04 marzo 2018

Una visita al Pirineo (y VIII)

    Llivia es una curiosidad histórica, es una especie de fósil -no muy antiguo como fósil, eso sí- que demuestra que la historia no es sólo una colección de páginas escritas sino que, a veces, la puedes ver y tocar.
Porque, ¿cómo es que este municipio de 13 kilómetros cuadrados se halla dentro de territorio francés?
    Hay que remontarse a la Guerra de los Treinta Años -1618 a 1648 - en la que casi toda Europa se estaba peleando por el control de los asuntos del continente, formando dos grandes bloques: El Imperio Español más el Sacro Imperio Romano Germánico (los Habsburgo) por un lado y Francia por el otro. En ella combatieron


alemanes, franceses, holandeses, españoles, húngaros, checos, daneses, suecos... hasta la firma de la Paz de Westfalia en 1648.
    Sin embargo Francia y España seguían teniendo asuntos sin resolver y la guerra continuó diez años más, hasta la firma de la Paz de los Pirineos en 1659. Esta Paz no fue gratuita para España ya que tuvo que ceder a Francia los territorios del Rosellón y parte de la Cerdaña, en concreto treinta y tres pueblos. Y podrían haber sido treinta y 


cuatro pero este último se escapó del copo "in extremis" porque España alegó que 
Llivia no era pueblo sino villa, título otorgado por el Emperador Carlos V, y así se acordó y se firmó. Y hoy en día  está rodeado por el resto de los territorios que sí pasaron a Francia.
    Así que en unos minutos pasamos de Puigcerdá a Llivia y aparcamos en la Plaza Mayor. Eran ya las dos de la tarde y sólo tuvimos tiempo para dar un breve paseo y


comprar algún recuerdo que aún conservo: Una reseña de la Farmacia Esteve, la más antigua de Europa, hoy museo, y una historia sobre la guerra del Rosellón.
    Y como con las cosas de comer no se juega entramos en el restaurante Can Ventura, situado en la misma Plaza Mayor. Al final de la comida, con el cafetito y el puro (qué tiempos aquellos cuando fumar no suponía un acto delictivo), la sobremesa discurre plácidamente. 



    Guillermo no tiene clara la situación geopolítica de Llivia.
    - Oye, papá, si todo lo que hay alrededor de aquí es Francia ¿no hay alguna carretera para pasar directamente?
    - Creo que no, parece que el acuerdo firmado entre Francia y España indica que Llivia sólo tiene salida por Puigcerdá, así que tendremos que volver por donde hemos venido.
    Pero un cosquilleo me empezó a rondar dentro del cráneo.


Cuando el maitre nos trajo la cuenta -luego supimos que era el dueño del restaurante-, y después de un ratito de charla le pregunto:
    - Nosotros vamos ahora a Francia. ¿Hay salida directa desde Llivia o tenemos que pasar por Puigcerdá?
    - Hay una carretera secundaria que sale directamente pero a los gendarmes no les gusta que la gente pase por ahí.
    - Ah, pero ¿hay control de la policía francesa?
    - En una época lo hubo pero ya lo quitaron.
    Nos miramos sin querer demostrar lo excitante de la noticia, no fuera a ser que el hostelero trabajara como espía de los gendarmes.


Ah, qué tranquilidad el saber que prácticamente estábamos ya en Francia y sin los nervios de tener que pasar otra frontera.
    Media hora más tarde salíamos de la "villa" de Llivia en dirección Puigcerdá y después de unos quinientos metros tomamos, de acuerdo con las instrucciones del posadero, una salida a la derecha y fuimos pasando cultivos y


pueblecitos. Veinte minutos después comento a la familia:
    - Creo que estamos en plena cataluña francesa.
    - Y ¿por qué lo dices? Esto ya no puede ser Llivia.
    - No, claro, lo digo porque desde hace un rato vengo notando que todos los paneles de tráfico e informativos han dejado de estar en catalán como ocurría en la cataluña española. Ahora todos están en francés.


    Dos horas después y sin más sobresaltos estábamos entrando en Tournefeuille. Al descargar el equipaje comprobé con alivio que la caja de cartón con la indicación "Stereo Cassette Tape Deck" se hallaba donde debía, es decir, al fondo del maletero del coche. Este equipo lo disfruté durante muchos años, hasta que la era digital barrió toda la tecnología analógica previa.
    Y esto es todo. Sólo me queda recordaros que cuando compréis alguna ganga "dutyfree" no es una buena idea elegir un itinerario turístico que implique andar de país en país y de aduana en aduana.



    

20 febrero 2018

Una visita al Pirineo (VII)

    Tomamos alegremente la N-260 en dirección La Seo y en algo menos de tres cuartos de hora nos plantamos en la entrada de la villa medieval.

