21 junio 2013

RECUERDOS (IV)

                                                      RIBERA DEL DUERO

Hacía algún tiempo de nuestra inmersión enológica en La Rioja y los miembros de la sociedad comenzaban a apuntar la posibilidad de una segunda salida.
Mi cuñada Marieli, que vive en Burgos y trabaja en un departamento relacionado con el vino, fue en quien primero pensé para ayudarnos a organizar una inmersión en la Ribera del Duero, así que le encargué que hiciera algunas gestiones con las bodegas.
Como pasaba el tiempo, Marieli no acababa de darnos paso a ciertas bodegas -Vega Sicilia- y los cofrades se estaban ya poniendo nerviosos, se celebró una junta general (Alberto, Ricardo y yo) con el único punto en el orden del día de determinar fecha, bodegas a visitar y localización de nuestro cuartel general.
Los acuerdos de la junta fueron los siguientes:

Fecha:                                  21 al 23 de abril del 95
            Bodegas:                             Alejandro Fernández y Vega-Sicilia
Cuartel General:              Peñafiel

Ciertamente la elección de las bodegas era una exageración puesto que, ambas, están entre las más reputadas de España y nada nos indicaba que fuera fácil conectar con ellas y, mucho menos, conseguir visitarlas.
La realidad, sin embargo, fue que ambas se mostraron muy amables y aceptaron nuestra presencia, máxime teniendo en cuenta que el día que habíamos reservado para las visitas era el sábado 22 y que por tanto estaban cerradas.
Una semana después de haber hecho la gestión me llama Alberto para decirme que tiene problemas con la fecha ya que, desde hacía tiempo, había quedado con su sobrino.
_  Coño, ya podías haberlo dicho el día que nos reunimos, -le respondo-. En fin, lo siento por tu sobrino, pero creo que será mucho más fácil cambiar la cita con él que con Vega-Sicilia.
_  Es que ya le he dado muchas largas y he cambiado la fecha varias veces . .
_  Ya, pero con la suerte que hemos tenido de conseguir cita con las bodegas -mi cuñada Marieli no se lo puede creer- no creo que debamos andar ahora haciendo cambios, no sea que se arrepientan.
Consultado el resto de los cofrades, a todos les pareció una temeridad tratar de cambiar las fechas, así que Alberto se fue cabreado por nuestra falta de comprensión hacia sus compromisos familiares.
Y así, la tarde del 21 de abril nos encaminamos Ricardo, Luis (se incorporó provisionalmente a la cofradía) y yo, hacia nuestra cita con la ciudad de Peñafiel. Simultáneamente lo hacían desde Barcelona Ramón y Álvaro.
El viaje desde Madrid es un paseo, ahora que está terminada la autovía. En dos horas ya habíamos penetrado en la comarca y estábamos a quince kilómetros de nuestro destino.
_  ¡Que!, ¿iniciamos la inmersión?
_  ¡Pero si aún no hemos llegado!
_  No, pero ya estamos en la zona.
Nava de Roa es apenas un poblacho, pero con lo que andábamos buscando: una plaza donde aparcar y una taberna donde comenzar nuestra andadura.
_  Tres tintos, por favor.
