Alberto, uno de los socios fundadores de esta cofradía nos dejó el pasado abril (no, no fue de cirrosis hepática), así que creo que ha llegado el momento de compartir, en su recuerdo, estas bobadas escritas a lo largo de bastantes años.
RECUERDOS ANTE UN VASO DE VINO
El
lector quizá no sepa lo que es una inmersión enológica, por lo que voy a
comenzar por ahí. Una inmersión enológica, algunos lo llaman cura de vino o enoterapia, y otros, más frívolos, se refieren a esta noble actividad como turismo enológico, consiste en disfrutar durante un fin de semana de los vinos de una región
determinada, dedicándose a esta actividad con devoción, vocación y ferviente
deseo de completarla con toda intensidad. La enoterapia, pues, consiste en degustar
todos los caldos que se pongan por delante, pero, digo bien, degustando, es
decir, paladeando, sopesando, comparando, estudiando, rememorando y sobre todo
comentando con los amigos todos los caracteres identificadores de cada vino.
Claro
está que para conseguir la inmersión es necesario proceder con mesura ya que,
de lo contrario, al cabo de un par de horas se acabará por caminar a cuatro
patas, no se distinguirá el día de la noche y, en lugar de tener la mente
atenta para el análisis de todas las sensaciones que deparan las degustaciones,
el cerebro sólo estará en condiciones de enviar a una laringe irritada y
estropajosa las estrofas de ciertas canciones regionales. Esto en sí es un
tremendo fracaso y no tiene nada que ver con el concepto de inmersión enológica
que expongo.
Este
concepto nace de una reacción contra la costumbre, aún muy frecuente en el
norte, de ir de vinos (chiquitear) dejando bajo la responsabilidad del
tabernero de turno la elección del veneno que nos sirve y sin mostrar ningún
sentido crítico hacia la (escasa) calidad de la pócima. Nace del deseo de
valorar y apreciar algunos de los vinos que tenemos en España antes de que la Unión Europea nos
obligue a arrancar los viñedos y a importar vinos italianos y belgas.
Es
también una excelente ocasión para salir de la rutina semanal visitando zonas
quizá poco conocidas, hablando con las gentes (Por cierto, ¿se ha fijado Vd que
desde hace algún tiempo ya no se habla sino que se "dialoga"?),
comiendo opíparamente (esto es fundamental para poder seguir un programa
enológico medianamente apretado) y contemplando obras monumentales que, por
extraña coincidencia, siempre se hallan próximas a los buenos vinos.
La
idea surgió a principios de otoño de 1994 cuando, tomando unas cervezas antes de comer,
rememorábamos Alberto y yo la excelente excursión que habíamos hecho a Haro
hacía ya bastantes años. Ricardo, que no había participado en ella, se interesó por el
asunto y por unanimidad se decidió hacer otra salida, si bien cambiando el
concepto de excursión por el de cura de vino.
A las
afueras de Haro, en un cómodo hotel de carretera, se inició nuestra cura un viernes de octubre a media tarde. Alberto, el más
inquieto de los tres, duda:
_ ¿Qué hacemos, subir el equipaje o comenzar
primero la visita al bar?
En una fracción de segundo se logró
la unanimidad, se cerró el coche con el equipaje dentro y nos dirigimos al
bar.
_ Cuando llegue mi hermano Ramón desde Barcelona - sugerí
yo - ya tendremos tiempo de meter nuestras cosas y de ver dónde cenamos.
La
primera botella de tinto fue bien acogida. Era un vino anónimo, de cosechero,
pero notablemente conseguido. Entre copa y copa íbamos haciendo amigos:
_ Qué, ¿de turismo?
_ No señor, de cura de vino.
_ ¿De cura de qué?
_ De cura de vino. ¿No ha visto a esos
abueletes que van a los balnearios a hacer una cura de agua?, pues esto es
igual pero con vino.
_ Coño, la primera vez que lo oigo.
_ Pues recuérdelo bien porque dentro de poco
esto estará de moda.
Ricardo,
como hombre práctico que es, sugirió:
_ Tenemos que hacer un fondo, de esa forma nos
evitaremos líos y sabremos lo que nos gastamos.
_ Bueno, vale. ¿Os parece bien comenzar con
diez mil pesetas cada uno?
Yo me alarmo: ¿Y
por qué Alberto pone sólo cinco mil?
_ Porque ha pagado cinco mil pesetas de
gasolina - se me responde.
Estábamos
ya terminando la botella cuando llegó Ramón, lo cual sirvió de pretexto para
pedir otra.
Ramón,
que es psicólogo profesional, aconsejó:
_ En estos casos lo mejor es hacer un fondo. De
esta forma nos evitaremos líos y sabremos lo que nos gastamos.
Le
dijimos que ya lo habíamos hecho y que tenía que poner diez mil pesetas.
_ ¿Habéis incluido en el fondo el dinero para
la gasolina?
Yo,
que estaba distraído, le dije que sí.
_ Pues entonces yo tengo que poner menos,
porque yo vengo desde Barcelona y la gasolina me la tengo que pagar yo.
Después de unos instantes de debate
se acepta justa la propuesta. Entre un cruce de métodos de cálculo yo propongo:
_ Nosotros hemos puesto un total de treinta mil
pesetas, de las cuales cinco mil son para gasolina y veinticinco mil para
gastos. Así que a ti te corresponde poner un tercio de veinticinco mil, es
decir, ocho mil quinientas en números redondos y por haber llegado tarde.
Algunos
miembros de la sociedad opinaron que había otros métodos de cálculo que
prometían ser más sencillos y exactos, por lo que se pidió una calculadora al
del bar, esta pasó de mano en mano y, al final de una serie de planteamientos
cada vez más rigurosos, se llegó al resultado de que Ramón debía abonar al
fondo la cantidad de ocho mil trescientas treinta y tres pesetas.
_ Pásame el fondo a mí -dijo Ramón al ver la
cartera de Ricardo-. Tengo esta mariconera con dos compartimentos para dinero y
así es más fácil separar el mío del dinero del fondo.
Al
aceptar Ricardo la transferencia del fondo a Ramón se inició, como ya veremos,
una situación rica en resultados muy satisfactorios para varios de nosotros.
La
cena, en un restaurante de la plaza mayor de Haro, no hizo sino confirmar lo
que ya esperábamos: Una cocina consistente y sabrosa acompañada por un vino de
la casa que, otra vez, demostró una calidad curiosamente invariable e
independiente de las marcas.
Ramón
pagó puntualmente la factura, así como la de las copas que después nos tomamos,
e inquirió:
_ Bueno, ¿y cual es el plan para mañana?
Alberto,
poseedor de los contactos en la comarca, respondió:
_ Por la mañana vamos a Cune y por la tarde
podemos ir a visitar San Millán de la Cogolla.
_ Pero, ¿nos van a dejar ver la bodega así como
así?
_ Claro, no te preocupes. Uno de los directivos
es amigo mío y ya le llamé la semana pasada.
NOTA DE CATA
NOTA DE CATA
Puelles 95 - Bodega Puelles - Ábalos - La Rioja
Vino tinto bebido a sus 13 años.
Aún muy potente, generoso, bien equilibrado.
Aromas acusados, complejos, persistentes. Paladar muy suave.
Calificación: 5/5
(Continuará)
Mi querido capitán, ardo en deseos de leer más...
ResponderEliminarUn fortísimo abrazo.
Procuraré añadir un nuevo episodio cada semana.
ResponderEliminar