27 diciembre 2013

RASINES: CIEN AÑOS DE MINERÍA (IX)

Procesos mineros en el  s. XIX

Después del s. III d.C. la actividad minera decae en todas partes, salvo la del hierro. 



Durante muchos siglos el interés minero en la zona cantábrica se limita a la extracción de hierro para la siderurgia, ocres para colorantes, arcillas para la cerámica, sílice para la industria del vidrio, yeso, etc.

Hay que esperar a bien entrado el s. XIX, hacia 1840, para que resurja en España el interés por la minería metálica no férrea, gracias a la demanda de metales por parte de las empresas de la era industrial y a que la pérdida de las colonias americanas, en donde sí había florecido una importante actividad minera y metalúrgica, obliga a los inversores a poner su mirada en los recursos mineros peninsulares. 


Es a partir de 1840 cuando se extiende por toda España una intensa actividad minera que va a tener su apogeo a  finales de siglo, de  mano de una legislación promotora de la iniciativa privada en tal sentido. En muchísimos casos, como ocurrió en el sur y sureste de España, los primeros trabajos mineros consistieron en aprovechar los antiguos escoriales o escombreras de mineral dejados por los romanos, ya que, normalmente, encerraban aún gran cantidad de metal aprovechable, tanto mayor en el caso del zinc pues, como hemos dicho, los romanos no estaban interesados en él. En consecuencia podemos suponer que las primeras labores mineras en Rasines consistieron en excavar y relavar antiguas escombreras romanas.

El mineral en bruto, tal como se extrae de la mina, no suele ser vendible, sino que requiere de un proceso de concentración previa para enriquecer su “ley” o contenido en metal, hasta los límites exigidos por las industriales metalúrgicas. Esta ley suele moverse  en torno al 50%, en función del tipo de mineral.



En los comienzos de la minería de Rasines, mediados del siglo XIX, la técnica de concentración más normalmente utilizada  era la “separación gravimétrica” realizada  en lavadero de mineral, técnica basada en la diferencia de densidad entre las “menas” (parte que contiene metal), más pesadas; y las “gangas” (sin metal), que lo son menos. Para ello se muele el mineral bruto y se mezcla con agua, haciendo pasar la pulpa resultante por unas mesas especiales a las que se imprime un movimiento vibratorio mediante sacudidas rítmicas. En estas mesas vibratorias se consigue separar un concentrado de alta ley de otro estéril de baja ley. En ocasiones, si el mineral bruto tenía suficiente concentración, se trataba en “hornos de calcinación”. Esta técnica es más primitiva que la gravimétrica y exige una mayor ley en el mineral. Mediante la calcinación, el mineral pierde dióxido de carbono (CO2), quedando un producto enriquecido en óxido de zinc (OZn), óxido de calcio (OCa) y óxido de magnesio (OMg).



Con este motivo se debieron construir inicialmente los hornos existentes en la zona minera de Helguera, aunque el situado en la cota más alta parece se destinó desde un principio exclusivamente a la producción de dolomía, pero su instalación no se hizo correctamente y duró poco su funcionamiento, según testimonio de César. Más modernamente estos hornos se emplearon únicamente en la producción de cal viva. La cal viva es óxido cálcico (CaO) y es el resultado de aplicar calor a la piedra caliza: CO3Ca + calor = CaO +CO2. Si a la cal viva se le añade agua se transforma en “cal muerta”: CaO + H2O = Ca(OH)2.
Como la obtención de cal viva en Rasines fue un subproducto de época tardía, aún perdura su recuerdo en la gente de hoy que guarda memoria de los famosos “caleros”. Por eso merece la pena que nos detengamos en su proceso de extracción.

La cal viva ordinaria es la cal que se usa normalmente para preparar el mortero o argamasa, pero tiene, también, otras muchas aplicaciones en la industria química y en la agricultura. Se obtiene en hornos construidos al efecto, mediante calcinación de la piedra caliza que es carbonato cálcico natural (CO3Ca). Estos hornos hoy son bastante sofisticados, sobre todo los llamados rotativos que funcionan con fuel o gas, pero a  principios de siglo se alimentaban con leña o carbón vegetal y eran de dos tipos, o bien de producción intermitente o de producción continua con corriente forzada de aire. Estos hornos se llamaban hornos de cal o “caleros” y la calcinación que en ellos se efectuaba era la llamada “cochura” u hornada de la cal.




