, hizo que se le diese un trato más amistoso. Como consecuencia de este contacto fue presentado a la Reina Isabel y con ella departió, como con Raleigh, en latín —era «elegante en latín», dirá después Sarmiento. Estuvieron hablando cerca de dos horas—. ¿De qué? Nuestro personaje no lo dejó escrito. Dirá que era para tratarlo personalmente con el Rey.

 



La reina le hizo llegar un mensaje para Felipe II encaminado a iniciar las negociaciones de paz y se le proveyó de un pasaporte y ayuda para salir de Inglaterra y viajar a España.
Pero Sarmiento, ay, no volvió a España por mar, sino por el continente: pasó a Francia, donde se entrevistó en París con el Embajador de España don Bernardino de Mendoza. También fue a Dunkerque e informó a Alejandro Farnesio, gobernador general de los Países Bajos, de cómo andaban las cosas en Inglaterra (sería después el capitán general designado para su invasión).
    En su camino a España, no muy lejos ya de Bayona, fue hecho prisionero por soldados hugonotes franceses. No le sirvió el pasaporte de la Reina Isabel, y menos el que España estuviese en paz con Francia. Fue llevado a Mont de Marsan y encerrado en un calabozo.




El prisionero quedó bajo la custodia del coronel Castelnao. Los hugonotes propusieron el canje por uno de los suyos, que había caído en Flandes en poder de los españoles. Felipe II no accedió a ello y entonces pidieron un rescate por Sarmiento por valor de 30.000 escudos...
    No hicieron efecto las cartas que la misma Isabel de Inglaterra escribió a Enrique de Navarra, cabeza del partido hugonote (más tarde Enrique IV de Francia); en ellas le manifestaba que le interesaba mucho que Sarmiento pasase a España y llevase sus mensajes a su Rey.



Castelnao fue bajando el rescate pedido por Sarmiento y al fin fue puesto en libertad mediante el pago de tan sólo 6.000 escudos y cuatro caballos escogidos... Era ya el verano de 1590... Tres largos años de cautiverio sufriendo un trato infame, en un calabozo «tan hediondo que no lo podían sufrir los que le llevaban de comer» 
    Desde agosto de 1586, en que Sarmiento fue hecho prisionero por los ingleses, los desventurados habitantes del Magallanes habían perdido su protección, bien que ésta no fuese más que por cartas dirigidas al Rey. Cuando por fin llegó a España (1590), estaba obsesionado con el Estrecho de Magallanes y con la suerte corrida por la gente que allí había dejado.

Al parecer, aquellos colonos sufrieron muchas calamidades y murieron casi todos. Se sabe de su triste suerte por el relato de uno de los supervivientes, el soldado Tomé Hernández, rescatado por el corsario inglés Cavendish...
Pero parece demostrado que Cavendish también dejó abandonados a su miserable suerte a una docena de aquellos desventurados. 
    Entre las penalidades que debieron sufrir se cita como principal, el hambre. Dado que se podían conseguir algunos alimentos tales como frutas silvestres, mariscos y caza, más parece que la verdadera causa de su muerte habría sido alguna enfermedad contraída quizá por el consumo de esos «mexillones» en los que un virus vivía sin causar la muerte del animal, pero sí de la persona a quien servían de alimento. 
    A partir de entonces Sarmiento de Gamboa permaneció en la Corte, respetado por todos y dedicado a sus aficiones literarias, pero siempre con dos importantes asuntos en su mente: ayudar a la gente que había dejado en el estrecho y terminar la labor de fortificarlo.
     

Por último, fue nombrado Almirante de una flota de naves armadas para proteger los barcos de la Carrera de Indias. 
    Zarpó de Cádiz con veintiún barcos (mayo de 1592). Cerca de Lisboa cayó enfermo, fue llevado a esta ciudad y allí falleció el 17 de julio de 1592. 
    Pedro Sarmiento de Gamboa, a pesar de las desgracias sufridas, fue un hombre constante, trabajador y estudioso. Siempre dispuesto a contribuir al desarrollo de las ciencias, trazó cartas, mapas y derroteros, efectuó correcciones en cartas existentes, describió los mares por donde navegó, las tierras que visitó y los parajes que descubrió, que sirvieron para facilitar el éxito de posteriores expediciones.







