29 agosto 2014

De Roncesvalles a Santiago (IV)

Abril 1999

4. Burgos - Carrión de los Condes



El plan original era inteligente: pasar en Burgos un par de días en casa de mis cuñados para incorporar la ciudad a nuestro Camino y, a partir de allí, continuar la ruta pero, desgraciadamente, no fue posible. Marieli no se encontraba bien, así que, habiéndole deseado una rápida recuperación, pasamos una mañana por delante de su casa, camino de Villalvilla y Tardajos.
El tiempo se estaba empezando a estropear y no tardó en comenzar a llover.  De nuevo en la N-120, la más peregrina de todas las carreteras. Pasado Tardajos nos desviamos hacia Sasamón, la antigua Segisamo romana, ciudad fortificada que posee una iglesia gótica sorprendente.



Aunque el coche lo habíamos dejado a no más de cincuenta metros de la iglesia, la carrerita que dimos hacia lo seco no impidió que empezáramos a calarnos. A pesar del agua no pudimos por menos de pararnos a admirar su portada principal, del siglo XIII. Su trabajo de labra es comparable al de las puertas de la Catedral de Burgos.



Es asombroso encontrar semejante obra en un pueblo, hoy, más bien insignificante.
Ya dentro, parece que nos estaban esperando, pues enseguida un señor -yo sospechaba que era el cura, pero al cabo nos habló de la familia de su mujer- se ofreció a enseñarnos la iglesia. Habían organizado una asociación de amigos  de Sasamón y colaboraban en una exposición que se estaba montando. La iglesia, de altas naves góticas, tiene empaque de catedral y no la pudimos abandonar hasta que nuestro guía no se dio por satisfecho.


Pero teníamos mucho que recorrer, así que nos despedimos, dimos otra carrerita hasta el coche y regresamos a la carretera general, a Olmillos de Sasamón.
Queríamos ver su iglesia, pero llovía de tal forma que nos contentamos con dar una vuelta por el pueblo -también en obras, embarrado- con el coche. Mala suerte, así que seguimos hasta Villasandino donde tuve que tomar una decisión difícil: o continuar por la nacional y visitar Melgar de Fernamental, que como todo el mundo sabe era la patria chica del héroe de mi novela, Alfonso de Melgar, o ceñirme a lo que habíamos venido, el Camino de Santiago. Dolorosamente me salí de la N-120, hacia Castrojeriz, hacia nuestro objetivo. De todas formas Castrojeriz también sale en la novela, allí vivía Ibrahim Ibn Yaquib, el maestro de Alfonso.


Pero tampoco tuvimos suerte. La tromba de agua que caía apenas nos permitió movernos doscientos metros fuera del coche a lo largo de la calle principal, desierta, decadente, ruinosa. Una desilusión, sobre todo después de ver desde el llano la imponente silueta del castillo que se recortaba en el cielo plomizo en lo alto de un cerro. Nos esperábamos más de esta antigua ciudad fortificada y no vimos nada que despertara nuestro interés. Claro, que con el agua que caía puede que no pasáramos por la calle mayor, sino por otra, o que, incluso, aquel poblachón vetusto ni siquiera fuera Castrojeriz. En fin, habrá que darle otra oportunidad en el futuro.
De nuevo en ruta, pasamos por Itero y por Boadilla del Camino -ay, Ada no quiso que nos paráramos para saludar a mi amigo Anaya- y llegamos a Frómista hacia la una de la tarde.


Ya no llovía y nos dirigimos, decididos, a visitar la iglesia de San Martín. Al salir del coche pasaron a nuestro lado dos peregrinos con aspecto de tortuga, tal era el efecto de un impermeable verde que les cubría desde la cabeza hasta media pierna, incluida la mochila. Uno de ellos se para, me mira no sé si con envidia o con sorna y me dice con un buen acento francés: “En coche, uno no se moja tanto, ¿eh?”
    La pequeña iglesia nos pareció una joya románica, simétrica, equilibrada, perfecta, atrayente como un pastelito, mitad iglesia y mitad fortaleza. Esto, desde el exterior, porque el monumento, claro, estaba cerrado y no se abriría hasta las cuatro y media de la tarde.


En una esquina de la plaza de la iglesia unas peregrinas francesas estaban trajinando en el equipaje, cargado en un coche. Dos de ellas se habían quitado las botas y se estaban cambiando de calzado. Me explican que hacen el Camino ayudadas por un “coche de apoyo”.
- “¿Desde dónde vienen ustedes?”, les pregunto.
- De Francia.
- Bueno, eso ya se ve. Pero ¿de qué parte?
- De Biarritz.
- Pero eso está aquí al lado...
   No sé por qué, yo me esperaba que fueran unas mujeres heroicas viniendo de algún lugar lejano, por lo menos de Alsacia.


