18 marzo 2021

PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA (y VI)

    El regreso de Pedro Sarmiento comenzó en Bahía, donde se embarcó en una carabela portuguesa hacia España. La travesía transcurrió felizmente hasta estar en aguas de las Azores, donde fueron atacados por tres barcos corsarios de Walter Raleigh. Ante la fuerza de los enemigos se rindió la carabela, que fue apresada.


Dejaron en libertad los corsarios a los tripulantes de la carabela, pero el piloto denunció a Sarmiento como navegante de importancia, quizá como gobernador del Magallanes, y fue hecho prisionero (agosto de 1856) requisándole todos sus papeles. Sarmiento había arrojado al agua algunos de ellos, pero una parte fue rescatada por los ingleses. 

    Fue llevado a Inglaterra (septiembre) donde, después de algunos días de maltratos, Sarmiento fue conducido ante Raleigh que, al conocer quién era, hizo que se le diese un trato más amistoso. Como consecuencia de este contacto fue presentado a la Reina Isabel y con ella departió, como con Raleigh, en latín —era «elegante en latín», dirá después Sarmiento. Estuvieron hablando cerca de dos horas—. ¿De qué? Nuestro personaje no lo dejó escrito. Dirá que era para tratarlo personalmente con el Rey.

 



La reina le hizo llegar un mensaje para Felipe II encaminado a iniciar las negociaciones de paz y se le proveyó de un pasaporte y ayuda para salir de Inglaterra y viajar a España.
Pero Sarmiento, ay, no volvió a España por mar, sino por el continente: pasó a Francia, donde se entrevistó en París con el Embajador de España don Bernardino de Mendoza. También fue a Dunkerque e informó a Alejandro Farnesio, gobernador general de los Países Bajos, de cómo andaban las cosas en Inglaterra (sería después el capitán general designado para su invasión).
    En su camino a España, no muy lejos ya de Bayona, fue hecho prisionero por soldados hugonotes franceses. No le sirvió el pasaporte de la Reina Isabel, y menos el que España estuviese en paz con Francia. Fue llevado a Mont de Marsan y encerrado en un calabozo.




El prisionero quedó bajo la custodia del coronel Castelnao. Los hugonotes propusieron el canje por uno de los suyos, que había caído en Flandes en poder de los españoles. Felipe II no accedió a ello y entonces pidieron un rescate por Sarmiento por valor de 30.000 escudos...
    No hicieron efecto las cartas que la misma Isabel de Inglaterra escribió a Enrique de Navarra, cabeza del partido hugonote (más tarde Enrique IV de Francia); en ellas le manifestaba que le interesaba mucho que Sarmiento pasase a España y llevase sus mensajes a su Rey.



Castelnao fue bajando el rescate pedido por Sarmiento y al fin fue puesto en libertad mediante el pago de tan sólo 6.000 escudos y cuatro caballos escogidos... Era ya el verano de 1590... Tres largos años de cautiverio sufriendo un trato infame, en un calabozo «tan hediondo que no lo podían sufrir los que le llevaban de comer» 
    Desde agosto de 1586, en que Sarmiento fue hecho prisionero por los ingleses, los desventurados habitantes del Magallanes habían perdido su protección, bien que ésta no fuese más que por cartas dirigidas al Rey. Cuando por fin llegó a España (1590), estaba obsesionado con el Estrecho de Magallanes y con la suerte corrida por la gente que allí había dejado.

Al parecer, aquellos colonos sufrieron muchas calamidades y murieron casi todos. Se sabe de su triste suerte por el relato de uno de los supervivientes, el soldado Tomé Hernández, rescatado por el corsario inglés Cavendish...
Pero parece demostrado que Cavendish también dejó abandonados a su miserable suerte a una docena de aquellos desventurados. 
    Entre las penalidades que debieron sufrir se cita como principal, el hambre. Dado que se podían conseguir algunos alimentos tales como frutas silvestres, mariscos y caza, más parece que la verdadera causa de su muerte habría sido alguna enfermedad contraída quizá por el consumo de esos «mexillones» en los que un virus vivía sin causar la muerte del animal, pero sí de la persona a quien servían de alimento. 
    A partir de entonces Sarmiento de Gamboa permaneció en la Corte, respetado por todos y dedicado a sus aficiones literarias, pero siempre con dos importantes asuntos en su mente: ayudar a la gente que había dejado en el estrecho y terminar la labor de fortificarlo.
     

Por último, fue nombrado Almirante de una flota de naves armadas para proteger los barcos de la Carrera de Indias. 
    Zarpó de Cádiz con veintiún barcos (mayo de 1592). Cerca de Lisboa cayó enfermo, fue llevado a esta ciudad y allí falleció el 17 de julio de 1592. 
    Pedro Sarmiento de Gamboa, a pesar de las desgracias sufridas, fue un hombre constante, trabajador y estudioso. Siempre dispuesto a contribuir al desarrollo de las ciencias, trazó cartas, mapas y derroteros, efectuó correcciones en cartas existentes, describió los mares por donde navegó, las tierras que visitó y los parajes que descubrió, que sirvieron para facilitar el éxito de posteriores expediciones.