04 marzo 2021

PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA (V)

    Una vez organizado el nuevo asentamiento "Rey Don Felipe" Sarmiento se dispuso a regresar, a bordo de la María, al poblado «Nombre de Jesús». Aparte el lógico contacto necesario con la gente allí asentada, debía dejar en él todo el material que estaba previsto para ellos y que aún se encontraba en la nao, incluídos los cañones que había que emplazar en los fuertes. 


Estaba ya Sarmiento a bordo cuando se levantó el viento rabioso característico del Magallanes, desencadenán-dose un fortísimo temporal. En inminente peligro de irse la nave contra tierra, se tuvo que picar el cable del ancla (la única que les quedaba) con la consecuencia de marinear el barco y salir a la mar libre, pasando de largo el poblado “Nombre de Jesús”, sin poder detenerse en él como tenía previsto y zafándose por fortuna de los bajos (lugar hoy llamado banco  Sarmiento).




    En esta circunstancia no tuvo más remedio que correr el temporal y, al no disponer de ancla para poder detenerse cuando fuese posible utilizarla, ¡pues otra vez hacia Río de Janeiro!
    La forzada salida del Estrecho ocurrió el 26 de mayo y hasta el 29 de junio no logró entrar la María en el puerto de Santos. Tuvo allí casi que mendigar para obtener víveres para su gente.
    Al fin pudo llegar a Río (a 400 Km. de Santos), donde su gobernador, Correa, le proporcionó ayuda. Tenían que subsistir, hacer reparaciones y —el deseo principal de Sarmiento—enviar socorros a los pobladores del Estrecho, abandonados por fuerza de los desatados elementos.



    Alquiló un patache y en él cargó alimentos y ropas, despachán-
dole para el Estrecho. Escribió también al Rey dándole cuenta de todo y pidiendo ayuda: le proponía que fuesen recompensados los que se decidiesen a ir al Magallanes, pues hacían falta allí más brazos...
    Como no había en Río los elementos necesarios para la reparación del María tuvo que subir hasta Pernambuco (más de 2000 Km). Llegó con un ancla, sí, que adquirió en Río, pero ¡con un cable «hecho de cortezas de árboles»!...
    En Pernambuco, compró Sarmiento brea, diversos bastimentos y ropa de la que estaban sus hombres y él mismo muy necesitados. Reparó la María. Escribió nuevamente al Rey, esta vez una «Relación muy circunstanciada»

Una vez reparada la nao y completados los bastimentos necesarios Sarmiento zarpó de nuevo hacia el Magallanes,  pero cerca del puerto de Bahía saltó un temporal que arrastró a la María contra la costa. Echaron al agua los bateles reservándolos para los que no sabían nadar. Sarmiento se pudo salvar a nado pero estuvo a punto de perecer. Le salvó un esclavo negro que tenía, que le era muy devoto. Los demás no quisieron ayudarle (muchos deseaban su muerte, pues creían que así se pondría término a las desgracias que caían sobre él y sus hombres). Ya antes había cundido la deserción... Sarmiento en este naufragio resultó herido por los clavos de las tablazones deshechas.
 


Así terminó, pues, la María y en ella se perdieron los esfuerzos y los gastos que se hicieron en su reparación y en su carga. Sarmiento fue socorrido primero por padres teatinos y luego por el gobernador Coutiño. Puso éste a su disposición un barco de mediano porte, cierta cantidad de provisiones y algunos pertrechos.
    También le avaló el gobernador para que en los próximos puertos fuese abastecido. En Espíritu Santo cargó algodón y cecina, en Río de Janeiro herramientas, pólvora, balas y algún ganado para cría...
    Escribió esta vez no al Rey, sino a su secretario, don Antonio Eraso. Terminaba sus peticio­nes: «todo lo que puedo hacer es arquear con la muerte y hacer poco de lo mucho que es necesario a aquella gente, abandonada en aquel remoto lugar del mundo tan poco abundante en recursos para la subsistencia humana».



