05 julio 2013

RECUERDOS (VI)

NAVARRA

Efectivamente, Alberto ha estado tramando algo desde hace algún tiempo. A mediados de octubre, por fin, me anuncia que tiene idea de hacer una escapada a La Rioja y propone una asamblea general.
Yo no lo veo muy claro porque si nuestras salidas empiezan a hacerse frecuentes alguien puede pensar que es un pretexto para pasar fuera de casa un fin de semana de vez en cuando, lo cual no conviene al espíritu de estudio y reflexión que caracteriza nuestras inmersiones enológicas.
Quizá esta vez podríamos apelar a otro concepto tal como el de excursión sin más y así nuestras santas estarían encantadas de formar parte del grupo. Claro que, en este caso, sería conveniente modificar ligeramente la región a visitar. A mi mujer, por ejemplo, le encantaría conocer Navarra.
A Alberto le parece bien el cambio y se pone inmediatamente a organizar la salida y a convencer a su mujer. Cuando una semana más tarde nos constituimos, junto con Ricardo, en asamblea general ya tenemos clara una cosa: las mujeres desconfían de que la excursión no sea una inmersión camuflada y han decidido declinar nuestra invitación.
En vista de esto cambiamos el planteamiento y se decide por unanimidad dar a la futura salida carácter oficial de cura de vino. Se elige Cintruénigo como cuartel general y los días 17 a 19 de Noviembre de 1995 como fechas más adecuadas. Alberto se pone a organizar reservas de hotel y bodegas.
Y así, a las cuatro de la tarde del viernes 17 de Noviembre tomamos la carretera de Barcelona hacia nuestra próxima parada en Ágreda, adonde llegamos ya anochecido.
Hace un frío que pela, así que nos abrigamos. Alberto se pone sin avisar un sombrero de piel con falsa cola de castor que le cuelga por detrás, a lo Daniel Boone, en tanto que Ricardo, más europeo, se toca con una gorra de marino bretón. Nos refugiamos en el primer bar que encontramos. En un extremo de la barra hay un par de mozos luciendo anillos en la oreja. Al cabo de un momento noto que Alberto se ha puesto un clip en su oreja izquierda. En fin, espero que los del pueblo tengan sentido del humor, pues de otra forma nos corren.
Nos tomamos unos vinos ante las miradas de reojo de los parroquianos del bar. Ricardo me pregunta:
_  ¿Cuánto te has gastado en gasolina?
_  Cinco mil, ¿por qué?
_  Para pagar nuestra parte y así el viaje lo hacemos independiente del fondo de gastos.
En fin, parece que las experiencias anteriores sirven de algo, así que, sin discutir, cada uno de ellos me paga 1700 pesetas.
Salimos del bar afortunadamente sanos y salvos y, de regreso al coche, veo en una carnicería el jamón más enorme que pueda imaginarse. Paso dentro y pregunto al carnicero que qué es aquello.
_  Eso es un jamón de cerda, señor.
_  ¿ ¿
_  Son hembras de cuatro o cinco años que se ponen enormes. Este jamón pesa 14 kilos y no es de los más grandes.
Me quedo sin probarlo porque sólo se vende entero, pero me dicen que es excelente.
Una hora después llegamos a Cintruénigo. El hotel Maher, donde tenemos habitación a un precio muy razonable, aparece sin necesidad de preguntar, perfecto.
Como siempre, Ramón y Álvaro no llegarán hasta las diez y media, así que salimos a hacer un primer reconocimiento. En el hotel nos informan de que, para tomar vinos, lo mejor es ir a Corella que está sólo a dos kilómetros.
Dejamos una nota a Ramón quedando para cenar en el restaurante del hotel. Nos han dicho que se come bien y como el hotel es barato . . .
            Corella es un pueblo precioso -o, al menos, lo será cuando terminen las obras de saneamiento que lo tienen completamente levantado-, bien conservado y con una interesante y variada arquitectura civil.
La información que nos han dado sobre los bares es cierta, así que comenzamos nuestra andadura.
Entre dos bares nos topamos con un puesto de castañas asadas aparcado en la calle peatonal. Los avances tecnológicos, ay, hacen estragos. Las nuevas fuentes energéticas desplazan a las tradicionales: las castañas están asadas con butano. No obstante, se agradece su calorcito en una tarde fría.
