Llovía a cántaros en Mansilla después de comer así que, armado con un paraguas que me prestó la patrona de Casa Marcelo, salí hasta donde había dejado aparcado el coche para traerlo hasta el restaurante, donde me esperaba Ada. Y sin más salimos hacia el final de aquella etapa, León, adonde llegamos media hora después.
Y lo
que conocimos de León, nos gustó. Esta vez se trataba de una ciudad ya
terminada -quizá porque tiene suficiente edad pues su origen está en el
campamento de la Legio VII Gemina,
la que fue enviada por César Augusto para someter a mis antepasados los cántabros-, perfectamente
urbanizada, con un pavimento excelente para caminar y llena de edificios
notables como el palacio de los Guzmanes y la casa de los Botines, ésta, de
Gaudí.
La lluvia, sin embargo, no paraba de caer y hacía que el excelente
pavimento enlosado se encharcase de vez en cuando y que mis botas, que parecían
esponjas, fueran pesando cada vez más.
Tratando de no hacer caso de estas pequeñas
miserias físicas llegamos a la plaza de la catedral, muy mejorada y libre de
coches desde la última vez que pasamos por allí.
Verdaderamente es sorprendente
la ligereza y elegancia de líneas de este templo, aunque aquella tarde nos tuvimos que
contentar con ver la catedral desde fuera.
Pasamos por el barrio antiguo, lleno de
tascas, mesones, tiendecitas típicas -Ada aprovechó para comprar una red elástica que se usa para sujetar la carne que se va a asar en el horno y yo estuve a punto de llevarme
tripas de varios calibres para embutidos y, también, alubias, queso, pimentón... Vamos, casi todo lo que estas tiendas interesantísimas me ofrecían.
Nos habríamos llevado casi todo pero era necesario dominarse y atenerse al programa. Lástima que fuera demasiado pronto para cenar o
picotear algo, así que seguimos nuestro reconocimiento hacia la plaza de San
Isidoro, aunque teníamos planeado visitar la iglesia al día siguiente.
El peso de la jornada se empezaba a notar, por
lo que cuando encontramos una tasca no mal parecida entramos sin dudar y nos
sentamos en una mesa.
Y parece que dimos con la única taberna andaluza que hay en León pues, aparte del fino y la manzanilla, había pescaíto frito, chopitos y otras delicadezas del sur. Hay que decir, en honor a la precisión del relato, que en aquella semana se celebrabala
Feria en Sevilla y que quizá aquellos platos estuvieran relacionados con ella. Yo, que a estas alturas del Camino me sentía más próximo de
Galicia que de Andalucía, ataqué una
ración de pulpo que, por las trazas y dureza del molusco, bien podría haber sido pescado en el río Ohio. Afortunadamente, las tazas de caldo que nos sirvieron nos reconfortaron del cansancio y del mal tiempo.
Y parece que dimos con la única taberna andaluza que hay en León pues, aparte del fino y la manzanilla, había pescaíto frito, chopitos y otras delicadezas del sur. Hay que decir, en honor a la precisión del relato, que en aquella semana se celebraba
ración de pulpo que, por las trazas y dureza del molusco, bien podría haber sido pescado en el río Ohio. Afortunadamente, las tazas de caldo que nos sirvieron nos reconfortaron del cansancio y del mal tiempo.
El recorrido hasta el hotel, siempre bajo el
paraguas y tratando de esquivar charcos, fue pesado, tedioso. Pero lo que
habíamos visto de León había valido la pena.
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