En fin, que nos fuimos a comer a un buen restaurante -que, mira tú, no estaba cerrado- situado en una casa antigua, bien restaurada, contigua a la carretera general. Mi cordero estaba bueno, sin exagerar, y el bacalao de Ada “tenía muchos huesos”. Con pena por no poder esperar a que abriesen San Martín, salimos del pueblo hacia la siguiente parada obligada, Villalcázar de Sirga.

22 agosto 2014

De Roncesvalles a Santiago (III)

3. Nájera - Burgos

   Al día siguiente, antes de bajar a desayunar, oímos desde la habitación  del hotel un rumor sordo, como de gente hablando y trabajando. Me asomé a la ventana y vi que se estaba instalando un mercadillo. Lo visitaríamos después, lo primero era ir a Santa María la Real.


Aún no estaba abierta, así que dimos un paseo por los alrededores. Vaya, también la iglesia estaba de obras. La entrada que yo recordaba estaba ahora cerrada con andamios. En vista de lo visto en los días pasados nos temimos lo peor pero, por fin, pudimos penetrar en el recinto por la puerta de la plaza de la alberguería.


Por muchas veces que se visite, Santa María siempre impresiona por la altura de sus naves góticas, la belleza de su claustro y la atmósfera de leyenda -y de historia real- que se respira en el panteón de los reyes de Navarra y en cualquier rincón del monasterio.

   Echando una última mirada al altar de Santa María, donde junto a la imagen de la Virgen se conservan la campana y la olla con lirios que menciona la leyenda, salimos caminando despacio hacia el hotel.

    Con una carga de alcachofas y acelgas, seleccionadas en el mercadillo por el ojo avezado de Ada, llegamos al aparcamiento, cargamos y reemprendemos la ruta.
Pero queremos desviarnos del Camino de Santiago para visitar San Millán de la Cogolla. A la entrada de Badarán un cartel municipal anuncia: “Badarán, buen vino, chorizo y pan”, así que nos paramos para comprar chorizo. Cuando lo probamos, ya de vuelta a casa, vimos que era excelente. Habrá que estar atentos la próxima vez que vayamos por allí.
  

Yo había estado en San Millán hacía cuatro años pero Ada llevaba muchos más sin visitar los monasterios. Lástima, no hubo suerte. Desgraciadamente, también la improvisación de última hora había llegado allí: después de más de mil años de oportunidades, se había elegido precisamente este Año Santo para restaurar el monasterio de Suso. No pudimos entrar, así que, cabreados, salimos pitando sin siquiera echar un vistazo a Yuso, a coger de nuevo la N-120 hacia Santo Domingo de la Calzada.


   Una vez aquí, dejamos el coche fuera del recinto de la ciudad vieja y, siguiendo las flechas amarillas, hacemos a pie el camino hacia el centro, hacia la colegiata de Santo Domingo, la cual se anuncia desde el fondo del recorrido por su alta torre barroca, separada del cuerpo de la iglesia.                 Admiramos la altura de las naves góticas, el mausoleo de Santo Domingo, el recuerdo -un poco naif- del milagro de la gallina asada, en la forma de un gallinero colocado en uno de los muros interiores de la iglesia.


    Después seguimos recorriendo la villa hasta que llega el momento de comer. El Parador Nacional, soberbio edificio gótico, antiguo hospital de peregrinos admirablemente restaurado, nos espera. Sólo hay dos mesas ocupadas, lo cual nos permite saborear, casi en la intimidad, unos caparrones, una menestra y chuletillas de cordero.


    A las cuatro emprendemos la marcha, siempre la N-120, hacia el oeste, hacia los temidos Montes de Oca, donde los peregrinos solían tener malos encuentros con los bandoleros apostados en el inmenso robledal que cubría sus laderas. Esta vez la carretera nos facilita las cosas y al poco de bajar los montes nos detenemos en San Juan de Ortega, el otro santo ingeniero, con Santo Domingo, del Camino de Santiago.
    En un llano rodeado de robles, en medio de ninguna parte, aparece un claro con un edificio alargado y una pequeña iglesia al fondo. 