    Una señal de tráfico indica el desvío hacia Andorra y durante unos segundos disminuyo la marcha, dudando.
    - ¿Qué pasa? me pregunta Ada, pensando en algún problema mecánico.
    - La aduana de Andorra
está a menos de diez minutos. Estoy pensando en ir a saludar a ese inútil de aduanero pero, esta vez, desde este lado de la frontera, para darle las gracias por el rodeo de casi tres horas que nos ha hecho dar.

    No fue posible, la familia se opuso esgrimiendo "eso es una tontería" y "ya hemos tenido bastante por hoy", además de otros argumentos, así que, dócilmente, aparqué en el centro de La Seo sin más discusión.

   La ciudad tiene orígenes muy antiguos, preromanos, y es citada por Plinio hace ya  1900 años. Claro, los restos más antiguos no son de esas épocas sino muy posteriores. Como todas las viejas urbes que se precien, esta tiene también un castillo (siglos IX-XVII), una iglesia -en este caso, catedral (románica, siglo XII) - y un casco antiguo bien conservado.


   Debo añadir que La Seo de Urgel tiene catedral (Seo) porque tiene obispo y este obispo resulta que es, junto con el presidente de Francia, copríncipe de Andorra. ¡Hay que ver!
    Nuestra visita fue desgraciadamente

corta, las tres horas que habíamos perdido con la historia del aduanero nos obligaron a abandonar nuestro plan de viajar hasta el Parque Nacional de Aigüestortes, visitar Baqueira y Viella y regresar a casa por Bagnères de Luchon y Saint Gaudens.
    Así que deshicimos el camino y regresamos hacia Puigcerdá con el fin de no alejarnos demasiado esta villa, punto de entrada a Francia que nos parecía en esos momentos el más razonable -evitar la lenta travesía de Andorra y el fatigoso Puerto de Envalira-.


    Al acercarnos a Puigcerdá volvimos a ver la señal de tráfico indicando Llivia 5 km. Piloto y tripulación tuvimos la misma idea luminosa: ¿Por qué no ira comer a Llivia? Es un pueblo famoso porque se trata de una auténtica isla española dentro de territorio francés, resultado del Tratado de los Pirineos firmado entre España y Francia en 1659. Pero esto será para el próximo día.

07 febrero 2018

Una visita al Pirineo (VI)

    Los cincuenta metros escasos que había desde la oficina hasta nuestro coche me parecieron quinientos. Nadie volvió la cabeza hacia el aduanero, nuestro avance era despacioso, decidido, propio de los que saben que llevan la razón.
    Durante un instante moví despreocupadamente la cabeza y por el rabillo del ojo entreví al funcionario mirándonos, inmóvil, sin saber qué hacer. Creo que fue la primera vez en la que se le presentó la situación de que unos viajeros se negaran a pagar las tasas de la aduana y se dieran la vuelta.



    Tardó en reaccionar, pero lo hizo al fin y llegó al trotecillo hasta el coche cuando yo estaba guardando en el maletero mi tesoro y Ada ordenaba todo lo que el aduanero había revuelto diez minutos antes.
    - ¡A ver, la documentación! - nos dijo, como si quisiera demostrarnos que él era allí la autoridad.
    - Un momentín que ya terminamos - le dije, mientras Ada se daba por satisfecha y yo cerraba el maletero.
    Le enseño los pasaportes y él los mira y remira. En esto, se fija en la matrícula del coche.
    - ¡Pero este coche es francés!
    - Ya le dije antes que vivimos en Francia y no me ha hecho usted caso. Claro que el coche es francés.
   
No se conforma y sigue peleando:
    - ¡La documentación del vehículo!
    Se la enseño: en ella se indica, además de los datos del coche, que el propietario soy yo y que vivo en 10, rue des Violettes, en Tournefeuille. Él la mira, la estudia. Creo que, por un momento, piensa que quizá el cassette deck podría ser un señuelo para distraer su atención con él mientras yo, lo que realmente pretendo pasar a España sin pagar tasas de importación, es el coche. Después de no encontrar nada que pueda utilizar contra nosotros, no se da por vencido: 



    - ¡El seguro del vehículo!
    Se lo entrego y, claro, también le indica datos del coche y de su propietario. Él continúa revisando pasaportes, documentación del coche y del seguro, pareciendo como si hubiera entrado en un ciclo que se repite continuamente. Yo me propongo romperlo:
    - Bien, pues nos vamos a ir ya. ¿Por dónde es la salida hacia Andorra? - pregunto, a la vez que extiendo la mano para recuperar mis documentos.
    - Den la vuelta - nos informa, no sin dudar antes de devolvernos nuestros papeles- y salgan por allá detrás, a la derecha.
   