04 marzo 2021

PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA (V)

    Una vez organizado el nuevo asentamiento "Rey Don Felipe" Sarmiento se dispuso a regresar, a bordo de la María, al poblado «Nombre de Jesús». Aparte el lógico contacto necesario con la gente allí asentada, debía dejar en él todo el material que estaba previsto para ellos y que aún se encontraba en la nao, incluídos los cañones que había que emplazar en los fuertes. 


Estaba ya Sarmiento a bordo cuando se levantó el viento rabioso característico del Magallanes, desencadenán-dose un fortísimo temporal. En inminente peligro de irse la nave contra tierra, se tuvo que picar el cable del ancla (la única que les quedaba) con la consecuencia de marinear el barco y salir a la mar libre, pasando de largo el poblado “Nombre de Jesús”, sin poder detenerse en él como tenía previsto y zafándose por fortuna de los bajos (lugar hoy llamado banco  Sarmiento).




    En esta circunstancia no tuvo más remedio que correr el temporal y, al no disponer de ancla para poder detenerse cuando fuese posible utilizarla, ¡pues otra vez hacia Río de Janeiro!
    La forzada salida del Estrecho ocurrió el 26 de mayo y hasta el 29 de junio no logró entrar la María en el puerto de Santos. Tuvo allí casi que mendigar para obtener víveres para su gente.
    Al fin pudo llegar a Río (a 400 Km. de Santos), donde su gobernador, Correa, le proporcionó ayuda. Tenían que subsistir, hacer reparaciones y —el deseo principal de Sarmiento—enviar socorros a los pobladores del Estrecho, abandonados por fuerza de los desatados elementos.



    Alquiló un patache y en él cargó alimentos y ropas, despachán-
dole para el Estrecho. Escribió también al Rey dándole cuenta de todo y pidiendo ayuda: le proponía que fuesen recompensados los que se decidiesen a ir al Magallanes, pues hacían falta allí más brazos...
    Como no había en Río los elementos necesarios para la reparación del María tuvo que subir hasta Pernambuco (más de 2000 Km). Llegó con un ancla, sí, que adquirió en Río, pero ¡con un cable «hecho de cortezas de árboles»!...
    En Pernambuco, compró Sarmiento brea, diversos bastimentos y ropa de la que estaban sus hombres y él mismo muy necesitados. Reparó la María. Escribió nuevamente al Rey, esta vez una «Relación muy circunstanciada»

Una vez reparada la nao y completados los bastimentos necesarios Sarmiento zarpó de nuevo hacia el Magallanes,  pero cerca del puerto de Bahía saltó un temporal que arrastró a la María contra la costa. Echaron al agua los bateles reservándolos para los que no sabían nadar. Sarmiento se pudo salvar a nado pero estuvo a punto de perecer. Le salvó un esclavo negro que tenía, que le era muy devoto. Los demás no quisieron ayudarle (muchos deseaban su muerte, pues creían que así se pondría término a las desgracias que caían sobre él y sus hombres). Ya antes había cundido la deserción... Sarmiento en este naufragio resultó herido por los clavos de las tablazones deshechas.
 


Así terminó, pues, la María y en ella se perdieron los esfuerzos y los gastos que se hicieron en su reparación y en su carga. Sarmiento fue socorrido primero por padres teatinos y luego por el gobernador Coutiño. Puso éste a su disposición un barco de mediano porte, cierta cantidad de provisiones y algunos pertrechos.
    También le avaló el gobernador para que en los próximos puertos fuese abastecido. En Espíritu Santo cargó algodón y cecina, en Río de Janeiro herramientas, pólvora, balas y algún ganado para cría...
    Escribió esta vez no al Rey, sino a su secretario, don Antonio Eraso. Terminaba sus peticio­nes: «todo lo que puedo hacer es arquear con la muerte y hacer poco de lo mucho que es necesario a aquella gente, abandonada en aquel remoto lugar del mundo tan poco abundante en recursos para la subsistencia humana».



    En España, el Rey no había olvidado por completo a los habitantes del Magallanes, pero toda su atención estaba centrada entonces en reaccionar contra los ataques de Inglaterra; en su mente ya estaba tener que atacarla en su propio suelo, mas para ello todo lo que había resultaba poco. Tendría que reunir una armada: «La Gran Armada».
    Sarmiento, finalmente, estuvo listo para volver a salir hacia el Estrecho. Su angustia por la suerte de sus hombres varados allá, se veía aliviada pensando que el patache que había enviado con socorros habría llegado ya. Más tarde averiguaría que no fue así. 
    Era el 31 de enero (1586) cuando emprendió su marcha; el viaje se hacía con buen tiempo, todo auguraba el éxito; pero otra vez surgió la acción de guardián celoso que impedía la entrada en el Magallanes.