Los hornos de Helguera debieron ser de producción intermitente, que eran los más sencillos. En este tipo de hornos se hacía en la parte baja de los mismos una bóveda con los trozos más grandes de piedra caliza, bóveda que servía de hogar y para sostener los pedazos restantes de caliza que llenaban el horno hasta el techo. El horno en conjunto tenía forma ovalada o cilíndrica y sus paredes estaban  recubiertas por su cara interior con piedras refractarias. En el hogar formado por la bóveda se ponía  leña o carbón vegetal, calentando a una temperatura próxima a 1000 ºC, hasta que toda la caliza se hubiera transformado en cal viva. Luego se dejaba enfriar y se extraía. 


Manual de Urbanidad para niños
Barcelona 1913


5. ¿Se vestirá V. con precipitación?- 6. ¿Qué cuidado tendrá V. al desnu­darse?- 7. ¿Usará V. camisa de dormir?- 8. ¿Qué arguye el dormir vestido o completamente desnudo?




5. Procuraré vestirme en el menor tiempo posible, pero sin atolondramiento, que pro­duce en algunos jóvenes faltas tan notables como calzarse las medias al revés, cambiar de pie las botas, no abrocharse los pantalones, salir de la habitación a medio vestir, etc., etc.

6. Al desnudarme tendré, si cabe, todavía mayor cuidado; porque la precipitación lleva a arrancar botones, destrozar cintas y estro­pear la ropa. Por consiguiente colocaré las prendas de vestir con orden, bien sea en la percha, bien sobre una silla al lado de la cama; junto a la cual dejaré el calzado, procurando no tirarlo ni hacer ruido con él.

7. El uso de la camisa de dormir es una costumbre que contribuye a la limpieza y a la higiene, y por lo mismo sólo puede eximirse de ella la persona que esté completamente falta de recursos.




 8. Dormir vestido, además del perjuicio notable que ocasiona a la ropa y el daño que acarrea a la salud, arguye una pereza incali­ficable. Dormir desnudo, o sea sin camisa y calzoncillos, repugna a toda persona mediana­mente culta.

20 diciembre 2013

RASINES: CIEN AÑOS DE MINERÍA (VIII)

Ara,  prehistoriadores  y carburo (cont.)




Durante un tiempo la lápida permanece en casa de los Lombera. Una vez acabada la carrera, Arturo encuentra trabajo en una naviera de Bilbao como marino mercante y sus continuos viajes le impiden ocuparse del ara. Por esta razón le pide a su amigo y pariente lejano Ramon Rivas (“Ramonín”), médico de Ampuero, que la lleve al Museo de Arqueología y Prehistoria de Santander. Parece que éste la tuvo en el jardín de su casa de Ampuero hasta 1968, fecha en que la entregó al museo aunque inscribiéndola a su propio nombre.

Pero César insiste en que el ara la descubrió su padre y que “toda esta historia consta en la revista “Luz Cántabra” (Nº 9 de fecha 5 de marzo de 1911) que editaba mi abuelo en Ampuero a principios de siglo”. En efecto, en este semanario que salía los domingos leemos textualmente: “(...) Hay otro objeto valioso que como archivo elocuente para el historial de Rasines conserva en aquel pueblo don Manuel Lombera (padre de Arturo), ya que la casualidad misteriosa de un incendio destruyera el 9 de Julio de 1906, aniversario de la fiesta del Incendio o del Bardal incendiado (?), los archivos del municipio y juzgado de aquel pueblo desgraciado. El laborioso y sabio anticuario Padre Sierra conoce el objeto, que es una piedra labrada que el señor Lombera, propietario de las minas en que radicó la cueva, encontró enterrada a su entrada, y a sus gestiones se debe que la Academia de San Fernando haya podido descifrar la inscripción impresa en ella. Es una urna cineraria que dice “A mi esposa Flora” y pertenece al siglo III de la era cristiana”.