No pierdo el tiempo en colocar la documentación en su sitio, arranco y nos alejamos del aparcamiento de la aduana. Por el retrovisor veo al funcionario mirándonos, inmóvil. Dos minutos más tarde estamos en la carretera que se dirige a Andorra, ahora en sentido contrario, hacia en norte, alejándonos de la primera etapa programada para el día: La Seo de Urgel.
    Un kilómetro después aparece una estructura sobre la calzada, semejante a la de un puesto de peaje y la miro con incredulidad.
    - ¡No es posible - digo a mi familia- creo que ahí delante tenemos ahora la frontera con Andorra!
    Bueno, ahora no tendríamos problemas al poder demostrar que mi lector de cassettes estaba comprado en Andorra... Pero no hizo falta hacer nada, la frontera andorrana parece que da todas las facilidades a los españoles para que entren en el país y compren todo lo posible, así que cruzamos sin que nadie nos parase.
    De nuevo la calle larguísima que atraviesa la ciudad pero, esta vez, no estamos interesados en hacer compras sino bastante



cabreados con la situación. No acabamos de ponernos de acuerdo sobre el plan a seguir: Guillermo y yo queremos volver a casa sin más pero Ada aboga por aprovechar, ya que estamos aquí, para conocer lo que podamos del pirineo español. En fin, seguiremos el plan de mi mujer, así que salimos de la ciudad y ascendemos hacia el puerto de Envalira que, esta vez, se nos hace eterno. De nuevo Pas de la Casa y, un poco más allá, cómo no, la aduana francesa que parece esperarnos para meter la mano en mi


querido "cassette deck".
    Pero esta vez tampoco los gendarmes nos hacen ningún caso y atravesamos la frontera sin detenernos mientras oigo algún suspiro de alivio.
    Unos kilómetros más adelante tomamos una desviación hacia Latour de Carol y después de un tramo de carretera muy revirado llegamos al Col de Puymorens. 


El suave descenso del puerto que comienza aquí se agradece profundamente y la ausencia de dificultades en la carretera permite relajarse a la vista del paisaje que nos rodea.
    Veinte minutos más tarde estamos entrando de nuevo en España, esta vez por la frontera de Puigcerdá. Unos momentos de tensión mientras nos acercamos a la aduana, pero el policía español nos hace señas para que sigamos. Un poco más adelante vemos el cartel de tráfico que señala la población de Llivia, pero ahora lo que queremos visitar es la Seo de Urgel.

13 enero 2018

Una visita al Pirineo (V)

    El día siguiente, Domingo, amaneció nuboso aunque con buena temperatura. Después de desayunar


y liquidar el hotel acomodamos en el maletero del coche nuestro equipaje, más las compras que habíamos hecho la víspera, y nos dirigimos alegremente al sur, no sin antes, claro está, llenar el depósito de gasolina, hacia la primera etapa del día: la Seo de Urgel. Después iríamos hacia el oeste, a conocer el Parque Nacional de Aigüestortes.


    Seguimos descendiendo suavemente por una preciosa carretera de montaña. Bosques de coníferas en las laderas del valle producen una relajante sensación de comunión con la naturaleza.
    Unos kilómetros más allá la carretera se hace horizontal, rectilínea y se subdivide en varios carriles para llegar a una explanada, al fondo de la cual hay unos edificios grisáceos.


En ella se encuentran tres autobuses con las puertas abiertas y equipajes dispersos por el suelo. Un grupo de ancianos se mantiene a prudente distancia de los vehículos mirando, preocupados,  sus pertenencias. 
    Me acerco despacio, me apeo y busco a alguien que pueda informarme sobre lo que pasa. Un personaje uniformado camina hacia nosotros.
    -¿Qué ha ocurrido? le pregunto con el corazón en un puño.
    -¿A qué se refiere usted? me contesta.
    -Pues a esos autobuses vacíos y con los equipajes por el suelo. ¿Ha habido algún accidente?
    El uniformado me mira un instante, dudando, y al fin me responde:
    - Pero señor, esto es la aduana.


    No lo entiendo. Desde hace año y medio estamos pasando la frontera España-Francia por Irún, en ambos sentidos, cada tres meses. Además hemos hecho tres o cuatro escapadas de Toulouse a Barcelona para pasar el fin de semana con mi hermano Ramón. En ninguna ocasión hemos presenciado el espectáculo que tenemos ante nuestra vista, más propio de un control en busca de drogas o explosivos. El funcionario me saca de mis cavilaciones:
    - Bien, ¿van ustedes a pasar a España?
    -Pues sí, para eso estamos aquí.
    - Avance y estacione debajo de aquel edificio.
    Hacemos lo que dice y enseguida ordena:



    - Haga el favor de abrir el maletero.
    Apenas me da tiempo a retirarme y ya está rebuscando entre las cosas que se hallan fuera de las maletas: algo de ropa comprada la víspera, algún regalo para mis hijos mayores, cosas para la casa, dos cartones de "Ducados" -el máximo legal-, artículos de perfumería, varios "souvenirs" de Andorra, chocolates belgas y otros artículos habituales en estos viajes.
    El aduanero parece comenzar a estresarse, sus movimientos de palpación a lo largo y ancho del maletero no parecen dar los frutos que probablemente había esperado, así que decidí ayudarle, sobre todo para no perder demasiado tiempo en el trámite:
    - Por si le interesa, llevo también una cassette que...