    El primero es la alberguería, de donde sale un grupo de peregrinos jóvenes. Parecen franceses. La iglesia es románica, recogida, con tres ábsides decorados con arquerías sobre capiteles y completada con unos preciosos ventanales.      El exterior es muy austero. En el centro del crucero un baldaquino de estilo gótico alberga el sepulcro de San Juan de Ortega.


    Y casi a disgusto, aunque no hay más remedio que seguir camino, abandonamos aquel paraje un tanto romántico y misterioso, lleno de leyendas. Media hora más tarde entramos en Burgos, ciudad bien conocida por nosotros, aunque no en el contexto del Camino de Santiago. Tenemos que regresar a Madrid después de esta primera etapa, pero a la primera oportunidad agregaré a estas líneas la parte jacobea de Burgos.

15 agosto 2014

De Roncesvalles a Santiago (II)

Salimos de Pamplona hacia Puente la Reina y aparcamos el coche en el exterior de la villa vieja. En esta confluyen los caminos que vienen de Roncesvalles y los que bajan desde Somport, así que se puede decir que es la primera ciudad del camino francés en España. 



Desgraciadamente, a pesar de que han pasado mil años desde que fue fundada por Sancho el Mayor de Navarra, no parece que esté aún terminada ya que toda ella está en obras y las calles principales, levantadas.
Para visitar la iglesia del Crucifijo, a la entrada del pueblo, fue necesario dar un par de vueltas alrededor de una excavadora enorme instalada sabiamente frente a la puerta y evaluar el mejor punto de acceso al templo. Una vez hecho esto, y a riesgo de nuestros huesos, dimos sendos atléticos saltos sobre la zanja que impedía el paso y accedimos al interior.


Es una sencilla construcción de origen templario que alberga una curiosa talla de un cristo crucificado en una cruz en forma de Y.
Esquivando otras trampas perfectamente dispuestas seguimos por la calle Mayor para visitar la iglesia de Santiago, del siglo XII, donde se puede ver un arco lobulado, que será frecuente en las construcciones del Camino.



Había que atravesar el puente sobre el Arga, puente que da nombre a la ciudad y quizá el más importante del Camino, pero llegó un momento en que fue imposible pasar. Otra excavadora monstruosa cerraba por completo la calle y el acceso al puente. 




Bueno, dimos un rodeo por las calles contiguas y logramos nuestro propósito. Insatisfechos, pensando en lo inoportuno de las obras, precisamente en el último año jubilar del milenio, abandonamos, casi con alivio por seguir ilesos, la ciudad.
El paisaje es ondulado y vacío de pueblos. No se ve actividad en los campos.



Hacia la una de la tarde llegamos a Estella, corte de los reyes de Navarra, fundada por el rey Sancho Ramírez en el siglo XII en el lugar ocupado por un villorrio de origen anterior. No sabía el pobre rey que acababa de cometer una felonía fundando la ciudad y, sobre todo, cambiándola de nombre. El error, afortunadamente, ha sido corregido por los nacionalistas. Ahora la ciudad ha vuelto a recuperar el nombre que le fue arrebatado al antiguo villorrio y se llama Lizarra. Ah, y al rey Sancho se le ha puesto en su sitio. 



    A pesar de todo esto Estella es uno de los grandes hitos del Camino, cantada por juglares y llena de monumentos. 
    Hicimos el recorrido de los antiguos peregrinos a lo largo de la calle de la Rúa, visitamos San Pedro de la Rúa y su claustro, del que sólo se conservan dos de sus lados, 


admiramos el palacio de los Reyes de Navarra y Ada se atrevió a trepar hasta la cima del monte donde se halla Nuestra Señora del Puy, pero yo empecé a reservar mis fuerzas para el resto de la jornada.



    Comimos sin gloria unas raciones en un bar y a las cuatro de la tarde abandonamos la villa. Como no teníamos reserva de hotel en Logroño, decidimos seguir la ruta y llegar pronto a la ciudad. 
    Me encantó aparcar en la Plaza del Espolón que, claro, me recordó mis años de Milicia Aérea y el paseo del mismo nombre en Burgos. 
    Pero, desgraciadamente, no tuvimos suerte en Logroño.



    Lo primero fue que a las cinco y pico de la tarde la Oficina de Turismo estaba cerrada, así que resultaba difícil localizar un hotel. Maldiciendo en arameo por aquella falta de interés, nos tomamos una caña en una cervecería donde nos dieron la pista de un hotelito que se encontraba en una callejuela a menos de doscientos metros. Sin embargo el hotel estaba completo, aunque la recepcionista, que Dios guarde, se empeñó en buscarnos alojamiento, aunque no en Logroño, que con una convención del vino y la vid que se celebraba aquellos días estaba a tope. Nos propuso el Hotel San Fernando, en Nájera, a lo que accedimos encantados.