César también nos cuenta la siguiente anécdota que oyó a su padre. El carburo o acetileno (carburo de calcio más agua) no fue descubierto en sus aplicaciones prácticas, alumbrado y soldadura, hasta finales del siglo XIX. Concretamente como alumbrado seguro y encerrado en pequeños recipientes a modo de faroles, los llamados “Velo”, no comenzaron a utilizarse en minería hasta principios del s. XX. En esa época, muy pocos habían visto la luz del carburo y, desde luego, por Ojébar no había pasado.

El P. Sierra estaba por aquel entonces realizando unos trabajos en  una cueva recién descubierta en Ojébar, con restos prehistóricos.  El sí disponía de carburo para las excavaciones. Todo el pueblo estaba intrigado por la intensa luz blanca que salía del interior de la cueva, pero nadie se atrevía a preguntar. 

Por fin un indiano más osado abordó al P. Sierra y éste le explicó en qué consistía el invento y su funcionamiento, regalándole un par de piedras de carburo. El indiano, que por lo visto era muy socarrón, se dirigió a la taberna del pueblo y allí hizo una demostración del artilugio, indicando que se trataba de “la piedra del fuego”, de valor incalculable y que se encontraba en gran cantidad en el interior de la cueva. Cuando días después el P. Sierra regresó a la excavación, se encontró con la cueva prácticamente destruida, pues los vecinos habían acudido en masa con picos y palas para hacerse, cada uno, con su buena porción de la piedra del fuego. Incluso parece que llegaron a utilizar dinamita. Al ver el destrozo, Sierra se desanimó abandonando la excavación. Aún hoy en día se desconoce la ubicación exacta de la cueva. 


Por suerte, el religioso ya había ido rescatando de la cueva varios objetos de interés prehistórico que fueron publicados, tanto por Harlé en el boletín arriba citado, como por  Obermaier en su libro “El hombre fósil” publicado en 1916. De todas maneras parece que de estos objetos en España no quedó prácticamente nada, ya que se los debieron llevar los arqueólogos extranjeros. En el citado número de la revista “Luz Cántabra” de 1911, el cronista se queja del expolio de las cuevas y reclama que el contenido de las mismas pase a engrosar el museo que el P. Sierra tenía en el colegio de los Paúles de Limpias, fruto de los hallazgos en las cuevas descubiertas por él. Así nos explica que el Padre Sierra hizo venir a Rasines ... “al Príncipe de Mónaco con unos sabios alemanes que en el verano último y anterior llevaron, producto de sus exploraciones, un capital de objetos valiosos (...), consistentes en sílex o herramientas cortantes y punzantes para trabajar los huesos de determinados animales y hacer agujas, anzuelos, arpones (...) Todos estos objetos que yo he visto en manos de los extranjeros, al sacarlos en sus exploraciones de la Cueva del Valle de Rasines el verano anterior (1910), debieran también figurar en el museo que el padre Sierra ha formado en el colegio de Limpias...”


Manual de Urbanidad para niños
Barcelona 1913

2°—Uso de los vestidos

1. ¿Cuál es el fin de los vestidos?- 2. ¿Qué exige de V. la honestidad?- 3. ¿Cómo llevará V. las prendas de ves­tir?-   4. ¿Qué observará V. cuando hubiere de desnudar­se o vestirse en presencia de otros?




1. Atendido el fin de los vestidos, que es mirar por la honestidad y abrigo del cuerpo y el respeto que debo a los demás, se originan varias advertencias que debo tener presentes en lo referente a ellos.

2. La honestidad me exige que esté siempre en disposición de tratar con cualquiera que hubiese de verme. Por consiguiente, es­tando en cama, me mantendré decentemente cubierto; al vestirme, lo haré siempre con sumo recato y aun estando a solas; tanto al vestirme como al desnudarme, jamás permaneceré de modo que quede desnudo todo el cuerpo.

