Diciembre 1999
Astorga
Lo dije antes, Astorga se había quedado
para mejor ocasión. Ésta llegó como consecuencia de la amable invitación de unos amigos para pasar
un fin de semana en su casa, así que esta vez no viajamos solos
sino en su compañía.
Como llegamos casi a la hora
de comer, sólo tuvimos tiempo para saludar a su familia, dejar
nuestras cosas y poco más. No era cuestión de desatender la cita que teníamos
con el cocido maragato en La
Peseta.
Los padres de nuestros amigos, sin duda por la prudencia que
aporta la edad, se decidieron por otros platos menos agresivos pero los demás nos inclinamos con decisión hacia la especialidad de la
comarca. Para los que esto lean y no estén familiarizados con la Maragatería , diré que
su cocido se parece al madrileño, sólo que al revés: primero se sirve la carne,
luego los garbanzos con la verdura y, finalmente, la suculenta sopa.
Yo había
llegado al restaurante bastante destemplado -Astorga estaba a cero grados y con
niebla-, así que preferí romper la tradición y comenzar con la reconfortante
sopa según el estilo madrileño. Pero al margen de las preferencias individuales
sobre el orden de los platos -mi amigo Hermilo siempre ha defendido que la ley
conmutativa es perfectamente aplicable a una comida, es decir, que el orden de los platos no la altera-, el cocido maragato de La Peseta resultó ser
exquisito, desde la sopa a las diversas carnes, pasando por los garbanzos y un
increíble repollo que diríase confitado. Ah, y de postre las natillas de la
casa.
Pero a lo que vamos. El Camino por el interior
de la ciudad
comienza porla
Puerta del Sol, una de las que tenía la muralla y hoy ya
desaparecida, pasa junto al Hospital de las Cinco Llagas y el Convento de San
Francisco. Como en gran parte de las villas que jalonan el Camino, éste está
señalado en el suelo y en las esquinas de las encrucijadas con flechas
amarillas.
comienza por
Siguiendo éstas aparecen la iglesia de San
Bartolomé y, más allá, el Ayuntamiento. Desde su fachada barroca, dos maragatos
de hierro -maragato y maragata, si se quiere ser políticamente correcto-
golpean la campana de las horas consistoriales "sin dar nunca los cuartos, como buenos maragatos".
Esto se contradice con el hecho de que sólo Burgos, a lo largo del Camino, la superase en instituciones benéficas, por lo que con plena justicia se denominaba a Astorga "gran mesón de caridad, en favor de los romeros".
Esto se contradice con el hecho de que sólo Burgos, a lo largo del Camino, la superase en instituciones benéficas, por lo que con plena justicia se denominaba a Astorga "gran mesón de caridad, en favor de los romeros".
Sigue la niebla y el frío. Avanzamos por
Caleya Yerma -callejuela desierta-, por la que también pasaron en su día reyes,
santos, caballeros, ladrones y enfermos.
Aquí recordamos la existencia de la cofradía de zapateros de San Martín, cuyas ordenanzas autorizaban a los del gremio a trabajar en domingo - dispensa excepcional - si se trataba de reparar el calzado de los peregrinos. Más allá, la calle de Santa Marta con la capilla de San Esteban y, a su lado, la enigmática "celda de las emparedadas" con una sola ventana de barrotes y la inscripción sobre granito,
recordatorio que más parece inscripción sepulcral, de las mujeres que allí moraban por grado o por fuerza "Memor esto judittei mei: sic enim erit et tuum. Mihi heri et tibi hodie".
Al fin, la explanada de la catedral. Decir explanada no es en realidad correcto, ya que toda ella se halla bordeada de zanjas, excavaciones, vallas y máquinas excavadoras. Para colmo, la catedral está cerrada por obras.
Está visto que el último año jubilar compostelano de los dos primeros milenios de nuestra era ha sido el preferido para levantar los venerables pavimentos en muchos puntos a lo largo del Camino. Ada, que es misericordiosa con los torpes, los defiende alegando que quizá ha sido este año, y no antes, cuando ha llegado el dinero para hacer las obras. No sé, pero creo que ha faltado el don de la oportunidad.
Al día siguiente, Domingo, después de la misa en la iglesia de San Francisco salimos en coche a recorrer el trozo del Camino que no hicimos esta primavera pasada. Primera parada, Castrillo de los Polvazares. La niebla y el frío no se disipan. El pueblo parece vacío y por sus callejas empedradas, bordeadas por casas y paredes de piedra, sólo nosotros cuatro caminamos.