Esta vez lo hizo mucho antes de que Sarmiento estuviese cerca, a la altura de Bahía Blanca (paralelo 39° Sur): Saltó un mal tiempo, juzgado por nuestro Capitán como el más terrible que nunca había experimentado en su vida de navegante: «...cada ola nos comía, una nos encapilló por la cuadra siniestra de popa y metió el bordo de la diestra hasta media puente, debajo de la mar». 
    Se vio obligado a tirar el cargamento a la mar —¡el socorro para sus gentes del estrecho!— y ponerse a correr el temporal a palo seco. El temporal seguía y seguía; así... otra vez a la tan lejana base: ¡Río de Janeiro!
    Y allí, con el barco casi deshecho, sin los elementos de socorro, con la gente medio sublevada (y pronto lo estaría del todo) empieza nuevamente 



el tenaz esfuerzo de Sarmiento por preparar otro socorro... Pero ¿y el dinero? —Ningún autor habla de él. ¿De qué caudales podría disponer?—. Él habla de que emplea su peculio particular. ¿Cual era éste?, ¿eran los gobernadores los que financiaban los gastos?, ¿bastaba la recomendación de aquéllos para que los proveedores fiasen? Puede ser que hubiese algo de cada cosa. Pero esta vez ya el crédito estaba agotado. Desesperado ante este estado de cosas, decide regresar a España y exponer al Rey la situación.
    Antes de salir de Río había tenido Sarmiento que reprimir, espada en mano, un motín de sus hombres, del que era cabeza un piloto al que dio una puñalada y mandó encerrar, después, en un castillo. Luego se vio forzado a licenciar a la dotación de su barco por falta de dinero para mantenerla.
    Como vemos, todos los esfuerzos de Sarmiento estaban dirigidos a acudir en socorro de los pobladores y gente de guerra que, mal a su pesar,  habían quedado desasistidos en aquel estrecho del fin del mundo. 



    Estaba obsesionado y no era para menos: el 26 de mayo de 1584, cuando iba a llevar al asentamiento "Nombre de Jesús" todo el material, pertrechos y artillería que quedaban a bordo y que estaba destinado al mismo, un temporal arrastró a la nao María fuera del estrecho y hasta las costas de Brasil, sin que fuera posible ayudar a aquella pobre gente.
    Casi un año después, abril 1585, Sarmiento sale de Río con socorros para el estrecho, pero tampoco consigue llegar a su destino. De nuevo lo intenta, siempre desde Río de Janeiro, el 31 de enero de 1586 y esta vez ni siquiera se puede acercar a la latitud del Magallanes.
    ¡La gente del estrecho, pues, llevaba casi dos años y dos inviernos completos abandonada a su suerte!










 

 




21 febrero 2021

PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA (IV)

    La estancia en Río de Janeiro fue una continua sucesión de conflictos de Sarmiento con Flores Valdés, pues el primero descubrió la venta fraudulenta de pertrechos y recursos por parte de algunos capitanes y maestres de buques y la carga en los barcos de palo brasil para provecho de estos, y Flores parecía mirar a otro lado...


    Tras muchas tensiones la expedición salió de Brasil (noviembre de 1582) con dieciséis barcos, para continuar viaje hacia el sur en demanda del Estrecho de Magallanes. Pero el estrecho estaba a la defensiva y no se dejaría domar fácilmente. Y además el océano Atlántico parecía actuar como su aliado:
    En un fuerte temporal se perdió un bergantín y poco después una nao que se fue al fondo con trescientos cincuenta hombres y un importante cargamento destinado a los destacamentos que se pensaba fundar.



Un nuevo temporal hizo que se perdiera otra nave cargada con víveres. Después tres barcos se separaron a la altura del Plata debido a su mal estado y tuvieron que regresar a Río de Janeiro. Otros tres entraron en el Río de la Plata llevando a Alonso de Sotomayor, gobernador de Chile, para que se dirigiera por tierra a su destino.

    Finalmente, de toda la expedición, al estrecho llegaron sólo unos pocos barcos (febrero de 1583),


pero el Magallanes no les permitió el paso y el Atlántico colaboró activamente con él, aportando temporales que parecían no tener fin, no dando respiro a las tripulaciones, que empezaron a amotinarse. 
    Por una vez, Sarmiento y Flores se pusieron de acuerdo y pactaron retirarse a Brasil para rehacerse y reparar las naves más dañadas, y así, la flota abandonó las aguas del estrecho y retrocedió 4.000 Km. hasta Santos (marzo) para regresar a donde había salido seis meses antes, es decir, a Río de Janeiro (mayo), sin haber podido ni siquiera iniciar los trabajos que tenían encomendados.