Viñedos en Cintruénigo. Noviembre de 2011A las diez 
de la noche ya tenemos hambre, así que decidimos regresar a Cintruénigo para cenar. Alberto y Ricardo pasan al restaurante del hotel mientras yo busco los servicios.
Un poco después me dirijo hacia donde me esperan mis cofrades, no sin antes notar que, a medida que me acerco al restaurante -está en los bajos del hotel- la decoración se hace más pomposa, incluso hay estatuas en actitud oferente y un gran espejo isabelino.
Al entrar me encuentro con un gran salón fuertemente iluminado, más pomposo aún que el vestíbulo, las mesas vestidas con un gusto quizá algo barroco. Las sillas de alto respaldo y la vajilla con ribetes dorados dan un aire solemne al ambiente. Hay sólo dos mesas ocupadas, una de ellas, al fondo del comedor, por Ricardo y Alberto que me dirigen una tímida sonrisa.
_  Jo.., esto parece un salón para bodas, comento. ¿No será muy caro?
Ricardo me mira y me alarga la carta, de esas de tamaño DIN A3, de cartulina satinada, impresa a cinco tintas y encuadernada con un cordoncito dorado.
Temiéndome lo peor la ojeo rápidamente y compruebo dos cosas: que los precios de los primeros platos andan entre 1500 pesetas y 2000 y los de los segundos entre 2000 y 2800 pesetas, y que la oferta cualitativa no tiene nada que ver con lo que esperamos encontrar en la Ribera de Navarra: magret de canard au feu de bois, cuisse de canard confit а l'osseille, . .
No nos pongamos nerviosos, aún queda una posibilidad. Hago una seña al maitre.
_  ¿Qué hay de menú del día?
_  No tenemos menú, señor. Si quiere, en la carta hay unos menús de degustación.
Vuelta a la carta. Efectivamente hay dos, compuestos de platos del mismo estilo de los ya vistos. Uno cuesta 3500 pesetas y el otro 4000, IVA aparte.
_  Oye, le digo a Ricardo que está a mi lado, esto no tiene sentido. La cena nos va a salir por un riñón y además yo prefiero comer cocina francesa en Francia. Pero, ¡si no hay ni siquiera una menestra!.
_  Sí que hay, tercia Alberto. El maitre nos ha dicho que han cambiado la carta hace unos días pero que aún no la tienen impresa.
_  Creo que nos tenemos que ir, insisto yo. Si mi mujer se entera de que me voy con los amigos a restaurantes a los que no le llevo a ella . .
En esto, una camarera sirve sendas cervezas a Alberto y Ricardo. Yo me voy alterando cada vez más.
_  ¡Pero bueno, estamos hablando de largarnos de aquí y pedís cervezas!
_  Las hemos pedido al principio, antes de mirar la carta, aclara Ricardo.
_  Bien, ¿nos vamos o no?, sigo yo insistiendo.
_  Es que ahora que nos han traído las cervezas . . , se defiende Alberto.
_  Bueno, id acabándolas que yo lo arreglo.
Me dirijo detrás del biombo donde los camareros y el maitre nos miran preocupados. Explico a este que se trata de una confusión, que las cervezas las carguen a la habitación 116 y que lamento los inconvenientes. Regreso a la mesa y conduzco a la pareja por el medio del salón hacia la puerta, componiendo lo mejor posible una actitud digna.
Una vez fuera, ya son casi las diez y media, nos dirigimos a un restaurante mucho más popular, "La Peña", desde donde llamo con cierta aprensión al hotel para que cambien el recado para Ramón.
Al cabo de media hora aparecen los catalanes, terminamos de cenar y les llevamos a Corella para que lo conozcan aunque sea un poco. Esta vez Álvaro, que es economista, se hace cargo del fondo.
A las diez de la mañana siguiente salimos andando en dirección a la Cooperativa Cirbonera, que está a doscientos metros. Antes de llegar vemos a la derecha la entrada de Chivite, donde se negaron a recibirnos este sábado. Están en su derecho.
La Cooperativa tiene exteriormente un aire vetusto aunque en el interior las cosas parecen mejor. Un empleado, Javier, es el encargado de enseñárnoslas, comenzando con los depósitos de fermentación y las prensas. Todos hacemos, como siempre, preguntas a la vez pero soy yo el que obtiene las peores respuestas:
_  Usted no ha entendido nada, me dice a una pregunta relacionada con los depósitos de uva estrujada y de vino de prensa. En fin, tengo que procurar estar más atento a las explicaciones.