Aquí recordamos la existencia de la cofradía de zapateros de San Martín, cuyas ordenanzas autorizaban a los del gremio a trabajar en domingo - dispensa excepcional - si se trataba de reparar el calzado de los peregrinos. Más allá, la calle de Santa Marta con la capilla de San Esteban y, a su lado, la enigmática "celda de las emparedadas" con una sola ventana de barrotes y la inscripción sobre granito,
recordatorio que más parece inscripción sepulcral, de las mujeres que allí moraban por grado o por fuerza "Memor esto judittei mei: sic enim erit et tuum. Mihi heri et tibi hodie".
Al fin, la explanada de la catedral. Decir explanada no es en realidad correcto, ya que toda ella se halla bordeada de zanjas, excavaciones, vallas y máquinas excavadoras. Para colmo, la catedral está cerrada por obras.
Está visto que el último año jubilar compostelano de los dos primeros milenios de nuestra era ha sido el preferido para levantar los venerables pavimentos en muchos puntos a lo largo del Camino. Ada, que es misericordiosa con los torpes, los defiende alegando que quizá ha sido este año, y no antes, cuando ha llegado el dinero para hacer las obras. No sé, pero creo que ha faltado el don de la oportunidad.
Al día siguiente, Domingo, después de la misa en la iglesia de San Francisco salimos en coche a recorrer el trozo del Camino que no hicimos esta primavera pasada. Primera parada, Castrillo de los Polvazares. La niebla y el frío no se disipan. El pueblo parece vacío y por sus callejas empedradas, bordeadas por casas y paredes de piedra, sólo nosotros cuatro caminamos.
Cuando el frío ya nos empieza a calar volvemos
al coche y continuamos viaje hacia Rabanal del Camino. El termómetro que indica
la temperatura exterior se va acercando a cero grados, la niebla se espesa a
medida que vamos ascendiendo hacia Foncebadón. Con dificultad alcanzamos a ver el
desvío a Santa Coloma de Somoza, pero nosotros continuamos por la carretera
escarchada, bordeada de vegetación pintada de blanco.
El termómetro ha bajado a tres grados bajo
cero, la visibilidad empeora y el coche da un leve patinazo. Curiosamente,
quizá como compensación, a la baja temperatura exterior se opone una atmósfera
cada vez más caliente y excitada en el interior del coche.
-¡Da la vuelta, Eduardo, que no queremos
matarnos!
Seguimos subiendo, pero el ambiente se caldea
a medida que la carretera se va volviendo blanca.
Las protestas, leves al principio, van arreciando progresivamente. A la izquierda aparece un refugio para peregrinos y un par de coches aparcados, así que también nosotros nos detenemos.
El suelo está cubierto de barro helado y hay que caminar con cuidado. El lugar tiene calefacción, no se sabe si es un mesón o un bar o un refugio. Dos extranjeras jóvenes aparecen con sus mochilas.
Las protestas, leves al principio, van arreciando progresivamente. A la izquierda aparece un refugio para peregrinos y un par de coches aparcados, así que también nosotros nos detenemos.
El suelo está cubierto de barro helado y hay que caminar con cuidado. El lugar tiene calefacción, no se sabe si es un mesón o un bar o un refugio. Dos extranjeras jóvenes aparecen con sus mochilas.
La mesonera tiene ribetes de artista -tiene un
taller de alfarería en el pueblo- pero, no obstante, nos ofrece unos vasos de
vino y una cazuelita de chorizo frito. Esto parece dar ánimos a los hombres y
comprensión a las mujeres, con lo que estas proponen salomónicamente que
nosotros sigamos hasta la cumbre, que ellas nos esperarán al calor del refugio.
Así que nos ponemos de nuevo en marcha,
rodeados del blanco de la carretera y de los blancos esqueletos de los arbustos
que la bordean. Quinientos metros más allá la niebla comienza a disiparse y, un
poco después, llegamos a la cumbre, que nos espera brillantemente iluminada por
la luz del sol.
-¡Vaya -comento, admirado, por la solitaria
belleza del paisaje-, qué tontas han sido por haberse quedado ahí abajo, en la
niebla. No hemos tardado ni tres minutos en llegar hasta aquí!
Incluso con sol hace un frío que pela y como,
además, no debemos retrasarnos, pues doña Tita nos espera en su casa con unas alubias
blancas estofadas y un congrio al ajo arriero, descendemos hasta el refugio,
recogemos a las mujeres -que no se creen que en la cumbre de Foncebadón haga
sol- y regresamos a Astorga.
Ah, finísimas las alubias y suculento el
congrio. Excelente broche final para nuestra visita a Astorga y al puerto de Foncebadón, ambos, lugares míticos del
Camino de Santiago.
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