07 marzo 2014

HIDALGUÍA E HIDALGOS DE BRAGUETA (II)



La primera distinción que cabe hacer, dentro del concepto que estamos siguiendo, es la de hidalgo de sangre e hidalgo de privilegio.



El hidalgo de sangre, también llamado escudero o infanzón, era aquel a quien la nobleza le venía por descender de quienes habían disfrutado de ella desde tiempo inmemorial. 
El que ha litigado por su hidalguía y ha probado ser hidalgo de sangre era reconocido como hidalgo de ejecutoria. Hidalgo de solar conocido era el hidalgo que tenía casa solariega, o que desciende de una familia hidalga que la tiene o la ha tenido. Para ser reconocido como hidalgo solariego era necesario justificar que los cuatro abuelos habían sido a su vez hidalgos. 
Los hidalgos de privilegio eran tratados de manera despectiva en muchas ocasiones por los de sangre, y se les apartaba de los actos sociales y de participar en hermandades. Estos eran los recién nombrados por algún servicio o tarea y muchos de los que estudiaban en las universidades.
La hidalguía de privilegio no llevaba aparejada automáticamente la hidalguía de sangre, ya que “el Rey puede fazer cavalleros mas non fidalgos” y era preciso el paso de tres generaciones que pudiesen acreditar la asunción del more nobilium desde el otorgamiento del privilegio para que al “hijo de padre y abuelo” se le reconociese la hidalguía. Aquel que podía probar que sus abuelos paternos y maternos eran hidalgos (de cualquier clase) era denominado hidalgo de cuatro costados.





Otras clases de hidalguía hacían referencia a costumbres o fueros específicos otorgados generalmente por los monarcas: Así, por nacer en determinados lugares: por ejemplo, la madre que paría sobre una determinada piedra del municipio aragonés de Caspe, adquiría para su hijo la categoría de infanzón, o todos los nacidos desde principios del siglo XIV en determinados señoríos vascos eran reconocidos como hidalgos, según Fuero de Castilla por el privilegio de hidalguía universal, o el padre que engendraba en legítimo matrimonio siete hijos varones consecutivos adquiría para sí el derecho de hidalguía (era llamado hidalgo de bragueta). 
Por último, los hidalgos de gotera eran los hidalgos reconocidos como tales en un pueblo determinado, de modo que perdían los privilegios de su hidalguía si cambiaban de domicilio trasladándose a otro pueblo distinto.

Esos privilegios diferenciados también servían para clasificar a diferentes tipos de hidalgos de Castilla: los hidalgos de devengar quinientos sueldos eran los que por fuero inmemorial tenían derecho a cobrar 500 sueldos como satisfacción de las injurias que se les había hecho, en lo que parece ser una reminiscencia del antiguo derecho visigodo a recibir compensaciones económicas por no aplicar la Ley del Talión.



Entre los privilegios que el rey concedía a los hidalgos, el principal era el de "no pechar", esto es, lo que equivalía a no pagar tributos a la Corona. Esta fue la causa de que en las Chancillerías de la época se conservasen multitud de pleitos entablados entre diversos personajes que se afanaban en poder demostrar su condición de hidalgos, porque, a veces, era muchísimo más importante quedar exento de pagos y tributos que demostrar que se era de estado noble.

La nobleza, y aún el ejercicio de modestísimos oficios, no derogaba la hidalguía. En muchos pueblos existieron hidalgos que eran labradores, zapateros, comerciantes y hasta "pobres de solemnidad". Y junto a ellos convivían otras personas que eran ricas, que poseían bienes y que, sin embargo, eran "pecheros" tenían que pagar los tributos "y todas sus haciendas no les bastaban para alcanzar la hidalguía".




Los hidalgos pertenecían, en su gran mayoría, a las clases medias y, por lo general, seguían el nivel de riqueza de las regiones en las que estaban establecidos. 
Sería muy aventurado decir que la pobreza fuera general entre los hidalgos, pero que no nadaban en la abundancia queda destacado por el escritor del siglo pasado José García Mercadal en su "España vista por los extranjeros". 

A este respecto, en lo que se refiere a los hidalgos castellanos, dice: "La hora de comer se acerca; la señora aguarda; el hidalgo a su casa. Los caballeros nobles no tienen nada en sus casas, hay que comprar al día las vituallas. Torna a salir el hidalgo y compra para los tres -amo, señora y criado- un cuarto de cabrito, fruta, pan y vino. Modestísima es la comida. No alcanza más la hacienda de un caballero castellano".

Y este hidalgo aún puede considerarse entre los afortunados porque al menos aunque poco, ha podido adquirir alimentos por modestos sean. Otros, ni eso podían, al estar sumidos en la más absoluta miseria. Los hidalgos del siglo XVII se dividían en tres grupos, claramente diferenciados entre sí:

- Los terratenientes de modestos predios que vivían de su hacienda.
- Los hijos de familias arruinadas, o los que alcanzaron la hidalguía por el número de hijos varones que hubieron en su matrimonio.
- Aquellos que para huir de la miseria se enrolaban en el Ejército.

 (Continuará)




Manual de Urbanidad para niños
Barcelona 1913

10. ¿Qué urgencias hay que hacer con di­simulo en la mesa?- 11. En caso de tener V. que re­partir a los demás ¿qué tendrá V. presente?- 12. Ya sea que V. reparta, ya se sirva por si mismo ¿cómo de­berá V. hacerlo?




10. Sonarse, limpiarse el sudor o toser no debe hacerse jamás sin retirarse un poco de la mesa. Eructar o escupir son acciones que provocan a náusea a los que las presencian. Rascarse, sobre todo la cabeza, no lo hacen más que los rústicos. Pasar el brazo por encima de una fuente para alcanzar algo que no se tiene a mano es cosa mal mirada. Llevar la boca a la cuchara o los labios a la servilleta, es olvidarse de que para eso sirven los brazos.

11. En caso de tener que repartir a los de­más, tendré presente que debo entregar los platos con la mano derecha en la izquierda del que los recibe, y éste entrega con la dere­cha el plato vacío. No debo llenarlos de tal modo, ni hacer porciones tan grandes, que sonroje a los comensales o los obligue a dejar la comida en el plato. Al ir a hacer la porción para uno es señal de atención consultar su gusto para complacerle; pero siempre cuidaré de repartir de tal modo, que no queden vacías la sopera o las fuentes.



12. Ya sea que reparta, ya me sirva por mi mismo, no debo olvidar que a fin de que la sopera no presente un aspecto repugnante, se le ha de sobreponer el borde del plato, levan­tando con la derecha el cucharón y trasladán­dolo al centro del mismo. Es también suma rusticidad arrastrar las tajadas o las salsas desde el interior de la fuente para hacerlas saltar al plato.

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