    Comenzamos a caminar por los aledaños del Espolón, pero yo estaba cojeando lastimosamente por culpa de un callo en la planta del pie izquierdo. Decidí acudir a las grandes soluciones, así que entré en la farmacia que, invitadora, se hallaba al otro lado de la calle. La dependienta me entregó, obediente, lo que yo le había pedido: unas almohadillitas con un agujero en el centro para acoger amorosamente el callo.
    Ya las iba a pagar cuando intervino la boticaria y me aconsejó unos parches de silicona que parece que hidrataban el callo y eran excelentes. Además, valían el doble. Ante mis dudas, esgrimió un argumento incontestable: “Se vende mucho a los que llegan por el Camino de Santiago”.
    Aquello me halagó, me pareció un ascenso al grado de peregrino, así que, con mis carísimos parches de silicona en el bolsillo, el próximo paso fue entrar en la zapatería de enfrente y comprarme unas botas bien cómodas. Yo ya estaba algo cabreado con la ciudad, así que nos pusimos de nuevo en marcha en dirección Nájera y Burgos (N-120). Pero tampoco esto fue fácil pues siempre había algo que nos impedía coger la buena dirección. 


Después de dar inútilmente bastantes vueltas se puso a nuestra altura, mientras esperábamos en un semáforo en rojo, una pareja de guardias urbanos motorizados.
    -Veo que el alcalde, le dije al más próximo, ha descubierto la forma de que los turistas hagamos el mayor gasto posible en Logroño. 
    -¿Por qué lo dice? inquirió el motorista.



    -Pues verá, parece que tiene un truco que consiste en dejar entrar a la gente a la ciudad pero sin dejarla salir. De esta forma pensará que los turistas no tendremos otro remedio que quedarnos a cenar o a dormir aquí. Fíjese, llevamos media hora intentando salir hacia Burgos, pero no hay forma.
    Al urbano no pareció gustarle mi afirmación y, con gesto seco, nos dijo que les siguiéramos. 



    Pero nada, tampoco ellos daban con la salida, siempre había una valla de desvío por obras.
    No recuerdo cómo, pero al final me encontré en la buena dirección y, media hora después, entrábamos en Nájera y nos acomodábamos en el hotel.
Después de una hora de reposo, de aplicarme aquel extraño parche sobre el callo -a éste le acompañaba ya una ampolla- y de calzarme mis botas nuevas, salimos a conocer la villa, teniendo yo la satisfacción de no notar ya nunca más mis dolencias pediculares. Dios bendiga a la boticaria de Logroño.



    Nájera es una ciudad encantada, llena de rincones, con flechas amarillas que guían a los peregrinos a través de ella, con antiguos soportales y arcadas que conmueven al pasar bajo ellos, con casas palaciegas en cada calle y, sobre todo, con la iglesia de Santa María la Real. 



     Aquella tarde-noche nos contentamos con pasear la ciudad, charlar con la encargada de la alberguería de peregrinos, tomar unos vinos y una ración de jamón en un bar, mostrar a Ada el Bar La Amistad, lugar donde perdimos a Alberto en nuestra salida enológica y, por fin, cenar como Dios manda en el restaurante del hotel. 
   Y en este encontré lo que venía hace dos días buscando: una excelente menestra y un notable bacalao al ajo arriero pero, claro, aquello ya no era Navarra sino La Rioja. Ada se decidió por la sopa del peregrino y unos huevos con jamón.

08 agosto 2014

De Roncesvalles a Santiago

De Roncesvalles a Santiago,
siguiendo (en coche) 
la Via Lactea




    No soy andarín. Y hace quince años, menos.
    Pero me atraía la magia que parece irradiar el Camino de Santiago. Así que ¿qué podía hacer? El coche me pareció una buena opción pero, claro, no era cuestión de recorrer la ruta milenaria en dos o tres días...
    Pensé que se podría dividir esta en tres etapas de tres días cada una y espaciadas de mes en mes, de forma que pudiéramos tener tiempo para visitar los puntos importantes del Camino, para asimilar lo que habíamos visto y para preparar las siguientes etapas.
    Ada habría preferido hacer el Camino a pie, que es lo tradicional, pero ante mi falta de entusiasmo aceptó este sucedáneo motorizado cuya reseña hoy os ofrezco.
    Espero que su lectura os sea leve.


