15 noviembre 2013

RASINES: CIEN AÑOS DE MINERÍA (III)

La  minería romana

Como veremos más adelante, hay indicios razonables de que los romanos estuvieron en Rasines y, tal vez, explotando su minería de hierro y plata. Por eso merece la pena detenerse en la forma y sistema de explotación minera que tenía aquel pueblo.


En muchas zonas de Cantabria hay testimonios de que sus recursos mineros ya fueron explotados por los romanos, por ejemplo en Reocín y Peña Cabarga. Los romanos estaban interesados en el hierro  y en el plomo, en este último, sobre todo, por el contenido en plata (Ag) que lleva aparejado. Los romanos no conocían el zinc ni, por supuesto, su metalurgia y por tanto no estaban interesados en sus derivados (blenda (SZn) y calamina (CO3Zn). Pero sí conocían la frecuente asociación entre estos minerales y los de plomo, de modo que para ellos blenda y calamina eran simplemente guías para encontrar plomo o plata.

Durante la dominación romana se hicieron reconocimientos continuos y sistemáticos para la búsqueda de minerales, hasta el punto de que la gran mayoría de los   asentamientos romanos estuvieron ligados a la presencia de yacimientos. Los llamativos óxidos de hierro en las “diaclasas” (fracturas de las rocas), así como el característico aspecto ocráceo o corroído de la rocas carbonatadas (calizas y dolomías) cuando éstas contienen elementos metálicos, fueron los principales indicadores de que, supuestamente, se valieron los prospectores romanos para encontrar yacimientos en nuestra región.



Las explotaciones mineras romanas se realizaban tanto en cantera como en mina, ya que conocían perfectamente la técnica para abrir pozos y galerías subterráneas. Naturalmente, en ausencia de explosivos que sólo se descubrirían muchos siglos más tarde, la minería romana precisaba de enormes contingentes de mano de obra, normalmente esclavos de los pueblos conquistados. En función de las características del terreno y concentración del mineral a extraer, sus métodos de explotación podían ser tremendamente agresivos para el entorno natural. Mención especial merece, en este sentido, el método que ellos mismos llamaban “ruina montium” (la ruina de los montes), utilizado para la extracción del oro.


En la extracción de oro los romanos utilizaban tres métodos. Si el filón estaba perfectamente localizado, utilizaban el método de bateo o cernido del material aurífero, en el caso de ríos portadores de pepitas de oro; o bien empleaban la minería subterránea si el filón se localizaba bajo tierra. Pero en el caso de tierras auríferas más pobres y con el mineral no localizado en un punto sino disperso a lo largo de una gran extensión,  entonces era necesario remover enormes cantidades de terreno para deshacer y arrastrar el conglomerado aurífero, lo cual se conseguía con la ayuda del agua. Era el método conocido como “ruina montium” o “arrugia”.


La técnica consistía en excavar una serie de túneles y pozos que taladraban el terreno a abatir, para luego hacer discurrir por los mismos agua a presión que no sólo erosionaba y arrastraba el sedimento sino que comprimía el aire en los extremos cerrados de las galerías, actuando a modo de un explosivo que provocaba el derrumbe de la montaña. El agua que penetraba en las galerías provenía de grandes embalses construidos al efecto, con agua transportada a veces a grandes distancias mediante canales labrados en la roca que tenían un 0,5 % de desnivel y una anchura de entre 90 y 150 cm. Para la medición y nivelación de estos canales utilizaban un curioso ingenio llamado  “chorobates”, una especie de regla con patas que incorporaba una plomada.  La masa de lodo y tierra abatida, como consecuencia del derrumbe del  monte, se hacía circular a través de una serie de canales de madera en cuyo fondo se colocaba brezo donde quedaban atrapadas las pepitas  de oro. Naturalmente esta técnica sólo era factible cuando la roca mineralizada era un material poco consolidado, caso de conglomerados y arenas.

El historiador romano, Plinio el Viejo (23-79 d.C.), nos relata cómo se realizaba la “ruina montium” o arrugia, labor que, según él, era un trabajo propio de los Gigantes de la mitología:
                                       

 Las montañas son minadas a lo largo de una gran extensión mediante galerías hechas a la luz de lámparas, cuya duración permite medir los turnos y por muchos meses no se ve la luz del día. Este tipo de explotación se denomina “arrugiae”. De improviso se producen grietas y hacen perecer a los trabajadores, de tal forma que parece menos arriesgado ir a buscar perlas y conchas de púrpura al fondo del mar: ¡Tan peligrosa hemos hecho  la tierra! Por ello se dejan numerosas bóvedas de piedra para sostener las montañas. En estos trabajos se encuentran a menudo rocas duras a las que se hace estallar a base de fuego y vinagre, pero a menudo las galerías se llenan de vapor y humo. Se destruyen estas rocas golpeándolas a golpes de martillos que pesan 150 libras (unos 50 kg.) y los fragmentos son retirados a las espaldas de hombres (...) Acabado el trabajo de preparación, se derriban los apeos de las bóvedas desde los más alejados. Se anuncia el derrumbe y el vigía colocado en la cima de la montaña es el único que se da cuenta de él. En consecuencia da órdenes con gritos y con gestos para poner en aviso a la mano de obra y, a la vez, él mismo baja volando. La montaña se derrumba por sí misma a lo lejos, con un estruendo que no puede ser imaginado por la mente humana, así como con un desplazamiento increíble de aire.”

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