Durante un tiempo la lápida permanece en casa de los
Lombera. Una vez acabada la carrera, Arturo encuentra trabajo en una naviera de
Bilbao como marino mercante y sus continuos viajes le impiden ocuparse del ara.
Por esta razón le pide a su amigo y pariente lejano Ramon Rivas (“Ramonín”),
médico de Ampuero, que la lleve al Museo de Arqueología y Prehistoria de
Santander. Parece que éste la tuvo en el jardín de su casa de Ampuero hasta
1968, fecha en que la entregó al museo aunque inscribiéndola a su propio
nombre.
Pero César insiste en que el ara la descubrió su padre y
que “toda esta historia consta en la revista “Luz Cántabra” (Nº 9 de fecha 5 de
marzo de 1911) que editaba mi abuelo en Ampuero a principios de siglo”. En
efecto, en este semanario que salía los domingos leemos textualmente: “(...)
Hay otro objeto valioso que como archivo elocuente para el historial de Rasines
conserva en aquel pueblo don Manuel Lombera (padre de Arturo), ya que la
casualidad misteriosa de un incendio destruyera el 9 de Julio de 1906,
aniversario de la fiesta del Incendio o del Bardal incendiado (?), los archivos
del municipio y juzgado de aquel pueblo desgraciado. El laborioso y sabio
anticuario Padre Sierra conoce el objeto, que es una piedra labrada que el
señor Lombera, propietario de las minas en que radicó la cueva, encontró
enterrada a su entrada, y a sus gestiones se debe que la Academia de San Fernando
haya podido descifrar la inscripción impresa en ella. Es una urna cineraria que
dice “A mi esposa Flora” y pertenece al siglo III de la era cristiana”.
César también nos cuenta la siguiente anécdota que oyó a
su padre. El carburo o acetileno (carburo de calcio más agua) no fue
descubierto en sus aplicaciones prácticas, alumbrado y soldadura, hasta finales
del siglo XIX. Concretamente como alumbrado seguro y encerrado en pequeños
recipientes a modo de faroles, los llamados “Velo”, no comenzaron a utilizarse
en minería hasta principios del s. XX. En esa época, muy pocos habían visto la
luz del carburo y, desde luego, por Ojébar no había pasado.
El P. Sierra estaba por aquel entonces realizando unos
trabajos en una cueva recién descubierta
en Ojébar, con restos prehistóricos. El
sí disponía de carburo para las excavaciones. Todo el pueblo estaba intrigado
por la intensa luz blanca que salía del interior de la cueva, pero nadie se
atrevía a preguntar.
Por fin un indiano más osado abordó al P. Sierra y éste le
explicó en qué consistía el invento y su funcionamiento, regalándole un par de
piedras de carburo. El indiano, que por lo visto era muy socarrón, se dirigió a
la taberna del pueblo y allí hizo una demostración del artilugio, indicando que
se trataba de “la piedra del fuego”, de valor incalculable y que se encontraba
en gran cantidad en el interior de la cueva. Cuando días después el P. Sierra
regresó a la excavación, se encontró con la cueva prácticamente destruida, pues
los vecinos habían acudido en masa con picos y palas para hacerse, cada uno,
con su buena porción de la piedra del fuego. Incluso parece que llegaron a
utilizar dinamita. Al ver el destrozo, Sierra se desanimó abandonando la
excavación. Aún hoy en día se desconoce la ubicación exacta de la cueva.
Por suerte, el religioso ya había ido rescatando de la cueva varios objetos de interés prehistórico que fueron publicados, tanto por Harlé en el boletín arriba citado, como por Obermaier en su libro “El hombre fósil” publicado en 1916. De todas maneras parece que de estos objetos en España no quedó prácticamente nada, ya que se los debieron llevar los arqueólogos extranjeros. En el citado número de la revista “Luz Cántabra” de 1911, el cronista se queja del expolio de las cuevas y reclama que el contenido de las mismas pase a engrosar el museo que el P. Sierra tenía en el colegio de los Paúles de Limpias, fruto de los hallazgos en las cuevas descubiertas por él. Así nos explica que el Padre Sierra hizo venir a Rasines ... “al Príncipe de Mónaco con unos sabios alemanes que en el verano último y anterior llevaron, producto de sus exploraciones, un capital de objetos valiosos (...), consistentes en sílex o herramientas cortantes y punzantes para trabajar los huesos de determinados animales y hacer agujas, anzuelos, arpones (...) Todos estos objetos que yo he visto en manos de los extranjeros, al sacarlos en sus exploraciones de la Cueva del Valle de Rasines el verano anterior (1910), debieran también figurar en el museo que el padre Sierra ha formado en el colegio de Limpias...”
Manual de Urbanidad para niños
Barcelona 1913
2°—Uso de los vestidos
1. ¿Cuál es el fin de los vestidos?- 2. ¿Qué exige de V. la honestidad?- 3. ¿Cómo llevará V. las prendas de vestir?- 4. ¿Qué observará V. cuando hubiere de desnudarse o vestirse en presencia de otros?
2. La honestidad me exige que esté siempre en disposición de tratar con cualquiera que hubiese de verme. Por consiguiente, estando en cama, me mantendré decentemente cubierto; al vestirme, lo haré siempre con sumo recato y aun estando a solas; tanto al vestirme como al desnudarme, jamás permaneceré de modo que quede desnudo todo el cuerpo.
3. Es indicio de sumo descuido llevar las prendas de vestir desabrochadas, si no fuese aquellos botones de chaleco que el uso común de personas cultas ha venido a convertir en costumbre.
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