Marzo 1999

1. Roncesvalles - Pamplona


    Apenas una docena de edificios al pie del monte. La arquitectura es extraña, recuerda el estilo de la vertiente francesa de los Pirineos, piedra y pizarra en los tejados de gran pendiente. La mañana es fría, no se ve a nadie.
Aparcamos en el interior del recinto de la colegiata y nos dirigimos a la  basílica de Nuestra Señora de Roncesvalles. 



Su interior, de un sobrio gótico, encierra la imagen de la Virgen. La iglesia parece también vacía, pero se oyen voces. Un momento después suena una nota larga de órgano. Nuevas voces, otra nota larga: parece que lo están afinando.
En el exterior seguimos sin ver a nadie. Enfrente de la colegiata está la alberguería de peregrinos. No nos atrevemos a entrar ya que nos parece que no es un lugar pensado para los que viajamos en coche, así que pasamos de largo para dirigirnos a la oficina de turismo y aprovechamos para recoger información sobre hoteles de Pamplona. 


Al otro extremo de la plaza se encuentra la tumba de Roldán, edificio sencillo, con un núcleo central rodeado por un porche cuadrangular enlosado y separado del exterior por fuertes verjas de hierro. La historia se confunde aquí con la leyenda.
Estamos en el arranque de la carretera hacia Pamplona, que desde aquí desciende suavemente. La oportunidad es única, así que iniciamos el Camino a pie hasta el crucero situado en la primera curva. Sin embargo no es éste nuestro plan, el coche está en la colegiata y hay mucho que recorrer. Desde el crucero regresamos para comer en la Hospedería y reservar hotel para la noche.


El camino hacia Pamplona discurre entre pinares y hayedos. De vez en cuando aparecen algunos pueblos: Burguete, Espinal, Viscarret, Erro... No hay mucho tráfico en este lunes del mes de Marzo, los pueblos y las tierras parecen vacíos.
Hacia las seis de la tarde llegamos a Pamplona y localizamos el Hotel Leyre. Más tarde nos dirigimos, guía en mano, hacia el centro de la ciudad. Lástima que parte de él se halle en obras, aunque esto va a ser común en el resto del camino. 
La catedral es un excelente edificio gótico, oculto por una anodina fachada neoclásica. De no saber lo que había tras ella habríamos pasado de largo.



Seguimos vagabundeando por la ciudad y damos con otra joya: la iglesia-fortaleza de San Cernín o San Saturnino, obra de finales del siglo XIII. Nosotros, que somos leídos y hemos vivido en Toulouse, la de la impresionante iglesia románica de Saint Sernin, nos barruntamos una verdad. 



A un cura, de los de sotana, al que saludamos, le pregunto:
-¿San Cernín será el mismo que el San Sernín de Toulouse?
- Claro que sí: San Cernín fue obispo de Toulouse hacia el año 250 y murió allí, arrastrado por un toro. Pero antes estuvo predicando el cristianismo por Hispania y, concretamente, en Pamplona. Aquí convirtió y bautizó a muchos paganos y, entre ellos, al que luego llegaría a ser San Fermín.
No conseguimos cenar bien: o los restaurantes eran excesivamente caros y fuera de contexto (mucho foie) o se trataba de picherías. No hubo forma de encontrar lo que nos figurábamos que debería ser de allí (¿menestra, ajoarriero?). Al final cenamos unas cazuelicas en un bar.



2. Pamplona - Nájera

Nos levantamos pronto al otro día -demasiado pronto, ay-, porque queríamos visitar el claustro de la catedral antes de seguir camino. Como hasta las diez y media no lo abrían al público, aprovechamos para recorrer el centro de Pamplona con tranquilidad y a la luz del día. Tantas vueltas dimos, tantas veces pasamos por la Plaza del Castillo, la calle de la Estafeta y la plaza del Ayuntamiento (en obras) que, claro, acabamos por oír a alguien gritar:
- ¡Adaaa!
Ya está -pensé-, hemos dado lugar a que nos descubran. Y así era. José Miguel, el primo de Ada, nos llamaba. Le contamos que estábamos siguiendo el Camino de Santiago, que estábamos esperando a que abrieran el claustro de la catedral y que luego seguiríamos ruta.
- ¿Y tú -pregunté a mi vez-, que haces a las diez y pico de la mañana, aquí, sin trabajar?
- José Miguel dudó un instante, pero acabó por confesar: “Es que soy delegado sindical y estoy liberado. Estamos negociando el convenio”. 
Bien, todo se explica.
Los que por la gracia divina han sido liberados de trabajar, negocian convenios con las empresas para que los que no tienen más remedio, trabajen por ellos. Amén.