Ante nuestro asombro, nos sirven de una botella con etiqueta "Ribera del Duero" tres copas de vino. Esto es una novedad, pues sin pedirlo específicamente no se sirve vino de marca. En fin, nos habrán visto con cara de ser de Madrid y nos meterán un clavo. Bueno, resignación que para esto hemos venido.
Estamos olfateando el vino y comentando que no es especialmente aromático cuando veo que el camarero se afana en algo por debajo del mostrador. Un momento después nos ofrece tres montaditos de salchichón.
El vino es muy agradable, frutal, alegre. Pedimos la cuenta al rato, dispuestos a marchar.
_  Son ciento ochenta pesetas, informa el camarero.
Todos comprendemos a la vez que hemos acertado con la región y que la inmersión será un éxito.
Veinte minutos más tarde estamos en el hostal de Peñafiel, dejamos nuestro equipaje y salimos con la idea de hacer un primer reconocimiento del pueblo mientras esperamos la llegada de los de Barcelona.
Al salir dejamos las llaves en el bar y, ya que estamos allí, . .
_  Tres tintos, por favor.
De nuevo la sorprendente costumbre de servir vino de marca. Esta vez reclamo la botella: Protos del 93.
El vino hace honor a su marca: muy aromático, frutado, muy agradable. Ante los elogios, el tabernero se mete en la conversación.
-  ¿Qué les parece el vino?
Todos damos nuestras apreciaciones a la vez.
_  Lo que me llama la atención, consigo decir, es que sirvan vino de marca. En Nava de Roa también nos lo han dado. ¿No tienen vino de cosechero para servir en los bares?
_  Si que hay, pero yo no lo tengo. La consejería de Sanidad no autoriza vender vino sin etiqueta.
_  Pues hace seis meses hemos estado en la Rioja, tercia Ricardo, y allí en todos los bares te lo ponen.
_  Eso será en la Rioja, pero en Castilla-León te meten unas multas que te abrasan y yo no quiero líos.
_  Pero ¿se puede encontrar vino de cosechero para comprar por aquí?, insiste Ricardo.
_  Claro, en todos los pueblos. Si quieren, pregunten en Curiel que está a cuatro kilómetros. Y ustedes, queriendo cambiar de tema el tabernero, ¿están de viaje o se van a quedar?
_  Estamos haciendo una cura de vino en Peñafiel, aclara Ricardo, y de nuevo tratamos de explicar al personal en qué consiste y los grandes beneficios para la salud que aporta.
_  Pues mañana no van a poder visitar Protos, informa un parroquiano, porque cierra los sábados.
_  Si, ya nos lo han dicho, aclaro yo. Pero es que mañana vamos a ver la bodega de Alejandro Fernández y luego la de Vega-Sicilia, así que, de todas formas ya tenemos cubierto el día.
Se hace un silencio entre la concurrencia. Al cabo de un momento, el del bar indica con aire pesimista:
_  La de Pesquera no creo que se la enseñen mañana, pero en Vega-Sicilia no admiten visitas.
_  Es que nosotros ya hemos quedado con ellos por teléfono.
Nadie de los presentes se cree que vayamos a tener ningún éxito, con lo cual acaban preocupándonos. Un rato después salimos hacia el pueblo donde se nos va pasando el pesimismo contagiado.