    En España, el Rey no había olvidado por completo a los habitantes del Magallanes, pero toda su atención estaba centrada entonces en reaccionar contra los ataques de Inglaterra; en su mente ya estaba tener que atacarla en su propio suelo, mas para ello todo lo que había resultaba poco. Tendría que reunir una armada: «La Gran Armada».
    Sarmiento, finalmente, estuvo listo para volver a salir hacia el Estrecho. Su angustia por la suerte de sus hombres varados allá, se veía aliviada pensando que el patache que había enviado con socorros habría llegado ya. Más tarde averiguaría que no fue así. 
    Era el 31 de enero (1586) cuando emprendió su marcha; el viaje se hacía con buen tiempo, todo auguraba el éxito; pero otra vez surgió la acción de guardián celoso que impedía la entrada en el Magallanes.



Esta vez lo hizo mucho antes de que Sarmiento estuviese cerca, a la altura de Bahía Blanca (paralelo 39° Sur): Saltó un mal tiempo, juzgado por nuestro Capitán como el más terrible que nunca había experimentado en su vida de navegante: «...cada ola nos comía, una nos encapilló por la cuadra siniestra de popa y metió el bordo de la diestra hasta media puente, debajo de la mar». 
    Se vio obligado a tirar el cargamento a la mar —¡el socorro para sus gentes del estrecho!— y ponerse a correr el temporal a palo seco. El temporal seguía y seguía; así... otra vez a la tan lejana base: ¡Río de Janeiro!
    Y allí, con el barco casi deshecho, sin los elementos de socorro, con la gente medio sublevada (y pronto lo estaría del todo) empieza nuevamente 



el tenaz esfuerzo de Sarmiento por preparar otro socorro... Pero ¿y el dinero? —Ningún autor habla de él. ¿De qué caudales podría disponer?—. Él habla de que emplea su peculio particular. ¿Cual era éste?, ¿eran los gobernadores los que financiaban los gastos?, ¿bastaba la recomendación de aquéllos para que los proveedores fiasen? Puede ser que hubiese algo de cada cosa. Pero esta vez ya el crédito estaba agotado. Desesperado ante este estado de cosas, decide regresar a España y exponer al Rey la situación.
    Antes de salir de Río había tenido Sarmiento que reprimir, espada en mano, un motín de sus hombres, del que era cabeza un piloto al que dio una puñalada y mandó encerrar, después, en un castillo. Luego se vio forzado a licenciar a la dotación de su barco por falta de dinero para mantenerla.
    Como vemos, todos los esfuerzos de Sarmiento estaban dirigidos a acudir en socorro de los pobladores y gente de guerra que, mal a su pesar,  habían quedado desasistidos en aquel estrecho del fin del mundo. 



    Estaba obsesionado y no era para menos: el 26 de mayo de 1584, cuando iba a llevar al asentamiento "Nombre de Jesús" todo el material, pertrechos y artillería que quedaban a bordo y que estaba destinado al mismo, un temporal arrastró a la nao María fuera del estrecho y hasta las costas de Brasil, sin que fuera posible ayudar a aquella pobre gente.
    Casi un año después, abril 1585, Sarmiento sale de Río con socorros para el estrecho, pero tampoco consigue llegar a su destino. De nuevo lo intenta, siempre desde Río de Janeiro, el 31 de enero de 1586 y esta vez ni siquiera se puede acercar a la latitud del Magallanes.
    ¡La gente del estrecho, pues, llevaba casi dos años y dos inviernos completos abandonada a su suerte!