La geología del valle de Rasines
Durante
casi toda la era Secundaria, desde finales del Triásico hasta finales del
Cretácico (entre menos 200 y menos 65 millones de años), la mayor parte de la
región cantábrica, incluido Rasines, era
mar. Una cuenca marina, donde se acumulaban los sedimentos que procedían del
Macizo Hespérico, lo que ahora es la meseta Ibérica. Con la orogenia alpina, ya
en la era Terciaria, toda la cuenca se plegó y emergió, formándose la
cordillera cantábrica. Debido a este origen marino, las rocas que aparecen en
nuestra comarca, incluso en las montañas más altas, como en el Pico de Las
Nieves, contienen fósiles de moluscos y otros organismos marinos, como los corales.
Una
vez emergida la cordillera, se produjeron grandes fracturas o fallas, debido a
la distensión por el asentamiento de la misma. Luego, los agentes erosivos como agua, hielo y
viento, comenzaron a modelar el relieve recién formado hasta que se llegó, tras
millones de años de incesante labor de
erosión, transporte y sedimentación, a conformar el territorio tal como lo conocemos en la
actualidad, con sus sierras, montes, gargantas
y valles. Las grandes fracturas antes mencionadas guiaron en gran parte
la acción erosiva, tanto de los ríos como de las correspondientes corrientes
subterráneas. El tipo de rocas y su
diferente resistencia a la erosión también han influido muy notablemente en la
formas del relieve.
El
valle de Rasines, con su extensa mies, es el resultado de la erosión a favor de
una gran fractura que discurre en dirección casi Norte-Sur, desde Ramales hasta
Laredo, así como de la presencia en el subsuelo de gran parte del valle de unas
rocas muy blandas, concretamente arcillas rojas y yesos del Triásico, de mínima
resistencia a la erosión. Los que hayan vivido su infancia en Rasines recordarán, al respecto, la arcilla roja que se recogía junto a la
torre de la iglesia de San Andrés, con la que se fabricaban unas estupendas
canicas. Pues bien, esas son las
arcillas del Triásico, material por cierto bastante nefasto para la construcción, ya que su carácter plástico
y expansivo puede provocar la inestabilidad de las cimentaciones, como ocurrió
con toda probabilidad con la torre de la citada iglesia, a la que causó su
hundimiento.
El
valle rectilíneo del río Ruahermosa está excavado a lo largo de una falla de
dirección NW-SE, y es rigurosamente paralelo al valle del río Carranza, que
sigue también una falla del mismo rumbo. El Valle del río Asón, por su
parte, discurre en su tramo alto, desde
Asón a Arredondo, de Sur a Norte, es decir, siguiendo la máxima pendiente de
bajada hacia el mar, pero en Arredondo conecta con una gran fractura que va en
sentido casi Este-Oeste, que ha determinado que el río haga un quiebro de unos
90 grados, dirigiéndose hasta Ramales, en donde toca otra falla, la falla de
Ramales-Laredo, que le obliga de nuevo a ir hacia el Norte.
Por
otra parte, la abundancia de rocas calizas, especialmente en la parte este del valle de Rasines, zona del Pico
Cerredo y Valseca, junto con un clima muy húmedo y templado, ha permitido que
se desarrollen importantes fenómenos kársticos por el poder que tienen las
aguas para disolver dichas rocas. La
palabra “karst” o “kárstico” deriva de una región de la antigua Yugoslavia en
la que existe un paisaje calcáreo modelado por la acción del agua, rica en
anhídrido carbónico, que disuelve la caliza, formando grutas y otras formas
caprichosas de las rocas. Pues bien,
entre los relieves kársticos de Rasines son de destacar el gran valle ciego o
“uvala” de La Brena ,
junto a Ojébar, y el complejo subterráneo del río Silencio, incluida la Cueva del Valle. Las tan
comunes “torcas” que existen por todas partes de nuestra geografía son
depresiones o embudos formados por la acción de disolución del agua en las
calizas.
En
resumen, la forma y aspecto de nuestro relieve actual es el resultado,
principalmente, de la erosión diferencial a lo largo de los últimos millones de
años condicionada por la existencia de grandes fracturas y por la distinta
resistencia a la erosión de diferentes tipos de rocas, como arcillas y yesos, areniscas, calizas, margas,
etc., jugando en ello un importantísimo papel la abundancia de rocas calizas
y los procesos de hidrólisis de las
mismas, que han sido determinantes en
gran medida de nuestro paisaje,
de marcado carácter kárstico.
En el caso de la minería podemos decir que en toda la zona cantábrica, y en relación con calizas dolomíticas (calizas ricas en magnesio) del Cretácico inferior, existen numerosos indicios y depósitos minerales, especialmente de hierro (Fe), zinc (Zn) y plomo (Pb). En unos casos se trata de yacimientos de Fe, como los de Peña Cabarga, Castro, Gallarta, Somorrostro, etc; en otros, de Zn y Pb como
Los
yacimientos de Rasines no son, por tanto, un elemento aislado, sino que encajan
dentro de un contexto metalogenético más amplio, bien conocido por los
geólogos.
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