¡Así que ya estábamos en Andorra!
Pasada la sorpre-sa, seguimos calle abajo en busca de un hueco donde poder detenernos para consultar el mapa de la ciudad y orientarnos, pero era inútil, todo estaba lleno de coches y ya temíamos salirnos del pueblo antes de poder parar. Finalmente nos metimos en el parking de un supermercado y pudimos localizar el hotel que teníamos reservado. Kilómetro y medio más adelante se hallaba nuestra meta, así que un poco después dejamos el coche en el garaje del hotel, tomamos posesión de nuestras habitaciones y salimos por fin a conocer la ciudad.
La idea que nos habíamos formado durante nuestra llegada a Andorra de una calle interminable llena de coches cambió, ahora que ya éramos peatones, a la de una calle interminable llena de establecimientos comerciales y tiendas diversas a ambos lados. La visita a la ciudad, pues, consistió en mirar escaparates y comparar precios con Francia y España.
Y así pasamos parte del día buscando gangas y precios asombrosos. Por el momento el mejor precio correspondía a la gasolina, casi la mitad que en Francia.
Por la tarde, ya anocheciendo, pasamos enfrente de una tienda de electrónica y equipos de alta fidelidad y yo miré distraídamente el escaparate, como había hecho ya demasiadas veces aquel día. Guillermo me sacó de mi abstracción:
- ¡Mira, papá, una cassette como la que te interesa!
Debo advertir que Guillermo, ya en aquella época, era un experto en aparatitos, tenía un ordenador Expectrum ZX y sabía programar en Basic.
Me paré en seco y me fijé en un cartel. "¡Oportunidad - Pioneer Cassette Tape Deck!
Bien, pues me lo compré a un precio muy razonable, tax-free, y me quedé tan contento sin pensar, pobre de mí, que no era buena idea comprar algo así cuando has planeado un viaje que exige cruzar varias fronteras entre Andorra, Francia y España y sus respectivas aduanas.
Regresamos al hotel cansados de tanto escaparate pero satisfechos de nuestras adquisiciones.
(Continuará)
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