¿Que de qué va esto? Pues se trata de que el hijo de mi amigo Alberto, que hasta ahora vivía en Gran Canaria, tiene un nuevo destino en Castellón de la Plana y, ni corto ni perezoso, decidió trasladar su barco desde Canarias hasta Castellón. El barco, un Westwind 35 de casi 11 metros de eslora, es soberbio: tiene un motor Volvo de 36 caballos que no se cansa, un juego muy completo de velas, sistema GPS de navegación y un asombroso piloto automático que te lleva a donde tu quieres mientras estás, por ejemplo, calentándote una lata de albóndigas con guisantes (también es muy bueno durante la siesta).
Además Alberto JR tiene los estudios de Náutica, ha hecho prácticas en barcos mercantes y ahora es controlador de los servicios de salvamento marítimo. Es, en suma, un hombre de mar, así que cuando el barco llegó a la península (Algeciras) traído por él y dos colegas suyos, me encontré muy animado a proseguir el viaje a partir de allí. Sólo tenía el recelo de no poder aguantar quizá muchas millas. Fijaos, hace ya 17 años que vendí mi barco y no he hecho ninguna navegación seria desde entonces. Además ya no se trataba de ir de Laredo hasta Santander (cinco o seis horas de travesía) sino de hacer etapas mucho más largas y quizá de noche.
Por otra parte la tentación era grande:
Por las aguas del sur navegó Ulises y llegó hasta las Columnas de Hércules. Yo
iniciaría el camino precisamente donde Ulises dio la vuelta.
Fecha
Diario de Bitácora: 5 de Junio de 2003
Singladura:
Madrid-Algeciras
La RENFE es una organización curiosa: A
veces parece un ministerio, con sus rigideces, sus reglamentos... Igual que los
ministerios (me recuerda al de Defensa), teme la mala publicidad en los medios
de comunicación, así que a raíz del accidente de Chinchilla parece que los
trenes van con más cuidado y más despacito. Por otra parte tiene detalles
conmovedores, tales como el de devolverte dinero si el tren se retrasa. Total,
que llegamos a Algeciras con hora y media de retraso y RENFE nos devolvió la
totalidad del precio del billete.
Claro, que con estas cosas llegamos a las cuatro de la tarde a la cantina del Club Náutico El Saladillo con la cocina ya cerrada. No importó, nos prepararon unas raciones de atún encebollado y de lomo de cerdo adobadito con sus papas, que estaban deliciosas. Dios les bendiga.
Esto me hace pensar en lo que nos habría ocurrido en algunas otras partes de España, en Cantabria, por ejemplo, donde nos habrían despachado con malas caras diciendo que no eran horas. En fin, parece que somos así.
Nuestro vecino de amarre pidió ayuda para
atracar su barco. Alberto JR tuvo que emplearse a fondo para compensar la falta
de habilidad del patrón: El tío se había comprado hacía un mes un barco tan
grande como el nuestro y se lo había traído desde Valencia, pero aún estaba muy
verde.
Cuando estaba recogiendo y ordenando las
amarras se encontró con que una de ellas tenía un cabo fino atado a ella.
Mascullando maldiciones contra el propietario anterior por su desorden,
apareció en el extremo del cabo
sumergido en el agua una pequeña bolsa de red llena de cangrejos
ermitaños ¡vivos! Y cangrejos eran ellos -los que yo he visto en el Cantábrico
no pasan de medio dedo gordo-, que estaban metidos en caracolas del tamaño de
un puño de leñador. Los pobres animales, que se defendían desde su concha
tirando mandobles con sus pinzas, llevaban al menos un mes sujetos al barco sin
que el nuevo dueño se hubiera percatado. Lo curioso es que, además de los
cangrejos, el barco llevaba de pasajeros a la sufrida esposa y a un niño de año
y medio. Ah, y a la cuñada. Parece ser que utilizaban la embarcación como
domicilio y la cuñada estaba de visita.
Después de comprar víveres para la
despensa del barco nos fuimos a la torre de control del puerto de Algeciras,
donde JR tenía amigos. La vista desde la planta 14 es formidable: ante nuestros
ojos la totalidad de la bahía y enfrente Gibraltar. El radar muestra en las
pantallas los barcos que salen y entran. Continuas llamadas por radio, una de
ellas del barco Helios comunicando que va a entrar en Gibraltar. Los
controladores se afanan en los teclados de los ordenadores y en el micrófono de
la radio. En una de las pantallas aparece un recuadro amarillo: Alerta,
barco Helios en proceso de embargo. Notificar presencia a capitán del puerto.
Yo estoy encantado, vamos a atrapar a un
delincuente. El controlador me vuelve a la realidad: No pueden hacer nada
porque el Helios entra en Gibraltar y no en Algeciras. Lástima, pero ya le
cazaremos, me dice.
Cenamos unas cazuelitas en la parte alta
de la ciudad y regresamos al barco. Mañana habrá que trabajar.
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