Peñafiel es una pequeña joya, razona- blemente bien conservado su casco antiguo, que se extiende bajo la protección de un imponente castillo situado en la cumbre de un monte. Desde lejos, en la extensa llanura, destaca como un faro señalando la presencia de la ciudad.
Es una lástima que esté lloviendo tanto. Vamos reconociendo y clasificando los bares a base de echar carreritas de uno a otro.
A las diez de la noche empieza a nevar y decidimos ir al restaurante donde hemos quedado con Ramón y Álvaro.
Al empezar el segundo plato llegan los de Barcelona. Se fija el plan del día siguiente: A las diez en Pesquera de Duero y a las doce en Vega-Sicilia. El programa es apretado porque a las dos y media tenemos reserva en Casa Mauro, por eso del cordero.
Pesquera es un pueblo minúsculo cuyo monumento es la bodega de Alejandro Fernández (Quizá haya más cosas de interés, pero con el frío que hace no las vemos).
A las diez en punto llamamos a la puerta de la bodega. La portalada resulta familiar -¡ay, no tanto como quisiéramos!- por estar impresa en las etiquetas del Tinto Pesquera.
Nos recibe la hija de Alejandro, que nos va dando toda clase de explicaciones.
La bodega es pequeña, sencilla y sin instalaciones de gran porte. Los depósitos de fermentación, de acero inoxidable, tienen ese carácter casero de lo construido con medios propios. "Los hicimos aquí nosotros porque los comprados eran carísimos" explica nuestra anfitriona con una sencillez que nos sorprende viniendo de una familia que produce uno de los vinos emblemáticos de España.
Después de haber visitado un buen número de bodegas me estoy dando cuenta de que se pueden lograr vinos extraordinarios sin necesidad de instalaciones espectaculares, aunque, eso sí, cuidando todos los aspectos de calidad relacionados con la viña, con la vinificación y con la crianza.
A las once hemos terminado la visita porque yo he indicado a nuestra guía que a las doce tenemos que estar en Aranda. Después de la amabilidad con que nos ha tratado no me ha parecido bien decirle que nuestra próxima cita era con Vega-Sicilia.
Cuando ya estábamos preparados para despedirnos nos sugiere una degustación -lástima de hora-, a lo cual aceptamos con entusiasmo. Nos conduce a un saloncito dispuesto en la planta baja de la vivienda y, mientras se afana en abrir la botella de Tinto Pesquera y en cortar unos tacos de queso, responde a nuestras preguntas: Sí, su padre está casi siempre de viaje en el extranjero promocionando los vinos. Efectivamente, es amigo de Julio Iglesias y él ha sido el principal embajador de la bodega.
El Pesquera del 89 que degustamos es de un color rojo oscuro, al menos a la luz de un día nublado a las once de la mañana, aroma intenso, muy vinoso y potente. Al principio sorprende por su paladar aún un tanto agresivo.
Mientras acudo al queso en busca de auxilio percibo por el rabillo del ojo a Álvaro, pillado igualmente de sorpresa.
Al fin todo se aclara: siempre hay que probar un vino acompañado de algo sólido para descubrir sus secretos. En esto, creo que tienen razón los franceses.
Son ya las once y media, nos despedimos y salimos pitando hacia Valbuena que, afortunadamente, no está a más de diez kilómetros.
A las doce en punto estamos en la puerta de acceso a Vega-Sicilia donde un guarda jurado nos identifica y nos provee de distintivos. Al poco llega el enólogo y nos hace pasar a la finca -"No se molesten en pasar por los senderos, el césped necesita que alguien lo pise de vez en cuando"-. Comenzamos a sentirnos importantes.
La visita se va desarrollando con orden Sólo alterado por la nube de preguntas que todos hacemos:
_  ¿Cómo se presenta el año con la sequía que ha estado habiendo?
_  Magnífico, pero si llega a faltar humedad regamos un poco.
_  ¿Por qué fabrican sus propios toneles?
_  Porque es un aspecto importantísimo para la crianza y no queremos ceder a otros esta responsabilidad.
_  ¿Con cuantos años sacan al mercado el "Único"?
_  No hay plazo fijo para el "Único". El Valbuena sale, si la cosecha lo merece, al quinto año: Ahora estamos embotellando el del 90 que saldrá a partir de Junio. Para el Único, depende de la evolución del vino, a veces tarda doce años en hacerse a nuestro gusto y otras sólo ocho, depende.
_  ¿Cuánto tiempo envejece el Único en madera?
_  Como les digo es variable, pero oscila entre cinco y nueve años.
_  Pero eso no es posible, alecciono yo al enólogo. El vino resultaría con un exceso de madera.
_  No necesariamente, me aclara. Durante los primeros dos años el vino está en barricas nuevas que son las que aportan aromas y taninos. Después se va transvasando a barricas progresivamente más viejas, las cuales sólo contribuyen a oxigenar y a afinar el vino.
La nave subterránea de envejecimiento recuerda un recinto eclesial sin turistas, solamente para nosotros. Se nos van mostrando vinos de añadas míticas- Sólo quinientas botellas disponibles-, huele a madera.
A la salida -oye, ¿crees que nos invitarán a probarlo?- nuestro guía, al fin, nos pasa a una sala pequeña y sobria, saca cinco copas de cata y abre una botella de Valbuena del 89. Nos va explicando todos los caracteres del vino y nosotros, a duras penas, intentamos seguirle.
El vino aún recuerda tonos frutales pero su bouquet es mucho más complejo y su cuerpo muy potente, como de "vinazo" según indica nuestro anfitrión.
Esta vez no hay tacos de queso pero, sin duda por la preparación conseguida en Pesquera o quizá porque la hora es más propicia, las copas se van sucediendo y el vino se va apreciando cada vez más -yo lo hubiera bebido con unos años más de botella para que los taninos se suavicen un poco, pero entonces ya no sería un "vinazo" como le gusta al enólogo-.

Cuando solo quedan tres dedos en la botella -no queremos que piensen que hemos venido a atracarnos- nos despedimos agradecidos de nuestro guía. Peñafiel y el cordero de Mauro nos esperan.

NOTA DE CATA:

TINTO PESQUERA - Cosecha 1987
Capa color picota virando a teja. Cuerpo potente,
bouquet complejo, equilibrado, muy largo.
Bebido en su 14º año - Calificación 5/5

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