27 diciembre 2013

RASINES: CIEN AÑOS DE MINERÍA (IX)

Procesos mineros en el  s. XIX

Después del s. III d.C. la actividad minera decae en todas partes, salvo la del hierro. 



Durante muchos siglos el interés minero en la zona cantábrica se limita a la extracción de hierro para la siderurgia, ocres para colorantes, arcillas para la cerámica, sílice para la industria del vidrio, yeso, etc.

Hay que esperar a bien entrado el s. XIX, hacia 1840, para que resurja en España el interés por la minería metálica no férrea, gracias a la demanda de metales por parte de las empresas de la era industrial y a que la pérdida de las colonias americanas, en donde sí había florecido una importante actividad minera y metalúrgica, obliga a los inversores a poner su mirada en los recursos mineros peninsulares. 


Es a partir de 1840 cuando se extiende por toda España una intensa actividad minera que va a tener su apogeo a  finales de siglo, de  mano de una legislación promotora de la iniciativa privada en tal sentido. En muchísimos casos, como ocurrió en el sur y sureste de España, los primeros trabajos mineros consistieron en aprovechar los antiguos escoriales o escombreras de mineral dejados por los romanos, ya que, normalmente, encerraban aún gran cantidad de metal aprovechable, tanto mayor en el caso del zinc pues, como hemos dicho, los romanos no estaban interesados en él. En consecuencia podemos suponer que las primeras labores mineras en Rasines consistieron en excavar y relavar antiguas escombreras romanas.

El mineral en bruto, tal como se extrae de la mina, no suele ser vendible, sino que requiere de un proceso de concentración previa para enriquecer su “ley” o contenido en metal, hasta los límites exigidos por las industriales metalúrgicas. Esta ley suele moverse  en torno al 50%, en función del tipo de mineral.



En los comienzos de la minería de Rasines, mediados del siglo XIX, la técnica de concentración más normalmente utilizada  era la “separación gravimétrica” realizada  en lavadero de mineral, técnica basada en la diferencia de densidad entre las “menas” (parte que contiene metal), más pesadas; y las “gangas” (sin metal), que lo son menos. Para ello se muele el mineral bruto y se mezcla con agua, haciendo pasar la pulpa resultante por unas mesas especiales a las que se imprime un movimiento vibratorio mediante sacudidas rítmicas. En estas mesas vibratorias se consigue separar un concentrado de alta ley de otro estéril de baja ley. En ocasiones, si el mineral bruto tenía suficiente concentración, se trataba en “hornos de calcinación”. Esta técnica es más primitiva que la gravimétrica y exige una mayor ley en el mineral. Mediante la calcinación, el mineral pierde dióxido de carbono (CO2), quedando un producto enriquecido en óxido de zinc (OZn), óxido de calcio (OCa) y óxido de magnesio (OMg).



Con este motivo se debieron construir inicialmente los hornos existentes en la zona minera de Helguera, aunque el situado en la cota más alta parece se destinó desde un principio exclusivamente a la producción de dolomía, pero su instalación no se hizo correctamente y duró poco su funcionamiento, según testimonio de César. Más modernamente estos hornos se emplearon únicamente en la producción de cal viva. La cal viva es óxido cálcico (CaO) y es el resultado de aplicar calor a la piedra caliza: CO3Ca + calor = CaO +CO2. Si a la cal viva se le añade agua se transforma en “cal muerta”: CaO + H2O = Ca(OH)2.
Como la obtención de cal viva en Rasines fue un subproducto de época tardía, aún perdura su recuerdo en la gente de hoy que guarda memoria de los famosos “caleros”. Por eso merece la pena que nos detengamos en su proceso de extracción.

La cal viva ordinaria es la cal que se usa normalmente para preparar el mortero o argamasa, pero tiene, también, otras muchas aplicaciones en la industria química y en la agricultura. Se obtiene en hornos construidos al efecto, mediante calcinación de la piedra caliza que es carbonato cálcico natural (CO3Ca). Estos hornos hoy son bastante sofisticados, sobre todo los llamados rotativos que funcionan con fuel o gas, pero a  principios de siglo se alimentaban con leña o carbón vegetal y eran de dos tipos, o bien de producción intermitente o de producción continua con corriente forzada de aire. Estos hornos se llamaban hornos de cal o “caleros” y la calcinación que en ellos se efectuaba era la llamada “cochura” u hornada de la cal.




Los hornos de Helguera debieron ser de producción intermitente, que eran los más sencillos. En este tipo de hornos se hacía en la parte baja de los mismos una bóveda con los trozos más grandes de piedra caliza, bóveda que servía de hogar y para sostener los pedazos restantes de caliza que llenaban el horno hasta el techo. El horno en conjunto tenía forma ovalada o cilíndrica y sus paredes estaban  recubiertas por su cara interior con piedras refractarias. En el hogar formado por la bóveda se ponía  leña o carbón vegetal, calentando a una temperatura próxima a 1000 ºC, hasta que toda la caliza se hubiera transformado en cal viva. Luego se dejaba enfriar y se extraía. 


Manual de Urbanidad para niños
Barcelona 1913


5. ¿Se vestirá V. con precipitación?- 6. ¿Qué cuidado tendrá V. al desnu­darse?- 7. ¿Usará V. camisa de dormir?- 8. ¿Qué arguye el dormir vestido o completamente desnudo?




5. Procuraré vestirme en el menor tiempo posible, pero sin atolondramiento, que pro­duce en algunos jóvenes faltas tan notables como calzarse las medias al revés, cambiar de pie las botas, no abrocharse los pantalones, salir de la habitación a medio vestir, etc., etc.

6. Al desnudarme tendré, si cabe, todavía mayor cuidado; porque la precipitación lleva a arrancar botones, destrozar cintas y estro­pear la ropa. Por consiguiente colocaré las prendas de vestir con orden, bien sea en la percha, bien sobre una silla al lado de la cama; junto a la cual dejaré el calzado, procurando no tirarlo ni hacer ruido con él.

7. El uso de la camisa de dormir es una costumbre que contribuye a la limpieza y a la higiene, y por lo mismo sólo puede eximirse de ella la persona que esté completamente falta de recursos.




 8. Dormir vestido, además del perjuicio notable que ocasiona a la ropa y el daño que acarrea a la salud, arguye una pereza incali­ficable. Dormir desnudo, o sea sin camisa y calzoncillos, repugna a toda persona mediana­mente culta.

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