3. Es indicio de sumo descuido llevar las prendas de vestir desabrochadas, si no fuese aquellos botones de chaleco que el uso común de personas cultas ha venido a convertir en costumbre.





4. Cuando por vivir en una misma habitación he de vestirme o desnudarme a vista de otros, procuraré que haya poca luz, y proce­deré con tal recato que no deje descubierta parte alguna del cuerpo.

13 diciembre 2013

RASINES: CIEN AÑOS DE MINERÍA (VII)

Ara,  prehistoriadores  y carburo



A principios del s. XX trabaja en Cantabria una autoridad de primer orden en Prehistoria: se trata del religioso paúl Lorenzo Sierra Rubio, profesor y Rector del colegio de los Paúles de Limpias, que llegó a descubrir 44 cuevas y excavó otras 25, entre ellas la del Valle de Rasines. Con Sierra trabaja otro prehistoriador no menos importante, Hermilio Alcalde del Río que, entre otras,  descubrió la cueva de El Castillo y fue por un tiempo Alcalde de Torrelavega.

Puesto que ambos arqueólogos son autodidactas, Sierra quiere que sus hallazgos sean contrastados con alguna autoridad de prestigio mundial y a este fin se pone en contacto con el centro de prehistoria más famoso de su época: el Instituto de Paleontología Humana de París. Con el patrocinio del Príncipe Alberto I de Mónaco, gran mecenas de las ciencias, llegan a Cantabria, entre otros, dos grandes autoridades: el abate francés Henry Breuil, considerado la mayor autoridad en Prehistoria de su tiempo, y el jesuita alemán Hugo Obermaier, que más tarde sería profesor de Paleontología en la Universidad de Madrid. 

                                                Obermaier, Breuil y Alcalde del Río

A este grupo compuesto por Sierra, Alcalde, Breuil y Obermaier se deberá el descubrimiento de la gran mayoría de las cuevas de nuestra región entre 1903 y 1915: la Cueva del Valle de Rasines (1905-1914); Cueva de la Pasiega (1911-1913); Cueva de El Castillo (1903-1914); Cueva de Hornos de la Peña (1909-1910); Cuevas del Salitre, Cueva de Covalanas y de La Haza (1903), etc.

El P. Sierra ya había descubierto la Cueva del Valle de Rasines en 1905, así como una cueva en Ojébar, de la que hablaremos más adelante, y había enviado algunas de las piezas encontradas en las mismas a su amigo francés Eduard Harlé, que las había publicado en el Boletín Geológico de Francia. Pero ahora se necesitaba más dinero para continuar las excavaciones y, a este fin, Alcalde del Río firma dos convenios en 1906 y 1909 con Alberto I de Mónaco. Por el primero, el príncipe se encargaba de la publicación de las investigaciones del propio Alcalde y del abate Breuil sobre las pinturas y grabados de las cuevas de Covalanas, Castillo y Hornos de la Peña; por el segundo, el famoso mecenas corría con los gastos de la excavación de varias cuevas, entre ellas la del Valle de Rasines y El Castillo. A partir de aquí Sierra y Alcalde se dedicaron a dirigir las excavaciones que cada uno había descubierto, El Valle y El Castillo, supervisados por Breuil y  Obermaier.
              

Cuando en 1905 el P. Sierra está realizando las primeras labores en la recién descubierta Cueva del Valle, un joven estudiante del pueblo, Arturo Lombera, hijo del dueño de las minas,  se ofrece a colaborar con él. Arturo conoce al Padre Sierra porque sus hermanas estudiaban con los Paúles de Limpias. El joven es aceptado y es en ese tiempo y contexto cuando Arturo descubre el ara romana.

Según César, por habérselo oído a su padre, el ara se encontró en un movimiento de tierras que se estaba realizando  en una zona próxima a la mina Constante, en la ladera de la Cueva del Valle, entre Helguera y la cueva. Pero según Fita, que dice citar al P. Sierra, el ara se encontró en el nacimiento del río Silencio, “a unos 15 m. de la boca de la cueva”. 