    En Río se encontraron con el general Diego de Alcega, que traía cuatro naos con víveres para la expedición y el aviso del Rey para Sarmiento y Flores de que había que fortificar el estrecho cuanto antes ya que Francia estaba preparando corsarios para cruzarlo.
    Pero Flores Valdés no parecía interesado en el estrecho sino en regresar a España y dejar atrás el infierno que, sin duda, le estaría de nuevo esperando en el Magallanes, así que aprovechó la presencia de corsarios franceses en Bahía de Todos los Santos, para dirigirse a dicha ciudad y, a continuación, seguir viaje a España con la mayor parte de la flota. Dejó en la zona al almirante Diego Ribera con sólo cinco barcos y poco más de quinientas personas, entre ellas Sarmiento de Gamboa.



    Y principia diciembre de 1583, es decir, a comienzos del verano austral, cuando salen de Río de Janeiro las cinco naves que manda el almirante Diego Ribera, llevando a Sarmiento con sus pobladores y soldados destinados para los proyectados establecimientos del Estrecho. Llevan víveres, pertrechos y la artillería para los fuertes que han de construirse...
    Después de tres intentos de entrar en el Estrecho, sin conseguirlo debido a los temporales que parecen estar siempre allí, consiguen hacerlo y fondean en la ensenada que bautizaron con el nombre de las Once Mil Vírgenes. 


    Desembarca Sarmiento con el capitán Gregorio de las Alas y el piloto Antón Pablos más ocho arcabuceros y toma solemne posesión del Estrecho. ¡Ya es gobernador!
Desembarca toda la gente, unas 300 personas en total, y la correspondiente impedimenta, víveres y cañones... Tras grandes fatigas los colonos lograron fundar un primer asentamiento que bautizaron “Purificación de Nuestra Señora”. Pero las inclemencias del tiempo y lo inhóspito del lugar obligó a Sarmiento de Gamboa a cambiar de sitio, para fundar con una solemne ceremonia otro asentamiento que llamó “Nombre de Jesús”, cerca del cabo Vírgenes.



En la fundación del nuevo poblado se utilizó una de las naves, varándola, como base de operaciones,  aprovechando  primero el abrigo que proporcionaba, para después utilizar su madera, armas y pertrechos. Se sacrificaba, pues, un barco pero se iniciaba la población del Estrecho.
    Las cuatro naves restantes salieron despedidas varias veces del Magallanes, expulsadas por la marea vaciante y los vientos que rompían los cables de las anclas, aunque siempre pudieron volver y los tripulantes colaboraron con las gentes de tierra. Pero a fuerza de partir cables quedaron muy pocas anclas disponibles. 
    La última vez que la flotilla logró acercarse al asentamiento fue ocasión para que Sarmiento alabase al almirante Ribera: «Hízolo muy varonilmente y como deseoso de servir a S. M.»



Gamboa no descuidó la organización del poblado y designó autoridades para su gobierno, comenzó la construcción de la primera iglesia y ordenó efectuar diversas siembras. Pero el lugar no era bueno para ser cultivado, los productos de la tierra eran pobres y escasos, sólo la mar les proporcionaba algo de pesca y moluscos, y el frío y el hambre empezaron a hacer mella en aquellos colonos.
    Esto no es de extrañar, ya que las temperaturas máximas anuales en el territorio del estrecho oscilan entre los 14º C en verano y 4º C en invierno. 

    Las mínimas varían entre 7º y 0º C. Por no hablar de vientos que pueden alcanzar los 100 nudos y ni de 3000 litros/metro cuadrado anuales de lluvia. Vamos, que no se daría nada bien el trigo.
    El almirante Diego Ribera, dando por concluida su misión, puso rumbo a España con tres barcos, dejando en el estrecho sólo la nao María (Santa María de Castro) y los restos desmantelados en la playa de la nao Trinidad.
    

Y en tierra quedaron unas trescientas cuarenta personas en condiciones de supervivencia muy difíciles, por lo que Sarmiento juzgó necesario encontrar un terreno más propicio que pudiera abastecer de los elementos - madera, pesca, caza, productos agrícolas - necesarios  para garantizar la vida de los pobladores.

    Así que, habiendo seleccionado un grupo de entre los hombres más fuertes, salió a buscar un lugar más adecuado para allí fundar un nuevo asentamiento. La nao María debía acompañarles navegando por el estrecho.
    La expedición de Sarmiento y sus hombres desde el poblado «Nombre de Jesús» hasta el lugar que debía ocupar la  nueva población «Rey Don Felipe» tuvo un gran mérito. Fue una marcha que llamaron «de las ochenta leguas» -en realidad fueron más de 100- siguiendo la orilla norte del estrecho, viéndose obligados a dar grandes y agotadores rodeos por los canales que desembocaban en él.
    La nao María, que los acompañaba, tuvo que seguir su camino marítimo avanzando penosamente contra vientos y corrientes. Cuando los «de a pie» se reunieron al fin con ella iban completamente agotados y es claro que la nao fue su salvación. 