Pasamos a continuación a la nave de almacenamiento del vino. Una gran cantidad de depósitos de 35000 litros la llenan completamente. Por una escalera metálica subimos a una planta situada a la altura de las bocas de los depósitos y, a partir de ese momento, seguiremos por ella hasta salir de la nave.
Son las diez y media y Javier se dispone a pasar a la parte práctica de la lección.
_  Lo siento, sólo tengo tres copas pero creo que nos podremos arreglar.
Todos nosotros estamos de acuerdo. Comenzamos por los blancos siguiendo un procedimiento muy curioso: Levanta la tapa de un lago -he tardado un rato en descubrir que estos enormes depósitos se llaman lagos, aunque no me sorprende-, mete cada copa en el vino, la revuelve bien en él y nos la ofrece.
El primero es algo turbio y con olor a uva y a lías. Es vino del 95 con a penas un mes de vida, todavía sin terminar.
Seguimos con un blanco del 94 y con un rosado del 94 y con un rosado del 95 y con un tinto del 95 y con un tinto del 94 y con un tinto del 93 con un 10% de Cabernet-Sauvignon. En este punto me intereso por el lago a que pertenece.
_  Es el lago número 42, me responde Javier.
_  Tengo que acordarme del número para comprar un poco de este vino a la salida.
_  Imposible, este lago está vendido.
_  ¿Cómo que está vendido?, pregunto incrédulo.
_  Si, lo tenemos vendido a Chivite.
Vaya por Dios, Chivite nos niega la visita y encima se nos adelanta comprando el vino que me gusta.
El problema de catar el vino en estas condiciones es que te lo bebes, en lugar de escupirlo como sería de rigor. A las once y cuarto, tras casi una hora de profunda degustación, el espíritu analítico de los cofrades se ha adormecido un tanto y resulta ya algo difícil diferenciar unos vinos de otros.
No obstante seguimos valientemente la liturgia aunque, eso sí, decido no apurar del todo las copas. Ahora llega el turno de los tintos de maceración carbónica, primero uno del 95, aún sin terminar, y después otro del 94, agradable pero no todo lo que sería posible.
Esto de la maceración carbónica es muy curioso: Se trata de producir el vino sin estrujar las uvas, de forma que el mosto fermente en el interior de cada una. Para ello, la vendimia se descarga con cuidado en los depósitos de fermentación, pero sin llenarlos demasiado para que su propio peso no reviente los racimos de debajo, se les inyecta gas carbónico para que no estén en contacto con el aire y se cierran herméticamente.
En estas condiciones las uvas, intactas, sufren una fermentación en su interior sin la intervención de las levaduras y el ácido málico disminuye, con lo que la acidez del vino resultante se reduce en gran parte. Además, durante este periodo se produce la maceración de las partes sólidas de las uvas -color y sabor- y las partes aromáticas de los hollejos -aroma- se difunden en la pulpa. Esta técnica proporciona vinos jóvenes de mucho color y muy aromáticos. En fin, ya lo he dicho.
Un tanto débil, Ricardo pregunta si no se podrá comprar en alguna tienda algo de pan y queso que ayude a sobrellevar la tarea.
_  Miren, yo termino a las doce y, si quieren, pueden comprar en el mercadillo y luego nos vamos a mi bodega para que prueben el vino que tengo.
Nos parece de perlas, así que terminamos ya con cierta prisa y a las doce salimos de la bodega no sin antes comprar un par de cajas de vino cada uno, menos Ramón, que compra cuatro.

NOTA DE CATA:
(Este vino no es de Navarra pero el Medoc francés no está lejos)
MISE DE LA BARONNIE - Cosecha 1998
Une belle robe de couleur rouge grenat. Un nez intense aux fruits mûrs sur la cerise, le cassis, avec une pointe épicée. Une attaque puissante, un milieu de bouche charpenté, alliant richesse et fraîcheur, avec des tannins serrés.
O sea, cuerpo interesante, teniendo en cuanta la edad del vino, capa evolucionada, buquet complejo con recuerdos a pimienta, comenzando a decaer.
Bebido hoy en su 15º año - Calificación 4/5

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