    No me dejó terminar. Sacó las manos del maletero y su cara expresó un gesto de alivio.
    - ¿Dónde la tiene?
    - Al fondo del maletero, a la izquierda.
    -Bien, haga el favor de sacarla.
    En cuanto vio el embalaje me indicó que pasáramos a la oficina. Una vez en ella me pidió la factura y empezó a rellenar un impreso. Yo me propuse aclarar las cosas:
    - ¿Tengo que pagar por este aparato?
    - Por supuesto, el arancel es del 25% más un 18% de IVA.
    - No digo yo que no, pero eso es para una mercancía que pase a España y este no es mi caso. Yo vivo en Francia y el aparato es para Francia. Yo ahora estoy en tránsito por España pero esta tarde entraré de nuevo en Francia.
    - Me da igual, yo estoy obligado a cobrar lo que le he dicho antes si el aparato pasa a España.



    Noté que mi presión arterial estaba aumentando, es decir, me estaba empezando a cabrear. Intenté llegar a algún acuerdo justo:
    - Bueno, vamos a ver. Si yo pago las tasas me figuro que cuando le muestre el recibo de pago a su colega esta tarde en la frontera, cuando entremos en Francia, me reembolsará el dinero, ¿no?
    - Imposible. El reembolso lo tiene que solicitar a la Dirección General de Aduanas, ellos lo estudian y luego, a su debido tiempo, le harán el abono a su cuenta bancaria.
    Como en aquella oficina no había un espejo no pude comprobar si mi cara se había puesto roja o de qué color, pero yo salté.
    - Pues en ese caso no me interesa pasar a España, me resulta demasiado caro. Así que me vuelvo por donde he venido, a Francia. Muchas gracias por habernos arruinado el plan que teníamos para este fin de semana.
    Y arrebatando de la mesa la factura y el "cassette deck" nos dimos la vuelta y salimos, con gran dignidad, hacia el coche.

04 enero 2018

Una visita al Pirineo (IV)

     ¡Así que ya estábamos en Andorra!


Pasada la sorpre-sa, seguimos calle abajo en busca de un hueco donde poder detenernos para consultar el mapa de la ciudad y orientarnos, pero era inútil, todo estaba lleno de coches y ya temíamos salirnos del pueblo antes de poder parar. Finalmente nos metimos en el parking de un supermercado y pudimos localizar el hotel que teníamos reservado. Kilómetro y medio más adelante se hallaba nuestra meta, así que un poco después dejamos el coche en el garaje del hotel, tomamos posesión de nuestras habitaciones y salimos por fin a conocer la ciudad.
   
La idea que nos habíamos formado durante nuestra llegada a Andorra de una calle interminable llena de coches cambió, ahora que ya éramos peatones, a la de una calle interminable llena de establecimientos comerciales y tiendas diversas a ambos lados. La visita a la ciudad, pues, consistió en mirar escaparates y comparar precios con Francia y España.
    Y así pasamos parte del día buscando gangas y precios asombrosos. Por el momento el mejor precio correspondía a la gasolina, casi la mitad que en Francia.


Por la tarde, ya anocheciendo, pasamos enfrente de una tienda de electrónica y equipos de alta fidelidad y yo miré distraídamente el escaparate, como había hecho ya demasiadas veces aquel día. Guillermo me sacó de mi abstracción:
    - ¡Mira, papá, una cassette como la que te interesa!
Debo advertir que Guillermo, ya en aquella época, era un experto en aparatitos, tenía un ordenador Expectrum ZX y sabía programar en Basic.
    Me paré en seco y me fijé en un cartel. "¡Oportunidad - Pioneer Cassette Tape Deck!
   
Bien, pues me lo compré a un precio muy razonable, tax-free, y me quedé tan contento sin pensar, pobre de mí, que no era buena idea comprar algo así cuando has planeado un viaje que exige cruzar varias fronteras entre Andorra, Francia y España y sus respectivas aduanas.
    Regresamos al hotel cansados de tanto escaparate pero satisfechos de nuestras adquisiciones.
(Continuará)