    Durante la terrible marcha Sarmiento y su grupo tuvieron que superar grandes dificultades y atravesar pasos muy difíciles. Para colmo, unos indios gigantescos (patagones) los atacaron y en la lucha perdieron un hombre y otros más resultaron heridos.
    El asentamiento se fundó finalmente en marzo de 1584 a pocos kilómetros de la actual Punta Arenas y se determinó que los fuertes serían edificados en la boca oeste de la primera angostura.
















28 enero 2021

PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA (III)

    

    Una vez terminados los trabajos en el estrecho y estando ya en el Atlántico (24 de febrero de 1580) arrumbó a España, decidido a ver al Rey, pero tampoco este viaje, que debería ser de pura rutina para un marino como Sarmiento, le resultó sencillo. Tuvo que batirse y ahuyentar a un corsario francés cerca de las islas de Cabo Verde (mayo).



    Desde dichas islas envió un patache para informar al virrey del Perú sobre sus trabajos en el estrecho de Magallanes y para darle las últimas noticias sobre las actividades de los corsarios, en especial de Drake.
    Al regresar a España (agosto de 1580), se dirigió a Badajoz donde se encontraba Felipe II (septiembre), al que informó de los acontecimientos. Le mostró de forma detallada los descubrimientos realizados y trató de convencerlo para que poblara y fortificara el Estrecho de Magallanes con el fin de cerrar el acceso de piratas a los Mares del Sur, aunque el Rey, ya de antemano, tenía la idea de hacerlo.



    Se nombró una comisión para estudio de la cuestión y después se compulsó la opinión del duque de Alba y del marqués de Santa Cruz; el primero no fue partidario en principio de tal fortificación. 
    Tanto él como el prestigioso General de la Mar, don Cristóbal de Eraso, opinaron que era difícil conseguir que unos fuertes, con el fuego de sus cañones, pudieran impedir el paso de barcos que, seguramente, aprovecharían las fuertes corrientes de marea que se producían en el estrecho para ganar velocidad. Decían que lo verdaderamente eficaz era mantener en el Mar del Sur una fuerza naval de guarda de aquellas aguas.


    La propuesta fue muy debatida y al final el Consejo de Indias la aceptó y decidió poblar y fortificar las márgenes norte y sur del estrecho en su parte más angosta, complementando la acción de los fuertes con la de una barcaza artillada y siempre que se cerrase la canal con una obstrucción con flotadores para mantener una fuerte cadena. 
    Finalmente, el Rey aprobó el proyecto de Sarmiento, que consistía en la construcción de dos fuertes, cada uno de los cuales debería estar armado con cuatro cañones, cuatro culebrinas «y la correspondiente artillería menuda» y guarnecido con 200 hombres. También se añadió al proyecto la construcción de dos atalayas de vigía, muy importantes por ser terreno llano y sin alturas para desde ellas avistar de lejos al posible enemigo.



    Los medios navales con los que contaba Felipe II para atender a su tan vasto imperio eran en realidad muy limitados. Se había hecho una distribución de fuerzas y una de ellas era la que había de tener la guarda de las costas de América meridional, mandada por don Diego Flores Valdés. A esa armada se le dio el encargo de llevar a Sarmiento de Gamboa con todo el material y los hombres que habían de establecerse en el Magallanes y fortificar el estrecho.
    Sarmiento, sin embargo, aspiraba a tener el mando de una armada especialmente preparada para la misión que tenía que llevar a cabo. Pero cuando vio que ello no sería posible, pidió permiso al Rey para retirarse a América, desentendiéndose de la misión. El Rey se lo negó y, eso sí, le nombró gobernador y capitán general de los territorios que había de ocupar, pero no lo sería sino cuando el establecimiento estuviese hecho. Pocas atribuciones tendría en tanto que ello no ocurriese.
    A partir de aquí, como veremos, la aventura de Sarmiento dirigida a fortificar y poblar el estrecho de Magallanes irá de desgracia en catástrofe. No parece sino que el estrecho hubiera sido un ser vivo que no permitiera la presencia de otros en sus dominios, habiendo contado además con la colaboración de ciertos personajes. 