En nuestra opinión las diferencias no tienen mayor importancia, pues estaríamos hablando de una desviación de unos 300 metros entre uno y otro relato. Pero nos parece más fiable un testimonio directo que otro a través de terceros. En cuanto a quién descubrió el ara, si fueron “unos trabajadores mientras recogían arena”, o bien, el propio Arturo, lo importante no es el autor material sino la persona que primero cayó en la cuenta de la importancia del hallazgo y quién era el propietario de los terrenos en los que se encontró. Lo normal sería que la descubrieran los obreros que hacían el movimiento de tierras, los cuales, a su vez,  avisarían enseguida a los dueños de la mina, salvo que el propio Arturo se hallase en el lugar y se diera cuenta inmediata de la importancia del descubrimiento. De cualquier forma el mérito hay que atribuírselo a Arturo Lombera, quien enseguida lo comunicó al P. Sierra. Este envió la inscripción a la Academia de San Fernando de Madrid,  donde la tradujeron como “a mi esposa Flora”, pensando que era una lápida funeraria. 




Manual de Urbanidad para niños
Barcelona  1913


6. ¿Qué cosas contribuyen a la falta de lim­pieza?- 7. ¿Cómo las evitará V.?- 8. ¿Cuál es el uso prin­cipal del pañuelo?- 9. ¿Qué cosas se han da evitar con él? 


6. Contribuye a la falta de limpieza: el pa­sar la mano por la frente para enjugar el su­dor; limpiar los labios con los dedos después de haber tosido o estornudado; llevarse los dedos a la nariz y al interior de los oídos y, lo que es más repugnante si cabe, rascarse la cabeza con cierta conmoción y violencia.



7. Para no caer en estos defectos, me serviré del pañuelo en todos esos casos, y cuando hubiese de extinguir el prurito de la cabeza, lo haré con suavidad, pasando ligeramente la uña por el sitio en donde sienta la molestia.

8. El uso a que está destinado principal­mente el pañuelo es para acudir a la necesi­dad de sonarse; lo cual haré a la primera ne­cesidad que de ello sienta, pero sin estrépito y guardándome muchísimo de mirarlo des­pués de haberme sonado.




9. Hay que evitar con el pañuelo: el entre­garlo después de su uso; el no valerse siem­pre de la misma cara, y el plegarlo, a mane­ra de servilleta, cuando ya se ha empezado a servirse de él.

06 diciembre 2013

RASINES: CIEN AÑOS DE MINERÍA (VI)

El ara romana de Rasines


El ara romana encontrada en Rasines merece capítulo aparte. Se trata de un bloque de piedra arenisca en forma de prisma cuadrangular de 53 cm. de alto, 23 cm. de largo y 20 cm. de ancho, de unos 65 kg. de peso y datado en el  s. III d.C.  Se encuentra depositado en el Museo Regional de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, que está en los bajos de la Diputación en Santander.
                  
La primera noticia del ara de Rasines es del P. Fidel Fita, que en 1906 recoge la información proporcionada desde Limpias por el P. Lorenzo Sierra. En una carta fechada el 31 de agosto de ese año, éste le escribe: “Supe que algunos años antes unos trabajadores, que estaban recogiendo arena dentro de la grava de un arroyo que sale de la cueva, hallaron una piedra con una inscripción, como a unos 15 metros de distancia de la boca del antro”.

  
  La piedra que hoy podemos ver en el museo aparece rota por la mitad, estando sus partes unidas por un visible pegamento. Esta fractura se debió producir en algún momento de su manipulación o traslado, probablemente por la mayor fragilidad de su parte inferior que debió estar enterrada y, por tanto,  las humedades y óxidos de la tierra minarían su consistencia. En efecto, en la piedra hay dos partes claramente diferenciadas: la inferior, labrada muy toscamente, sin destacar las aristas y con su extremo ligeramente apuntado, como para ser hincado en el suelo; y la superior, perfectamente labrada en forma de prisma, con una inscripción latina en su cara frontal y rematada con tres molduras sobre las cuales hay una plataforma en forma de ara o altar, flanqueada a ambos lados por sendos rulos de piedra, que recuerdan un pergamino abierto en el centro pero enrollado en sus dos extremos.