A las diez y media en punto compramos nuestras entradas y nos internamos en este extraordinario claustro gótico, considerado como el mejor de Europa en su género. Pamplona no nos ha defraudado.

01 agosto 2014

GUÍA PARA LA DESTILACIÓN DE FRUTAS (y XIX)

DESCRIPCIÓN DEL PROCESO (CIRUELAS)


Yo tenía ganas de destilar ciruelas porque un primer intento que hice anteriormente con fruta poco madura produjo un resultado prometedor: un aguardiente muy agradable pero en poca cantidad debido a la escasez de azúcar. Así que cuando encontré en un almacén de fruta en Colindres 40 kg de ciruelas rojas a un buen precio, en buen estado y bastante maduras, me decidí al momento. 



Al día siguiente, 1º de agosto, comienzo la operación cortando con cuchillas las ciruelas en lugar de machacarlas.
Se va cargando el depósito, acidificando cada carga con una solución de 10 cc de SO4H2 en 250 cc de agua. 
Una vez llenado el 80% del depósito, se siembra un cultivo de 3 cucharadas de levadura CS-2 en 200 cc de agua, se revuelve lo mejor posible y se cierra por medio de la tapa y la válvula de fermentación. 



Al cabo de unas horas parece que ha bajado el nivel visible de la fruta, sin duda debido a que las capas inferiores se van aplastando. En las siguientes 24 horas se abre el depósito en dos ocasiones para recargar, cambiando el teflón de la rosca de la tapa. 
La temperatura del local es de 20 - 22 grados. Igual que en el primer caso de ciruelas, la fermentación arranca muy lentamente y con poca intensidad, produciendo burbujas en cantidad decreciente. El 11 de agosto ha cesado el borboteo regular y continúa ocasionalmente.


         
El día 5 de septiembre se abre el depósito; la pulpa es de un color rojo coral, huele a vino y la capa superficial está seca. La destilación se hace en tres cargas sucesivas en alambique de cobre de 25 litros. A la primera carga, que es la más pastosa, se le añade agua para evitar que la masa se queme en el fondo de la caldera. La cata de los primeros 600cc de flemas muestra un olor agradable, rasposo en la lengua, con un sabor a fruta muy prometedor. Aspecto ligeramente lechoso. Se continúa la destilación hasta que el alcohol baja a 5º vol. a la salida.
Las cargas siguientes son más líquidas y no se agrega agua. También muestran que contienen más alcohol: la primera lectura de la segunda carga  es de 45º vol.



Las flemas procedentes de las tres pasadas anteriores se destilan juntas,  con caldeo más lento, de forma que el aguardiente vaya saliendo gota a gota. La cabeza comienza a salir con 77º vol. y el corazón le sigue al mismo valor para ir bajando paulatinamente. Después de eliminar la cabeza se recoge el corazón y se detiene la destilación cuando el alcohómetro marca un valor de 45º vol. a la salida del condensador.
El aguardiente queda guardado en un garrafón con cierre no hermético, para su envejecimiento.
         El resumen de toda la operación es el siguiente:

Cantidad de fruta       38 kg aprox.
Flemas a 20º                6.78 l (17,8 l por 100 kg de fruta)

 Distribución de la destilación de las flemas:

Cabeza (a 77º) :            110 cc  (1.6%)
Corazón (a 60º) :         1.75 litr (25.8%) ó
                                          2.1 litr. a 50º
Rendimiento :                   5.5 litr. de aguardiente a 50º
por 100 kg de fruta




RESULTADO DE LA CATA

Una vez envejecido y rebajado a 50º, el aguardiente presenta un aspecto transparente, incoloro, sin depósitos. En nariz predomina el alcohol con aromas frutales. En boca es franco, potente, sin astringencia, con un toque de sabor dulce debido al contenido alcohólico  y con recuerdo a ciruelas.
Magnífico aguardiente, comparable al de cerezas y picotas. Sin embargo, el rendimiento es más bajo que en el caso de estas, indicando que las ciruelas contienen un poco menos de azúcar que las cerezas.

DESPEDIDA

Espero que esta serie de artículos os haya interesado a algunos de vosotros y que pueda ser origen de algo más que una diversión meramente literaria. Así lo deseo. ¡Suerte!
La semana próxima La Floropedia os ofrecerá alguna otra chorrada, aún sin determinar.