    Pero no adelantemos acontecimientos, así que continúo.
    Se organizó inmediatamente la expedición, se designó a Diego Flores Valdés capitán general de la Armada del estrecho, y a Sarmiento de Gamboa gobernador y capitán general de las poblaciones que se fundaran en el estrecho, con total independencia de Valdés. 
    El nombramiento de Valdés no fue, como hemos dicho, del agrado de Sarmiento y muy pronto salieron a la luz diferencias entre ambos jefes. Entre otros asuntos se discutió la salida, ya que se aproximaba el otoño de 1581 y Sarmiento opinaba que era mala época para iniciar la expedición por los riesgos de grandes temporales.
    La expedición estaba inicialmente compuesta por una armada de 23 naves del Rey y 18 embargadas. Sumaban unas 8.400 toneladas. Las tripulaban 672 hombres de mar y llevaban 1.332 de guerra. También iban 206 hombres pobladores para el Magallanes, 70 de ellos casados (se supone que iban también las esposas y quizá familia o hijos). Completaban la expedición artilleros (para el estrecho), albañiles, herreros y carpinteros...



           Partió de Sanlúcar hacia las costas brasileñas a finales de septiembre de 1581 y los temores de Sarmiento se hicieron realidad, ya que cuando apenas habían sobrepasado Cádiz se encontraron en medio de una gran tormenta que hundió cinco barcos, perecieron ochocientos hombres y los buques restantes tuvieron que regresar a puerto.    
    En Cádiz se reorganizó la armada, se efectuaron reparaciones y se cargaron víveres y pertrechos. 



Sarmiento trabajó con todas sus fuerzas en el aprovisiona- miento de estos y también logró completar el cupo de pobladores (debían ser 300). Durante unos días de enfermedad que padeció Flores Valdés, Sarmiento siguió trabajó sin descanso e hizo mucho, lo que no gustó nada al Capitán General.
    Agarró tal cabreo que ordenó la salida de la flota (diciembre de 1581) cuando aún estaba en tierra Sarmiento y este tuvo que alcanzarla, con alguna dificultad, a bordo de  una balandra... ¡Hay que ver!



                    La expedición hizo un alto de un mes en las islas de Cabo Verde y llegó a Río de Janeiro (*) (marzo de 1582) para invernar, cuando en la dotación ya había 150 bajas por enfermedad. Otros murieron en este puerto a consecuencia de sus males. Faltaban ya «pobladores».

(*) Al que se sorprenda de que la flota de Flores Valdés tocase puertos portugueses (Cabo Verde y Río) en su ruta al estrecho, le aclaro que Felipe II había sido proclamado rey de Portugal año y medio antes.

21 enero 2021

PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA (II)

    Conviene aquí recordar cuales eran los territorios, cuyo gobierno el nuevo virrey del Perú, Don Francisco de Toledo, tenía encomendado por el rey Felipe II. 



    No se trataba solamente de lo que hoy es la República del Perú, sino de la casi totalidad de América del Sur, ya que sólo quedaban fuera el Brasil del Tratado de Tordesillas y Venezuela, que dependía de la Real Audiencia de Santo Domingo.
    No es de extrañar por tanto que el virrey quisiera conocer sus enormes dominios, habiendo planificado, como ya hemos dicho, un viaje de cinco años de duración con la finalidad de evaluar los recursos económicos y humanos de aquellas tierras. Un gran trabajo para el que el virrey contaría con diversos colaboradores, entre ellos Sarmiento de Gamboa, que se dedicó sobre todo a asuntos militares e históricos. 
  
       


    Fruto de este período fue su Historia de los Incas (1572), escrita a raíz de lo visitado y basada en entrevistas con ancianos indígenas de reconocida autoridad y sabiduría y en conversaciones con españoles supervivientes de los primeros contactos con los indios; es una de las obras mejor documentadas de cuantas se escribieron sobre los Incas y la antigua historia del Perú.
    Y ya estamos otra vez: Unas declaraciones suyas que afectaban a la iglesia no fueron del gusto de la Inquisición, por lo que se vio sometido a un nuevo proceso en el que fue condenado y, más tarde, liberado por las gestiones del virrey.
    Mientras tanto, un nuevo peligro para Felipe II había surgido en los mares. 



    El corsario inglés Francis Drake, tras haber asolado diferentes lugares de las Antillas, se había dirigido al Atlántico sur (1577), cruzó el estrecho de Magallanes (1578), pasó al Pacífico, y atacó las costas del Virreinato del Perú y las naves que navegaban por sus aguas. Pienso yo que Felipe II demostró una gran paciencia al soportar estos y otros ataques por parte de Inglaterra pues tardó diez años (1588) en enviarles la Gran Armada para pararles los pies. Desgraciadamente la operación no tuvo éxito.
    El virrey envió una pequeña armada en persecución de Drake, en la que iba Sarmiento de Gamboa, y que terminó por regresar sin haber encontrado al inglés. 