La inscripción latina, además de  borrosa por la erosión, contiene abreviaturas típicas de la época que hacen muy difícil su interpretación: “A. FLORVS/   A(..) P(..) C(..) S(..)”.
Unos piensan que sería un ara votiva dedicada a una diosa que se llamaría “Ataecina”; otros, una lápida funeraria que un tal Floro dedica a su esposa. Pero no habría que descartar otra versión, según la cual se trataría de un mojón o señalización de una mina, donde el propietario reivindica su posesión o hace una dedicatoria a un dios protector de la minería.  Esta interpretación parece la más lógica si tenemos en cuenta dónde se encontró el ara: en el centro de la minería de Rasines.

El tema del ara nos introduce en la historia de su descubridor, Arturo Lombera Urpí, en el hallazgo de la Cueva del Valle de Rasines en 1905 por el Padre Lorenzo Sierra, y en una anécdota, entre divertida y triste,  ocurrida en el lugar de  Ojébar en relación con el carburo. El relato se lo debemos a César Lombera,  hijo  de  Arturo. 


¡EXTRA, EXTRA!

Manual de urbanidad para niños
Barcelona  1913

1. ¿Qué es lo primero que exige el aseo? - 2. ¿Cómo se han de cuidar las uñas? - 3. ¿Cuándo y dónde han de cor­tarse? - 4. ¿Qué cuidado exigen los píes? - 5. ¿Cuándo se lavará V.?


1. Lo primero que exige el aseo del cuerpo es que me lave por las mañanas la cara, orejas, cuello, manos y antebrazos, y en seguida pro­ceda a limpiar la cabeza, peinándomela bien y lavándola a lo menos una vez por semana, a no ser que la caspa exigiese hacerlo con más frecuencia. También he de cuidar de los labios, ojos, etc; la boca ha de lavarse cada día a lo menos una vez, y siempre que, ha­biendo tomado algo, pueda despedir un olor desagradable.

2. Las uñas deben cortarse a lo menos una vez cada semana, y, si sigo la moda ridícula de llevarlas un poco largas, no sea con exceso, cuidando siempre de mantenerlas limpias. 



yaninarodriguez

3. Cortarse las uñas en presencia de otros, ha de mirarse como una grosería incalificable; no lo haré, pues, ni aún delante de ¡as perso­nas de más confianza, ni juguetearé con tije­ras en actitud de cortarlas o limpiarlas, ni las roeré jamás aunque esté a solas. Tendré muy presente que la limpieza en las uñas es de lo que más patentiza el aseo o descuido de la persona.


4. Los pies exigen un cuidado especial, y por lo mismo los lavaré cada quince días a lo menos, a no ser que prefiera hacerlo con más frecuencia. Con el mismo fin me mudaré las medias una o dos veces por semana, y más a menudo si los pies me sudan con facilidad.

Niños



5. Me lavaré siempre que tuviese necesidad: pero principalmente las manos siempre que las tuviere menos limpias o sudadas. Llevar las manos manchadas de tinta arguye suma dejadez; y presentarlas así en público demues­tra poco respeto a aquellos con quienes vamos a hablar.

29 noviembre 2013

RASINES: CIEN AÑOS DE MINERÍA (V)

Los romanos en Rasines


La creencia de que los romanos estuvieron en Rasines se basa tanto en el razonamiento como en el hallazgo de evidencias arqueológicas, aunque estas últimas son muy escasas.

Rasines es paso natural entre la meseta y la costa. La ruta Burgos-Laredo, a través de Los Tornos, era Camino Real, siendo obligado el paso por Rasines. Por aquí discurrían en la Edad Media y el Renacimiento los comerciantes de lanas de Castilla camino del puerto de Laredo para luego dirigirse a Flandes. La misma ruta utilizada por Isabel la Católica cuando acompañó a su hija Juana hasta Laredo en 1496, donde ésta embarcó con rumbo a los Países Bajos para casarse con Felipe El Hermoso. El mismo viaje que en sentido inverso realizaría el joven Carlos V años después en su venida a España, por no hablar del último viaje del Emperador en su retiro hacia Yuste, que hoy se ha convertido en atracción turística.