    
    Y no lo encontró porque Drake tuvo información de la flotilla que iba a salir en su busca y pensó que era más saludable alejarse de la costa que estaba atacando.
    Bordearla hacia el sur, doblar el Cabo de Hornos y pasar al Atlántico para volver a Inglaterra era muy arriesgado, pues la flotilla podría estarle esperando en las proximidades del cabo, así que el corsario prefirió adentrarse en el Pacífico, alejándose del continente americano, bordear África y llegar así a Inglaterra.
    Hoy los ingleses están muy orgullosos por la vuelta al mundo de Drake, pero conviene recordarles los motivos que tuvo Drake para dar la vuelta al mundo.
    Poco después, viendo que era necesario controlar los estrechos del sur, el virrey encargó a Sarmiento que efectuara un reconocimiento de la zona para estudiar el posible asiento de fortificaciones. 


    Sarmiento salió con dos barcos (octubre de1579): El Nuestra Señora de la Esperanza y el San Francisco y llevó a cabo una exploración en la que demostró sus dotes de navegante, cosmógrafo y científico. 
    Tras treinta días de navegación (hay unas 2400 millas ó 4500 km. desde Lima) los barcos llegaron a la zona del Estrecho de Magallanes (*) pero sólo pudo iniciar los trabajos de búsqueda de la entrada oeste el Nuestra Señora de la Esperanza, en que iba Sarmiento, ya que el San Francisco, mandado por Juan de Villalobos, fue devuelto al Pacífico (barrido diría yo) por los duros temporales que se le enfrentaron (enero de 1580) y tuvo que regresar a El Callao.



    Mientras tanto Sarmiento va tanteando las posibles entradas y buscando los canales practicables que, por su dirección, pudieran ser los convenientes para dar con el estrecho en sí. Y para facilitarse esta búsqueda, nuestro protagonista no duda en trepar a lo alto de montañas escarpadas, con piedras afiladas como navajas y cumbres nevadas.
    Deseo llamar la atención del lector sobre la costa oeste de la Patagonia -hoy, chilena- la cual está protegida por una gran cantidad de islas y canales que hacían prácticamente imposible localizar desde el Pacífico la boca de entrada al canal de Magallanes. Pero volvamos al relato:
    “Con la sonda en la mano y el credo en la boca” escribe, enfatizando el peligro en que se hallaban cuando, montados en un bote, iban comprobando la profundidad y las posibilidades de paso de los canales de aquel laberinto de islas, y todo en medio del enorme oleaje que allí se formaba.


    En otro párrafo Sarmiento advierte sobre los bajos y las algas que en ellos había: “Arribamos a popa hasta salir de los baxos, que son muchos y muy peligrosos y lo que es peor las hierbas que se crían entre ellos, que no dejan salir ni romper al batel (bote auxiliar) si acaso acierta á entrar entre algún herbazal...
Viendo por aquí herbazal huyan dél, porque es bajo y no se fíen de no ver reventar la mar en todas partes, porque la misma hierba, aunque sea muy baja, quita á la mar de que no reviente tanto como donde no la hay, y así es peligrosísimo. Abre el ojo».


    El resultado es la elaboración de un «Registro», un derrotero podríamos decir ahora. Así pues, no sólo pasa el estrecho —al que piadosamente quiere dar el nombre de «de la Madre de Dios»—, sino que con sus anotaciones facilita su navegación a los que le hayan de seguir en el empeño y servirá no sólo para embocarle desde el Pacífico sino también para los que hayan de hacer la travesía desde el Atlántico. Todo en escrito reservado (secreto), claro está, para que no sea también facilidad para los enemigos, los corsarios, para impedir el paso de los cuales se quiere fortificar «el Magallanes».
    Así pues, con lo expuesto y mucho más que podría decirse, vemos a Pedro Sarmiento de Gamboa como navegante excepcional entre todos los de su tiempo.



    Navegante de altura y de bajura y con la mayor base científica que puede esperarse en aquella época. Podemos calificarle como muy bueno entre los mejores: quizá el mejor de los que han sido bien estudiados.

 
(*) No pierda de vista el lector que los barcos se hallan en el Pacífico.   

13 enero 2021

PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA




  
Referencias:
Carlos Martínez Valverde, Revista General de Marina (Ago-Sep 1991)
Marcelino González Fernández, Real Academia de la Historia, Biografía Sarmiento de Gamboa

    Uno de los personajes históricos que más me han admirado y, que con frecuencia, me ha llenado de asombro es, sin duda, Pedro Sarmiento de Gamboa, cuya aventura conocí a través de “La Revista General de Marina”, en un artículo del Contralmirante Martínez-Valverde.
    Desde un principio me atrajo de Sarmiento su desparpajo y facilidad para desenvolverse ante las oportunidades y dificultades que se le presentaban, su habilidad para ganarse amigos (y algunos enemigos no despreciables, como la Inquisición) y sus conocimientos, tanto literarios como científicos.
    Nació entre 1530-32 en Pontevedra, hijo de Bartolomé Sarmiento, pontevedrés y de María Gamboa, nacida en Bilbao. Muy poco se sabe de sus primeros años y tampoco se sabe en qué universidades cursó los estudios que le dieron una esmerada educación y un amplio nivel intelectual y cultural, con grandes conocimientos, sobre todo, en Astronomía, Náutica, Matemáticas y Geografía.
    A la edad de dieciocho años dejó la casa paterna (*) y se inició en la carrera de las armas, peleando en diversas campañas del Emperador Carlos I (1550-1555).
        
    

    En 1555 se embarcó rumbo al Nuevo Mundo. Llegó a México donde estuvo dos años, de los que se sabe que tuvo problemas con la Inquisición por burlas y desacatos (1557), a consecuencia de lo cual fue sometido a un proceso, que no iba a ser el último.
    Queriendo probablemente poner tierra de por medio marchó a Perú (c. 1557), virreinato que disfrutaba de un período de expansión y consolidación después de la conquista y guerras civiles. Allí, gracias a su amplia cultura se convirtió en una de las personalidades más relevantes de Lima, donde consiguió la Cátedra de Gramática gracias a la mediación del virrey de Perú marqués de Cañete.
    A este le sucedió el conde de Nieva (1561), virrey dadivoso, afable, tolerante y mujeriego, siempre rodeado de un amplio séquito al que se incorporó Sarmiento de Gamboa, que al poco tiempo pasó a ser consejero del virrey en asuntos de estrategia, navegación e historia, además de asesor sentimental.
    Fue esta una amistad que costó a Sarmiento algunos quebraderos de cabeza, sobre todo tras el fallecimiento de Nieva (1564), que apareció muerto una madrugada en Lima. Se corrió el rumor de que Sarmiento de Gamboa había hecho un vaticinio al virrey sobre los peligros de salir por la noche 
y alguien lo delató por nigromante, lo que sumado al hecho de que la iglesia de aquellos tiempos perseguía la astrología, hizo que Sarmiento se viera envuelto en otro proceso con la Inquisición.
    Fue juzgado por cargos relacionados con la magia y prácticas sobrenaturales y condenado a cárcel y destierro (1565). Pero la condena no llegó a cumplirse y Sarmiento de Gamboa encontró prudente dejar Lima y marcharse a Cuzco.



    El nuevo virrey, Lope García de Castro, trajo un nuevo período de prosperidad y tranquilidad para el virreinato. Se trazaron proyectos para descubrir nuevas islas a poniente, en el Pacífico, que según las leyendas de los indígenas, estaban pobladas y eran muy ricas en oro y plata. Sarmiento mostró gran interés por tratar de descubrir aquellas tierras, así lo propuso y tuvo todo el apoyo de Castro (1567).
    Se organizó una expedición al mando de Álvaro de Mendaña, sobrino del virrey, en la que Sarmiento de Gamboa tomó el mando de la nave capitana y el encargo de gobernar y dirigir la expedición. Las instrucciones dadas a la escuadra por el virrey establecían que se consultase a Sarmiento todo lo relativo a la navegación y que cualquier derrota elegida tuviera que llevar su aprobación.
    Pero al poco tiempo de comenzar el viaje aparecieron los primeros problemas, ya que Mendaña y su piloto mayor, Hernán Gallego, ignoraron a Sarmiento y sólo acudieron a él cuando, ante algún problema grave, necesitaron echar mano de sus conocimientos.
    Durante la expedición fueron descubiertas diversas islas, algunas muy extensas como las Salomón. Sarmiento trató de establecer asentamientos, pero Mendaña prefirió regresar al continente aduciendo que estaba muy corto de personal. En efecto, había habido muchas muertes por enfermedades y en encuentros con los indígenas.



    Por otra parte, Mendaña continuó sin prestar atención a las recomendaciones de Sarmiento en cuanto a la derrota a seguir, lo que creó errores en la navegación de regreso. Las desavenencias entre los dos aumentaron, y al llegar a las costas del continente (1569) Mendaña hizo prisionero a Sarmiento de Gamboa.
Al recuperar la libertad y enterarse de que el nuevo virrey era Francisco de Toledo, Sarmiento regresó a Lima (1569), puso a Toledo al corriente de lo ocurrido y le manifestó su deseo de ir a España a ver al Rey.
Pero Toledo tenía otras prioridades y no accedió a la petición de Sarmiento porque le necesitaba para sus planes: trataba de consolidar el virreinato y, para conocerlo bien, estaba organizando un recorrido por todos sus territorios en el que se invertirían cinco años (1570-1575).


(*) Bajo la óptica de un español de hoy esto parece asombroso. Nuestros hijos abandonan el hogar paterno, si lo llegan a hacer, al doble de esta edad. Y se van cerquita de sus padres para disfrutar de la cocina y de otras ventajas que les ofrece su madre.