                              


Es quizá por esta condición de Rasines, de estar dentro de una de las rutas del comercio de las lanas de Castilla, que su población a fines de la Edad Media era superior a los mil habitantes, según se constata en la información realizada para la reparación del camino real Burgos-Laredo.

Ya en la Edad Moderna, las gentes de Rasines  aparecen dedicadas al transporte, concretamente a la conducción de carros de trigo de Castilla, merced a la posición privilegiada que ocupan a lo largo de esta ruta.


Durante las Guerras Cántabras parece que el campamento base de Augusto para someter a las tribus del norte de España estaba situado en el norte de Burgos; por tanto es de suponer que sus tropas utilizaran el paso natural del puerto de Los Tornos para abrirse camino hacia la costa, pasando por Rasines. Pero, como se ha dicho, los romanos estaban muy interesados en la explotación de minerales, sobre todo de hierro. Si pasaron por Rasines no dejarían de advertir las claras evidencias de la existencia de este mineral en zonas como la de Helguera, debido al característico tono rojizo de sus tierras, o los indicadores de la existencia de plomo, señuelo de la plata.  Los ejércitos romanos incorporaban en sus filas no sólo a militares sino, también, a un buen número de funcionarios, ingenieros y técnicos que evaluaban las riquezas naturales de las zonas por donde pasaban. De hecho, al terminar las Guerras Cántabras, los romanos se dedicaron sistemáticamente a explotar los recursos minerales de los pueblos sometidos, astures, galaicos y cántabros. Como veremos después, en la inmensa mayoría de los casos de explotaciones mineras modernas de minerales tradicionales, éstas se han realizado recuperando las antiguas explotaciones romanas.



Por tanto es más que probable que la moderna minería de Rasines se haya asentado sobre los terrenos ya trabajados por los romanos. Esta era, al menos, la creencia general en la época de la minería de Rasines. Así su propio fundador, Juan Lombera Gil de la Torre Hierro, en una carta de 1872 dirigida a la empresa inglesa Silvan & Co. escribe: “La antigüedad de estas minas (de Rasines) es idéntica a la de su misma clase que explota la Compañía Asturiana en Reocín, explotaciones romanas que en aquellos tiempos extraían la plata de los plomos argentíferos que abundaban, por no conocerse entonces los sulfatos y carbonatos de zinc (es decir, blenda y calamina). En aquellas épocas y otras anteriores, las explotaciones se hacían lenta y en forma irregular y diferente, sin penetrar apenas las entrañas de la tierra. La superficialidad de los terrenos mineralizados en zinc estaba en aquellos tiempos como sembrados de minerales y se prueba que en las casas antiguas del barrio de las minas (Helguera) se han encontrado y se ve gran cantidad de calamina con que armaban las paredes”. En las minas de Reocín, descubiertas en 1853, se encontraron, en efecto, herramientas de trabajo y monedas de la época imperial romana.

El propio nombre de Helguera no es casualidad. Como es bien sabido, durante la Edad Media el castellano cambia la “f” por “h”, de forma que antiguamente se decía Felguera. Una felguera es un lugar donde hay hierro o fundición de metal, así que este topónimo indicaría el primitivo origen minero de la zona, como ocurre con otros pueblos españoles con esta denominación.

Pero, además de la lógica, también disponemos  de algunos testimonios arqueológicos que probarían la existencia de romanos en Rasines. 

Tenemos un “ara romana” del s. III d.C.;  restos de cerámica de “terra sigillata” hispánica, datados en el s. IV d.C; y  un basamento de planta cuadrada que parece corresponder a un torreón que se habría reutilizado ya desde época romana. Estos dos últimos elementos fueron encontrados en excavaciones de 1990 realizadas cerca de la iglesia de San Andrés, en un montículo situado en el prado de “El Jaral” 
en La Riva (*).

(*) En estos restos está basada la acción de la novela "La Torre de La Riva" escrita por el autor de este blog y disponible en versión e-book en KINDLE. 

22 noviembre 2013

RASINES: CIEN AÑOS DE MINERÍA (IV)

La minería romana (cont.)

Plinio nos habla, también, de las características de los depósitos de agua que servían para derribar el monte: “Junto a las cabeceras de los declives (se refiere a los frentes de explotación), en las crestas de los montes, se excavan unos depósitos de doscientos pies por ambos lados y unos diez de profundidad (unos 60 x 60 x 3 m.). En ellos se dejan cinco canales de desagüe de unos tres por tres pies de sección (unos 0, 90 m2) de forma que, una vez abiertas las bocas de salida, con el depósito lleno, se precipite hacia afuera  un torrente de tanta fuerza que haga rodar las rocas...” 



Este método de la ruina de los montes fue el empleado en la zona más emblemática que tenemos en España en cuanto a explotaciones  de oro romanas: las célebres Médulas, al noroeste de la provincia de León, en la comarca del Bierzo.

Las Médulas, hoy Patrimonio de la Humanidad, fue una gigantesca mina de oro, parece que la más rica del imperio,  que fue explotada por los romanos durante más de doscientos años,  en la que dejaron un paisaje dantesco como resultado de su intervención: altas agujas de tierra roja que suben verticales, junto a profundas cuevas y precipicios. Aunque los expertos historiadores no se ponen de acuerdo en las cifras, parece que en Las Médulas se pudieron llegar a remover del orden de 300 millones de m3 de tierra, lo cual, con una estimación de entre 0,6 y 3 gramos de oro por m3 removido en las zonas más ricas, nos daría una cifra próxima a un millón de kilos de oro extraídos. 



La explotación de Las Médulas se habría llevado a cabo desde principios del s. I hasta el primer tercio del s.III d.C., dos siglos en los que el Imperio Romano adoptó el patrón oro  para sus monedas. En las minas habrían trabajado entre 5.000 y 8.000 hombres, repartidos entre esclavos, personal romano de administración e intendencia, y el ejército.

El ejército romano tuvo un papel destacado en las explotaciones mineras, no sólo en el control y disciplina de los trabajadores sino en la realización de las obras de ingeniería necesarias para la construcción de túneles, canales, acueductos, etc. En la zona de Las Médulas había un destacamento de la Legio VII Gemina, estacionada en León desde el último tercio del siglo I d.C. No es un ejército de ocupación, pues la región ya está pacificada a esas alturas, sino un ejército permanente que, además de tareas administrativas y de vigilancia, realiza un importante papel  técnico en la minería.

                                                           Collar de esclavo

En cuanto a los trabajadores de Las Médulas, en general debieron ser esclavos o sin trabajo remunerado, pues en las excavaciones de los poblados no se han encontrado monedas, ni otras formas de intercambio, como ánforas de vino, etc., pero sí debieron tener una cierta libertad, pues se han hallado armas y ganadería. Por hallazgos  arqueológicos, sabemos que su dieta básica era cereal, mijo y habas.

En otras zonas mineras romanas sí se retribuía el trabajo, seguramente si se trataba de personas libres. Nos ha llegado un curioso contrato de trabajo de una explotación aurífera romana, que data de la segunda mitad del s. II d.C., que dice así:  

Foto: Sala de la mina romana de "La Condenada" en Osa de la Vega (Cuenca)

“En el consulado de Macrino y Celso (164 d.C.), trece días antes de las calendas (primer día del mes) de junio. Lo escribí yo, Flavio Secundino, a petición de Memio, hijo de Asclepio, porque éste no sabe escribir. Dice haber alquilado sus jornadas de trabajo (operae) a Aurelio Adjutor para una explotación aurífera, desde el día de la fecha hasta los próximos idus (día trece) de noviembre, en 70 denarios y la comida. Deberá recibir el salario fraccionado en varios plazos. Deberá realizar jornadas de trabajo completas, sin deducciones por enfermedad, a favor del contratista antes mencionado. Si contra la voluntad del contratista interrumpe su trabajo o abandona la explotación, se le descontarán del salario cinco sestercios por cada día”.